El predicador

Es cierto  que las llamadas religiones del Libro –judaísmo, cristianismo, islam– tienen problemas con la mujer. Siempre lo han tenido. Acaso su máxima sea aquella que dice: “En el mundo no habría hombres malos si no hubiera mujeres malas”. ¡Vaya por Dios! Recuerde aquella otra cita bíblica: “Por una mujer entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte”. Religión y mujer no casan bien. Son machistas y ‘hechas’ por el hombre a su medida. Las religiones del Libro han tenido muchos problemas con la mujer. Esas religiones del Libro hacen que la mujer tenga una especial relación con la culpa, las hacen culpables, y, por ende, tratan de esconderlas y hacerlas invisibles.  Y en no pocos países de religión islámica se las ‘cosifica’, se las rebaja a la condición de ‘cosa’, les hurtan su individuación. Siempre las han considerado como seres extraños, esquivos, dadas al engaño y a la promiscuidad. Portadoras del pecado, en suma. Les ha preocupado la mujer de una forma extraña, no entienden, esas religiones, sus necesidades y las características que la singularizan. Como nunca se han fiado de ellas, en esos libros llamados sagrados –Biblia y Corán– se leen numerosísimos ‘consejos’ para, así, domeñarlas, someterlas, controlarlas. Consejos que leídos con ojos del siglo XXI producen vergüenza y sonrojo. Esas citas, esas antiguallas, de esos libros –la Biblia y el Corán– que dañan a la mujer podrían bordear la ley.  Pero resulta paradójico que esas religiones del Libro han acuñado términos, como ‘reina’, ‘señora de la casa’ y otras estupideces para quitarle hierro al dominio al que someten a la mujer en sus religiones. Es una estratagema para disimular la laminación de su dignidad. Respecto de la mujer, todo en esas religiones es pura hipocresía, detrás de la cual subyace un temor reverencial a la mayor fortaleza de ella en todos los órdenes de la vida. Les tienen un miedo cerval que no les cabe en el cuerpo. Leyendo con cuidado textos de esas religiones, las referencias a una verdadera fobia contra la mujer son innumerables. La misoginia en el judaísmo, cristianismo e islam no tiene parangón con cualquiera otra realidad. Ejemplos: 1.- “La mujer (…) no es sino un error de la naturaleza, una suerte de hombre mutilado”, Sto. Tomás de Aquino. 2.- Omar ben al-Jattab informó que el Profeta dijo: “A un hombre no debe preguntársele por qué ha pegado a su mujer”, (Hadiz) (Abu Dawud, (5, 2142). 3.- “Pero si la acusación fuera verdad, habiéndose hallado no ser virgen la joven, la llevará a la entrada de la casa de su padre, y las gentes de la ciudad la lapidarán hasta matarla, por  haber cometido una infamia en Israel, prostituyéndose en la casa paterna; así quitarás el mal de en medio de ti”, (Deu. 22, 21). ¿Podemos considerar, hoy día, que todo esto era en sentido metafórico? ¿Se los podría tipificar como violencia de género?
Acaso sea porque quien esto escribe ha asistido a muchas prédicas durante el nacionalcatolicismo sobre la mujer, que la predicación de Malik Ibn Benaisa me suena a cosa oída. A viejo. A rancio. A casposo. Yo he escuchado a través de TV Ceuta algunos momentos de sus predicaciones y, en verdad, se siente vergüenza ajena. Considera a sus oyentes como menores de edad. Cuenta historias que hacen sonrojar de vergüenza. Sus sermones recuerdan a historias oídas con anterioridad. Mucho antes de que el señor Benaisa naciese, yo ya andaba escuchando prédicas muy semejantes a las suyas, y en concreto a su prédica sobre la mujer. Nada nuevo bajo el sol, ciudadano Benaisa. Aquellos franciscanos de mis años mozos nos contaban historias semejantes sobre la mujer a las que Benaisa cuenta a un auditorio embelesado por la espontaneidad y la ‘labia’ del predicador. Lo dicho más arriba, las religiones del Libro tienen un problema con la mujer, pero el islam no sabe cómo reconducir ese problema para adaptarse a los nuevos tiempos del siglo XXI. Claro, si dicen que es palabra dicha por el Profeta, entonces el problema de la mujer no va a poder ser reconducido y siempre será un rémora en sus comportamientos en las sociedades occidentales. A este respecto, no me resisto a transcribir un párrafo revelador escrito por el profesor Peces-Barba: “Predicadores que están fuera de su tiempo que predican desde una superioridad que ya no existe, como poseedores de una ‘verdad’ única e incontrovertible. Sus argumentos son a todas luces medievales”.
Por otro lado, a ojos ajenos al islam se ve muy extraño el comportamiento de las mujeres musulmanas que parece que gritan aquello de “¡Viva las cadenas”! Siendo la libertad “una esencia y un fin”, esa servidumbre voluntaria nos resulta muy difícil de comprender. Son tratadas como menores de edad y, sin embargo, aceptan ese papel secundario. Pudiendo escoger entre ser y estar sometidas o ser libres, rechazan la libertad y aceptan el yugo. Aceptan su servidumbre voluntaria a pesar de la misoginia y del oscurantismo de su religión. Esa postura que han adoptado esas mujeres que se dieron cita para desagraviar al predicador Benaisa puede que más tarde las lleve a enarbolar el consabido victimismo.
Entretanto, la ‘pequeña Ceuta’ ha perdido su ingenuidad, su virginidad, su candor, su inocencia, y se ha vuelto recelosa, desconfiada, suspicaz. Creía que esa mitad de la ciudadanía de confesión islámica caminaba decididamente, con paso firme, junto con la otra mitad, hacia el futuro, con un espíritu crítico que la animaba a reflexionar sobre su comportamiento consigo mismo y con los demás, huyendo de esas comunidades cerradas en las que “domina la ira de Dios en forma de predicador, de clérigo, de disciplina”. ¡Cuán equivocada estaba! Pareciera, pues, que la ‘pequeña Ceuta’ hubiera estado tratando con esos clérigos barbudos y misóginos que usan el viejo truco de decirle a cada uno la mentira que quiere oír para satisfacer a todo el mundo. La “takya”, vamos.