El concepto de orden público es amplio. Muy amplio. En él encuentran cobertura nociones relacionadas con la seguridad y el orden en sentido estricto. Viene a suponer la puesta en práctica de que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Se supone, que desde el respeto y la educación, cada cual puede ejercer los derechos que le corresponden salvo que se haya declarado el estado de excepción o de sitio.
Pero el orden público no deja de ser un concepto bastante indeterminado por lo que dependiendo del criterio de quien gobierna será más o menos restrictivo.
Hacer una interpretación extensiva del orden público por parte de quien gobierna podría entrar en confrontación directa con principios constitucionales. El derecho de reunión, de manifestación y de libre expresión, entre otros, podrían ser injustamente reprimidos al estilo de los sistemas dictatoriales supuestamente extinguidos. La libertad de expresión supone, siempre desde el respeto, decir lo que se piensa. Transmitirlo. Se puede transmitir de muchas formas. Tantas como le son permitidas a una persona para expresarse. Desde hacerlo verbalmente, a hacerlo por escrito, llevando una prenda reivindicativa o una pancarta para transmitir lo que pensamos.
Y es que es precisamente eso, la diversidad de opiniones y la libertad para expresarlas lo que hace de nosotros verdaderos ciudadanos.
Lamentablemente ocurre que muchas veces se reprende, se castiga o se amenaza, sutilmente claro, ese ejercicio por cuestiones de supuesto orden público que en absoluto lo son.
Hoy por hoy, es fácil observar a veces cómo tras un supuesto motivo de alteración de orden público lo que realmente se esconde es el miedo del que tiene la sartén por el mango, el que gobierna, de que comiencen a aparecer, públicamente, ciudadanos y ciudadanas que manifiestan su malestar y su desesperación porque no ven mejora alguna en temas que nos abofetean a diario.
Temen que se pueda producir un contagio social en virtud del cual la gente diga lo que realmente piensa y no lo que le gusta oir a quienes mandan….aferrados al poder como a un clavo ardiendo, más de uno se afana en desvirtuar hasta con mentiras cualquier crítica que se le haga.
Otros, recurren a todos los medios a su alcance para callar bocas. El ejercicio político es a veces tan sucio y putrefacto que causa vergüenza ajena.
Actualmente, parece que gobernar es un compendio de lo que no debería ser la política bajo ningún concepto. Lejos de los ideales, a más de uno, lo único que le preocupa es que le va el sueldo en ello. Triste y sórdida realidad que se nota especialmente en nuestra ciudad.
Ante las manifestaciones de disconformidad con el gobierno, no se puede, o mejor dicho no se deberían, alegar por este razones de orden público para reprimir o hacer desistir de esa pretensión a otras personas que están disgustadas con quienes mandan. La represión de las opiniones públicas discordantes no son propias de un sistema democrático si no de las peores cualidades de los sistemas fascistas, con los que se pretende poner freno a cualquier intento de cambio social que pueda representar algún tipo de amenaza de quienes dominan y marcan las pautas actualmente.
Aun así, el cambio llegará.
La cuestión es cuánto tardará en llegar.
O más bien ¿cuánto queremos que tarde en producirse el cambio?