El ‘picudo rojo’ pierde la batalla

Atiende al nombre científico de Rhynchophorus ferrugineus  y ha sido, desde 2009, una de las pesadillas con las que han tenido que lidiar los técnicos de Obimasa, la sociedad municipal dependiente de la Consejería de Medio Ambiente. No en vano, el picudo rojo, un  coleóptero originario del Asia tropical, comenzó ese año su particular  campaña de destrucción de palmeras en Ceuta, su víctima preferida, hasta el punto de que la Ciudad se vio obligada a declarar a finales de octubre de ese año la existencia de una plaga contra la que, desde entonces, ha movilizado efectivos y recursos económicos. El objetivo no era otro que sanear , preservar e intentar recuperar el mayor número posible de los ejemplares que constituyen uno de los principales activos de su patrimonio medioambiental.
Cuatro años y medio después, la amenaza parece haber pasado a mejor vida. Obimasa cerró 2013 sin registrar caso alguno de infecciones de palmeras por efecto de ese agente nocivo. Un cero en el balance anual que permitía concluir que lo peor ha pasado, dejando atrás las 53 infecciones de 2009, la escalada hasta 105 en 2010, las 37 de 2011 o las seis de 2012, el último ejercicio  con ejemplares afectados. En total, el Rhynchophorus ferrugineus se hizo fuerte en 201 palmeras dispersas por toda la ciudad con consecuencias nefastas: 174 insalvables que Medio Ambiente se vio obligada a destruir para contener el avance.
Superada la fase crítica, el picudo rojo parece haber perdido la batalla. “Han sido casi cinco años de tratamientos y hubo que acabar con muchos ejemplares, pero podemos decir que hemos sido capaces de controlar la plaga y de mantenerla en unos niveles bajísimos. De hecho, hace más de un año que no detectamos ejemplares afectados”, celebra José Luis Ruiz, el técnico de Obimasa que ha coordinado las sucesivas campañas de combate contra el invasor. Batalla biológica y química
Para revertir el escenario hasta la mínima incidencia actual, el Rhynchophorus ferrugineus se ha visto cercado desde 2009 por agentes biológicos y químicos. Tanto, que en esos casi cinco años Obimasa ha aplicado más de 41.600 tratamientos fitosanitarios. En juego estaba salvar al mayor número posible de palmeras afectadas de entre las casi 3.000 que la Ciudad tenía contabilizadas en todo su territorio en el último registro. En total, hasta siete tratamientos durante 2013 por cada ejemplar para reforzar la prevención y evitar nuevas invasiones. De ellos, seis de carácter biológico –inofensivo para el ser humano– con un curioso procedimiento: se rocía la planta desde arriba con una ducha de miles de Steinernema carpocapsae, un gusano microscópico que penetra en el cuerpo del picudo rojo pos su orificios, se reproduce en su interior y acaba matándolo. El quitosano, un elemento potenciador extraído del caparazón de la centolla, hace el resto potenciando el crecimiento de la palmera. El séptimo de los tratamientos que completa el ciclo anual, el químico, fumiga la planta con insecticida (Imidacloprid).
Pese a las 174 pérdidas, Obimasa celebra haber reducido a la nada una invasión que se había extendido por toda la ciudad, concentrándose en su mayor parte en el área de la Barriada Postigo y Embalse del Renegado, con el 38 por ciento del total de palmeras afectadas; Cepsa-Cría Caballar, con otro 18 por ciento; Los Rosales (16,4 por ciento), la Hípica o la ULOG-23 (5 por ciento), pero que  a partir de 2010 comenzó a retroceder hasta difuminarse el pasado año. Como refuerzo, la Ciudad acaba de encargar a la sociedad estatal Tragsa el trabajo de control y refuerzo de los tratamientos con un contrato valorado en 445.000 euros. Todo sea por cercar, aún más, al invasor menos deseado. Un invasor voraz que llegó a poner en jaque al palmeral de Elche Ha amenazado con devorar el palmeral de Elche, la mayor concentración de la especie de Europa por metro cuadrado, el de Málaga, el de Jerez o el de Valencia. El picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus) es una especie de coleóptero curculionoideo originario del Asia tropical. Su tamaño puede oscilar entre los dos y los cinco centímetros y su color rojizo ferruginoso lo hace inconfundible. Su acción es letal, ya que su larva perfora galerías de más de un metro de longitud en los troncos. Sus víctimas preferidas son las palmeras, en todas sus variedades, aunque se han constatado ataques en palmitos y cocoteros. Las planta afectada se vuelve amarillenta y se marchita. El control de la plaga es complicado y en muchos de los casos obliga a destruir el ejemplar afectado.

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