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El preso en Ceuta que pudo ser rey de Sudamércia

En la época que Ceuta fue presidio hubo en ella presos muy célebres y de relevante personalidad que permanecieron aquí recluidos durante largo tiempo, buena parte de ellos por motivos políticos; y se pueden encontrar tanto los que fueron de nacionalidad española como también a muchos naturales de las antiguas colonias de América de la época en que luchaban por obtener la independencia de España que, precisamente, la gran mayoría fueron encarcelados por abrazar el independentismo, de los que en ocasiones se ha hecho ya eco El Faro de Ceuta a través de algunos de sus colaboradores. Quien escribe recientemente trajo aquí a colación el caso del preso cubano Juan Gualberto Gómez, que incluso llegó a formar aquí una familia junto a una ceutí a la que, una vez en libertad, se llevó a Cuba con varios hijos tenidos ambos en común. Y hoy me voy a ocupar de un preso que estuvo predestinado para ser nada más y nada menos que el rey de toda Sudamérica. Se trata de Juan Bautista Tupac-Amaru, uno de los nietos del antiguo imperio inca de Perú anterior a la conquista española de aquellos países hermanos.
Cuando a principio del siglo XIX los territorios españoles conquistados en América comenzaron a emanciparse y a adquirir su independencia, los dirigentes que lideraron la libertad llegaron a plantearse de forma conjunta cuál habría de ser la mejor forma de gobierno que debían  adoptar para los países que consiguieron independizarse. Y, sobre todo, tres de ellos, uno el prestigioso general, abogado y político argentino Manuel José del Corazón Belgrano, que lideraba los territorios entonces llamados Provincias Unidas del Río de la Plata (actual Argentina); otro, José de San Martín, libertador de Argentina, Chile y Perú; y el tercero, Martín Miguel Güemes, general que libró la llamada Guerra Guacha a las órdenes de San Martín, pues eran de tendencia política monárquica, y coincidieron los tres en idear un proyecto de monarquía tipo constitucional. El plan había sido ideado por Belgrano, pero a él se sumaron rápidamente San Martín y Güemes, y asimismo estaba también en principio conforme el otro gran líder de la independencia sudamericana, Simón Bolívar, aunque con ciertos matices.
Se trataba de algo así como de restablecer el antiguo Imperio Inca, al que antes habían vencido y destronado los conquistadores españoles. Dichos líderes tenían en mente crear una gran nación americana que llamarían la Patria Grande como la única de América, que tuviera como sustrato esencial y aglutinante el de la americanidad inca de los mil años precedentes al colonialismo español, donde había existido entre los indígenas la gobernabilidad por medio de la propiedad estatal de la tierra, el agua, las simientes, las herramientas, los recursos y la producción. Consideraban que aquella cultura había sido la más justa conocida en la Humanidad, la única que había puesto fin al hambre y que entrañaba una auténtica solidaridad. Sus principios morales básicos eran: “No mientas, no robes, no seas haragán”. Tenían un sistema social  en el que no existía la pobreza. Todos los excedentes eran redistribuidos con igualdad. Creían que el pueblo eran todos y todos trabajaban las tierras. La capitalidad de la nueva gran nación habría de estar en Cuzco, capital sagrada de los incas. Y el nuevo monarca que se eligiera debía serlo de la práctica totalidad de los territorios que comprendía Sudamérica, que alcanzaban desde el río Mississippí hasta la llamada Tierra de Fuego, es decir, Argentina, Perú, Chile, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Uruguay, y también se podrían adherir Venezuela, Colombia y otros territorios.
En principio, tuvieron aquellos líderes americanos la intención de revestir a la nueva nación que por ellos se pretendía crear de ciertos tintes europeístas de los regímenes que estuvieran más afianzados, para así darle de entrada una fuerte consistencia y mayor credibilidad de viabilidad y futuro. Incluso proyectaron que debería ser una monarquía constitucional lo más parecidamente posible a la que entonces tenía la corona inglesa. Es más, sorprendentemente, en principio pensaron en que podía estar al frente de la nueva gran monarquía algún príncipe portugués o español, pero la naturaleza portuguesa del futuro monarca pronto la desecharon porque algunos de los dirigentes eran del parecer que debía dotarse al rey instituido de un mayor prestigio que no le podía dar la corona del entonces rey de Portugal Don Juan; y, entonces, recurrieron a España, a cuyo efecto se nombró una comisión para que tratara de gestionar la entronización del hijo menor del rey Carlos IV, Francisco de Paula, pero la idea tampoco prosperó porque a ello se opuso la monarquía española que todavía tenía alguna esperanza de recuperar el dominio de dichos países, y también se opuso su hermano mayor, el que fuera Fernando VII.
Descartada la opción europea, el 6-07-1816 se celebró un congreso en Tucumán en el que prosperó la nueva propuesta de Belgrano, en el sentido de proclamar rey de la nueva nación a un descendiente del último emperador de Perú, aunque en principio no se hizo público el nombre para no despertar prematuros rechazos. Pero en la idea de Belgrano, conocida por parte de los congresistas, estaba la de entronizar como rey de la proyectada Gran Nación Sudamericana al quinto nieto de dicho emperador, Juan Bautista Tupac-Amaru, que había nacido en 1747 en Tungasuca, provincia de Tinta. Era hijo de Miguel Tupac-Amaru y de Ventura Monjarrás, y a su vez medio hermano de José Gabriel Condoncarqui, conocido como el Tupac-Amaru II, que encabezó la más potente insurrección contra España en las colonias de América en 1780, hasta que murió en combate. Y, precisamente, Juan Bautista se hallaba preso en el penal de Ceuta donde llevaba ya encarcelado unos 35 años.
Juan Bautista y toda su familia habían luchado del lado de los suyos contra los españoles hasta que en 1783 fue capturado y enviado preso, en principio, desde Cuzco a Lima, para ser luego deportado en el barco “El Peruano” hasta Cádiz el 1-03-1785, donde fue encarcelado en el castillo gaditano de San Sebastián, permaneciendo allí tres años para terminar siendo trasladado en 1788 al penal de Ceuta, donde estuvo confinado otros 35 años, junto con  varios compatriotas iberoamericanos, entre ellos el corsario maltés al servicio de Buenos Aires Juan Bautista Azopardo y el fraile Marcos Durán Martel; este último llegó también preso a Ceuta en 1813 y le ayudó a recuperar la libertad, que le llegaría el 3-08-1823. En el congreso de Tucumán Belgrano, San Martín y Güemes propusieron como rey al preso ceutí a pesar de sus 80 años de edad, y a punto estuvo de ser nombrado; pero la propuesta finalmente no cuajó porque se opusieron fuertemente gente de Buenos Aires y la burguesía de las demás provincias.
Juan Bautista Tupac-Amaru, según algunos historiadores, era una persona muy instruida; se había educado con los jesuitas, y fue el único sobreviviente de la familia de unos 80 Tupac-Amaru que fueron apresados tras la rebelión y que poco a poco fueron falleciendo. Al parecer, el preso en Ceuta ni siquiera había participado en dicha insurrección, porque se encontraba fuera, pero lo encarcelaron junto con toda su familia para borrar todo rastro de existencia de cualquiera que pretendiera levantar la bandera del imperio incaico. Fue puesto en libertad en 1820 tras el advenimiento en España del coronel Riego, después de haber sufrido 40 de cárcel. Tras ser puesto en libertad, en 1822 fue invitado por el gobierno de Buenos Aires, que lo reconoció como víctima de la dominación española, le dotó con una pensión y le encomendó escribir sus memorias, cuyo libro publicó en 1824 y que denominó “El dilatado cautiverio bajo el gobierno español de Juan Bautista Tupac-Amaru”. Sería muy interesante saber lo que escribió en ese libro sobre Ceuta. Y, finalmente, falleció el 2 de septiembre de 1827 cuando tenía 80 años, siendo enterrado en el cementerio de la Recoleta de la capital bonaerense en una tumba sin nombre y sin identificar, pero cuya pertenencia de sus restos al preso de Ceuta es del conocimiento del pueblo, que recientemente le ha homenajeado en señal de recuerdo y reconocimiento por los sufrimientos carcelarios que tuvo que soportar por la defensa de su país.

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