Algo hemos escrito sobre el acuciante y hasta obsesivo problema de la capacidad de carga sobrepasada por nuestra ciudad y del incremento innecesario de la población ceutí, sea esta legalmente establecida o, por el contrario, se encuentre en un régimen de ilegalidad flagrante. No será por nuestra tabarra, cual pájaro agorero, por la que solucionaremos los problemas, sino por la sinergia colectiva que abra los ojos a los que no quieren ver y, por su merced, se planten las semillas de la implicación y la corresponsabilidad social, económica y ambiental.
Que duda cabe que viajar amplia los horizontes mentales y favorece la comparación entre territorios que pueden estar muy distantes entre sí. Por eso, a nuestro artículo interesa hacer algunas reflexiones al respecto de lo que estamos comentando sobre la sostenibilidad y la capacidad de carga de los territorios teniendo a la población como hilo conductor de nuestra argumentación. El territorio ceutí y el actual Líbano comparten en común un síntoma acuciante de descomposición social que vamos a intentar explicar (con nuestros escasos conocimientos) desde la perspectiva de la sostenibilidad. Huelga indicar que en el caso del Líbano la situación geográfica es clave para comprender el ambiente de caos y desbarajuste que vive el país. Pero, dejando al margen los centros de concentración islámica (al norte y sur del territorio libanés), vamos a dirigir nuestra mirada al centro del país que posee la mayor concentración de cultura cristiana, sea esta católica, ortodoxa o maronita del país. Gracias a sus montañas y su medio natural privilegiado el Líbano es una especie de vergel rodeado de desierto, en el que se erige como una especie de esfinge natural deseada por todos, y posiblemente sea este uno de los motivos por los que el país se encuentre en el estado lamentable de confrontación en el que está. Pero vamos a nuestro argumento comparativo, desde Beirut hasta la península de Anfe al norte se ha establecido un capitalismo salvaje y desarrollista que lo invade todo haciendo de las carreteras un mosaico infame de publicidad y contaminación lumínica que penetra más allá de los sentidos.
De alguna manera, la camaleónica civilización fenicia, como ha hecho desde el principio, continúa asimilando modelos de desarrollo económico dónde poder establecer sus estrategias comerciales, y ahora se limita a seguir el guión instaurado en la era del capitalismo más agresivo que se conoce: el nortemericano. A pesar de los conflictos armados y el terrorismo crónico, el gran problema del Líbano es la depredación territorial y el aumento de la población, junto con el culto a la propiedad privada, de hecho gran parte de la costa está en manos privadas. El caso es que la expansión territorial está subiendo por los montes en forma de rascacielos en un intento de conservar algo de territorio con el fin de poder realizar los movimientos diarios más elementales. En esta locura colectiva de incremento de la población y ocupación territorial se pueden ya observar síntomas espeluznantes relacionados con este problema que toma forma a través del caótico tráfico rodado, una marea de caucho y metal que se lleva todo por delante, sin la más mínima contemplación. El nerviosismo y los comportamientos histriónicos e inmaduros están al cabo de la calle, y seguro que la presión demográfica que los ahoga es, y no solo el conflicto crónico al que por otra parte están acostumbrados desde el principio de los tiempos humanos, una variable de peso para entender las situaciones demenciales que hemos presenciado de visita por esos lares. Es también una sociedad subvencionada por las fortunas libanesas residentes en el extranjero y esto también está generando modelos de vida algo extraños e inapropiados para los que han sido desde el origen de la civilización occidental los campeones de la compra venta a través del Mediterráneo. En el caso del Líbano, un modelo económico-comercial productivo con unas inyecciones de subvención “bienintecionada” y unas aglomeraciones poblacionales impresionantes están generando el actual modelo de desarrollo libanés, el cual resiste todavía por las enormes reservas acuíferas, su cordillera montañosa y su adhesión a la agricultura (hay que recordar que se inventó en la cercana Mesopotamia) en los espacios que todavía la depredación urbanística no ha conseguido alcanzar. La pesca artesanal está prácticamente perdida y la mayor parte del pescado fresco de consumo diario procede de la costa turca. Seguro que ya han percibido algunas semejanzas con nuestra bonita y marinera Ceuta, al fin y al cabo la descomposición social a la que aludimos proviene también del choque entre dos formas de ver la vida y el peso respectivo de sus propias historias. Está claro que estamos hablando de escalas territoriales muy diferentes pero las claves o la clave es la misma: un territorio que no puede hacerse cargo de la población de seres humanos que soporta con su actual nivel de demanda de recursos naturales. En el caso de Ceuta, el nivel de conflictividad al que aludimos anteriormente no existe y afortunadamente no se tiene la sensación de que la vida no vale nada, pero tiempo al tiempo si se continúa con una política tuerta e infantil permitiendo los guetos en distintas zonas de la ciudad. Los asesinatos y los tiroteos frecuentes en el Príncipe son una clara advertencia de lo que puede sobrevenirnos en cualquier momento, por no hablar del asunto del nuevo centro penitenciario que concentrará la delincuencia marroquí de nuestro país en Ceuta. Otro asunto que puede ayudar, llegado el momento oportuno, a la descomposición, decadencia y degeneración social es la religionización de la política o lo que es lo mismo la promoción de la religión oficial del partido en el poder. Este es un error de bulto de la política actual de nuestro presidente y entendemos que debe cesar cuanto antes. Señor Vivas, deje de subvencionar los ritos cristianos y jugar con la historia portuguesa e indique un camino laico a seguir a los partidos que profesan la religión islámica y abra el abanico de la historia como paraguas protector de todos. Nadie quiere renunciar a su herencia histórica y puede que muchos de nosotros como Hannah Arendt sintamos gratitud por todo lo que nos ha sido dado y no hemos hecho, pero Ceuta es un gran caleidoscopio histórico y la simple prudencia y sentido común político, si es que esto existe, aconseja no acentuar ningún aspecto histórico desde el estamento oficial. De lo contrario no habrá autoridad moral ni política que frene la tamborrada del Ramadán.
Vivir por encima de nuestras posibilidades está siendo la tónica o el signo de nuestro tiempo, por estas faltas del carácter colectivo han surgido los problemas económicos que nos acucian. En el caso de Ceuta, el provincialismo recalcitrante de las castas ceutíes juega en contra de nuestra supervivencia como ciudad, al menos tal y como la conocemos. Una sociedad acostumbrada a esconder sus miserias y mirar para otro lado cuando el espectáculo no le interesa está condenada al inmediatismo existencial y, por lo tanto, a su pronta y profunda transformación o desaparición. Ciudad de monopolistas subvencionados, de catetos que miden su ascenso social por lo coches que conducen, la ropita que lucen o los clubes a los que pertenecen. Sociedad de locos por la propia estabilidad de sus vidas apagadas y monótonas. ¿En qué sabio tratado clásico o actual se lee que haciendo toda la vida lo mismo se alcanza la felicidad? Menudo pacto con el diablo el que se hace de por vida si se decae en productividad, languideciendo en el manto de la infelicidad y exportando tóxicos sentimientos. Claro que el exceso de ingresos económicos y la falta de aficiones productivas revitalizantes ayudan a causar ceguera vital y a convertir a las personas en muertos vivientes. Nuestra sociedad caballa representa fielmente a las buenas gentes provincianas de siempre, reflejadas por ilustres plumas a través de las épocas, el último relato al respecto que hemos leído está magníficamente guiado por la literatura de Julio Fajardo cuya novela el “Polvo bajo la Alfombra” recomendamos. Gentes presumidas y perversas que se pavonean por cualquier nimiedad y despellejan al prójimo por pura y nauseabunda envidia. En Ceuta, la maledicencia y el escarnio están al cabo de la calle y se revisten de hipocresía para mostrar las virtudes que no se poseen en un teatro social que persigue ocultar la mediocridad escondida. Como cualquier niño malcriado y mimado el corpus social al que nos referimos es el mayor obstáculo para el desarrollo de esta ciudad y está claro que serán el mayor y más efectivo Armagedón para la urbe que conocemos hoy en día. Mientras se rebozan en la indignidad constante y el silencio cobarde, una marea silenciosa avanza sin piedad, pero la naturaleza pueril e irresponsable les impide atacar los problemas de frente y prefieren lavarse las manos constantemente, al fin y al cabo siempre les queda su pisito de la costa del sol.
Vemos con esperanza como se está intentando reaccionar por parte de la Delegación del Gobierno con respecto al polvorín que es el Príncipe. Esta es una labor coordinada en la que el gobierno de la ciudad tiene que colaborar y no escatimar esfuerzos para solucionar la situación de ilegalidad en la que se encuentran muchos en nuestra ciudad. Para ello, señor Vivas debe usted hacer un esfuerzo de superación y permitir que los mejores y no los meapilas aduladores ocupen los puestos que se necesitan para ayudar a resolver los problemas. No tenga miedo del talento y la brillantez y deshágase de su cohorte de mediocres y aduladores para que entre aire fresco y se pueda generar conocimiento sin sometimiento a los dementes gurús fagocitadores, nuevas ideas económicas que no hagan fracasar los monopolistas de siempre y se desarrollen las producciones artísticas sin que los hacedores de mobiliario urbano se lleven los pocos recursos que se destinen a estas finalidades. No hay mucho tiempo para la frivolidad y pensamos que las cosas avanzan por el empeño de personas brillantes y capaces, por este motivo, señor Vivas no permita por más tiempo que gran parte de las instituciones de esta ciudad que son vitales para nuestro desarrollo estén controladas por cualquiera.
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