Categorías: Opinión

El polvorín

Ceuta, ciudad de contrastes. La inconsciente peregrinación por la indiferencia en busca de una nueva definición, nos ha llevado a consagrar la desigualdad como la seña de identidad más característica de nuestro modo de vida. La casualidad hizo coincidir en la pasarela mediática dos hechos que reflejan perfectamente esta permanente dicotomía. Mientras la multitud de asalariados del PP galopaba eufórica por el mundo de sus encuestas electorales, comprobando que podrán estar otros cuatro años esquilmando impunemente las arcas públicas; los representantes de la sociedad civil se angustiaban al constatar el progresivo deterioro de la convivencia que se está  produciendo en “El Príncipe”. Nos detendremos en lo importante.
Sólo una sociedad liderada desde la irresponsabilidad se podría permitir el lujo de permanecer impasible ante un fenómeno social como el que se está desarrollando en la barriada del Príncipe. La grieta en el muro de la concordia se está ensanchando peligrosamente. Se cierne una amenaza cierta. Los hechos y los datos son rotundamente elocuentes. Quizá su expresión más punzante y convulsa esté relacionada con la inseguridad ciudadana. Pero  esto no es más que un síntoma. Allí está tomando forma una sociedad paralela regida por otras claves y otros códigos. Resulta inconcebible que esto pueda suceder en una Ciudad que es la apoteosis de la densidad. Vivimos en un reducto inalterable extremadamente limitado, en el que es imposible movernos sin tropezar unos con otros. Sólo se puede ignorar lo que deliberadamente se quiera ignorar. Ante una preocupación que se palpa en el ambiente,  la respuesta de las instituciones públicas ha sido ocultar (con torpeza), minimizar (con cinismo) y disimular (con hipocresía). La pobreza intelectual del discurso del Gobierno ante las críticas por este asunto es deprimente a la par que ilustrativa.
Lo verdaderamente grave es que ante uno de los problemas más serios de la Ciudad, no es que no existan soluciones, es que ni siquiera tenemos un diagnóstico riguroso y fiable. Falta, como siempre en  Ceuta, reflexión ordenada, sosegada y sincera. La vida pública se sostiene en titulares de prensa fútiles y efímeros. Provisionalidad genética.
El primer gran error consiste en intentar definir El Príncipe como un ente uniforme. Estamos ante un mosaico de realidades muy diversas que se superponen con intensidades variables y expresiones multiformes. No es fácil extraer conclusiones. Lo que allí sucede es el resultado de una serie de vectores independientes que confluyen en un reducido espacio cada vez más insondable. Por ello es urgente descifrar aquel jeroglífico antes de que la irreversibilidad lo haga letal.
Algunas de las circunstancias más relevantes han sido objeto de tratamiento (aunque superficial), y sus efectos son reconocidos (más o menos). El paro, el fracaso escolar prematuro, la invertebración urbanística y la falta de equipamientos, conducen inexorablemente a la marginación. Es un caldo de cultivo inmejorable para la reacción antisistema. Otros factores, obvios, producen más vértigo a la hora de su análisis. La delincuencia enquistada, que se aprovecha de la confusión dominante, y el asentamiento de la inmigración clandestina, son invisibles para nuestras incompetentes administraciones. Sin embargo, existe un componente sobre el que nunca se habla y que tiene una gran importancia y trascendencia. No conviene perderlo de vista. Gran parte del problema del  Príncipe es imputable a hechos que tienen su origen en otros ámbitos. La barriada se está instituyendo como el emblema de un gran desafío. Actitudes racistas y/o despectivas hacia los musulmanes, que se producen en toda la Ciudad (habría que tomarse muy en serio el trato que se dispensa a las personas, en especial a los jóvenes, desde todas las instancias representativas de autoridad), van generando un sentimiento de colectivo identitariamente diferenciado, que encuentra en El Príncipe su referencia de fortaleza inexpugnable por el (considerado) enemigo. Inquietante.
Lo terrible de esta situación es lo que subyace. El PP gobierna la Ciudad inspirado en los registros racistas que emanan de la “Ceuta profunda” (nostálgicos que viven agarrados con desespero a un pasado ya periclitado).
Lo envuelven con un discurso almibarado y correcto, homologable con los principios democráticos; pero sus pautas de comportamiento quedan nítidamente explicadas con los latiguillos que, en privado, repiten los recalcitrantes de la división, de poderosa influencia (acaso hegemónica) en el PP. Si alguien se acerca a uno de estos círculos para conocer su opinión sobre El Príncipe, oirá: “mientras se maten entre ellos…” El Gobierno de la Ciudad, evidentemente, no dice esto públicamente; pero actúa como si lo pensara. Esa es la gran tragedia.

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