Opinión

El patrimonio arquitectónico urbano pertenece a todos

Hace demasiado tiempo que soportamos los continuos derribos de inmuebles con fachadas históricas relevantes para que nos llene de perplejidad una nueva pérdida. Las mutilaciones del tejido urbano más preciado de Ceuta son dolorosas y siempre conllevan el hurto de un espacio sentimental y emotivo que no puede reemplazarse. Las mitologías primitivas se tomaban muy en serio la comunión con la naturaleza y los lugares sagrados o misteriosos, los objetos e hitos naturales o elaborados cobraban vida para los antiguos y se presentaban ante ellos como entidades con alma. Por estos motivos, las culturas chamánicas basadas en la caza adoraban a sus animales y entendían que se podrían resucitar de alguna forma las reses abatidas. En algunos lugares secretos existen catedrales dedicadas al culto antiguo de la caza y la adoración de los animales cazados y por cazar, en las que se piensa que hay incluso representaciones de un dios animal adorado por los hombres de la prehistoria. Las cavernas de Trois Frères en el sur de Francia y la experiencia narrada por Joseph Cambell al respecto son suficientes para entender la inmensa atracción que ejercen estos lugares. Dios es la fusión de hombre y naturaleza animal para los cazadores paleolíticos, según quedó reflejado en esta catedral sacralizada de los chamanes europeos.
Algo se ha reflexionado sobre la magia de los lugares y su acción sobre nuestra psique, aunque L. Mumford ya señalaba la gran importancia de los hitos naturales rocosos para mantener las raíces territoriales de los cazadores. Los mamíferos, y quizá muchos otros animales, reaccionamos ante el espectáculo natural de forma genuina, como por ejemplo nuestros perros que, con sus gritos de alegría y otras expresiones de júbilo, nos indican cuando llegan a un lugar al que reconocen con placer. Sí es cierto lo que expresan algunos sobre la ciudad, “que es el habitat del ser humano” y, aunque tengo mis múltiples dudas al respecto, entiendo el entorno urbano como una forma de domesticación del hábitat con estilo, gusto y sostenibilidad, en lo que respecta a la ciudad medieval y al mundo rural en general. Sin embargo, me parece un artificio forzado, sucio, ruidoso y muy confortable para los flojos de espíritu cuando pensamos en la ciudad moderna y entregada al tráfico rodado y la aceleración de la vida. Ceuta no tiene la gracia de la ciudad medieval, pero sí el enorme atractivo de estar rodeada de mar y monte allá donde se posa la vista y, a pesar de la irresponsabilidad política y ciudadana, todavía hay calles y barrios que conservan lugares con mucha magia y que elevan nuestro espíritu y nos conectan con el pasado si hemos podido desarrollar la sensibilidad mínima para apreciar el patrimonio cultural. A pesar de la destrucción generalizada en nuestra ciudad, se hallan pequeños “genius loci” en rincones dispersos de la geografía urbana.
Todavía existen fachadas de edificios emblemáticos que nos hacen vibrar de emoción y es posible seguir el desarrollo urbano de la época del protectorado a través de los escasos inmuebles que todavía nos quedan en pie. Cuantas fortunas se hicieron en esta ciudad gracias a la colonización del norte de Marruecos y cuanta destrucción del territorio que ya nunca fue el mismo desde la mencionada época de desarrollismo económico. Los que somos hijos de aquella ciudad de frontera y africana con cultura mestiza crecimos rodeados de estas edificaciones modernistas, y sus improntas quedaron no solo en las calles sino también se pegaron como estampas en el álbum de nuestro mundo interior. El ser humano no puede vivir una vida de constantes cambios bruscos y desenfrenados sin pagar la factura psíquica correspondiente, en esto creo que seguimos siendo muy neolíticos y solo los muy economicistas y desalmados pretenden renovar la ciudad constantemente sin que aparentemente les afecten los cambios de identidad. Ciertamente, la destrucción en Ceuta del patrimonio arquitectónico ha sido pasmoso y especialmente acelerado en los últimos veinte años.
Pocos han sido los edificios que se han librado de la quema, y muchos son los que esperan el derribo inexorable. A pesar de la importancia de los inmuebles antiguos y de valor patrimonial para garantizar la vitalidad de los barrios y ser una de las condiciones importantes para que se produzca diversidad urbana, en nuestra querida ciudad, no parecen existir urbanistas sensibles y en su lugar hay una suerte de demoledores de lo antiguo que sustituyen lo patrimonial por nuevos, modernos y costosísimos edificios que los enriquecen a costa del sufrimiento económico y vivencial de todos. Vivir en una ciudad afeada, destripada de autenticidad, es una condena que nos imponen los opulentos y los representantes políticos o cómplices útiles de estos poderes. Y todo esto muy a pesar de encontrarnos en la época de menor opacidad en el poder (como comenta el profesor Daniel Innerarity en su libro “política para perplejos”) y en la que mucho se llega a conocer a través de las tecnologías de la comunicación y la enorme aceleración e inmediatez que proporcionan.
Sin embargo, en la marinera y mágica ciudad los viejos mecanismos del poder continúan funcionando en un calculado tardofranquismo burocrático plagado de ignorantes fieles servidores del capital. Y es por esto por lo que los postulados capitalistas, pero inteligentes, de la insigne urbanista Jane Jacobs no son tenidos en cuenta y estamos perdiendo sin planificación la mayor parte de los edificios emblemáticos, no teniendo en cuenta los mecanismos que incrementan la diversidad urbana. Los edificios con reconocido valor patrimonial incrementan la diversidad de las calles y sirven de atracción a otros servicios y ciudadanos que desean habitar una zona con personalidad cerca de otras calles más bulliciosas.
Un nuevo inmueble, el número dos de la calle Isabel Cabral está desatendido y amenazado por la especulación. Su fachada única y su forma llenan de gracia la plaza y todo el entorno rodeado de edificios sobrios, junto a otro inmueble con forma de barco constituyen un conjunto original que merece mucho ser conservado para el futuro. Como bien ilustra Jacobs, los edificios patrimoniales elevan el caché del barrio y logran atraer personas con gusto y sensibilidad. Además, si bien su distribución no es muy apropiada para aumentar el número de vecinos tiene unos espacios amplios que han servido para que se instale un negocio de restauración gastronómica de alta calidad muy frecuentado por los ceutíes, que por cierto ofrece puestos de trabajo para varias familias; alrededor están creciendo otros negocios que están aumentando la vida económica del barrio. En este edificio se encuentra la casa en la que habito y uno de los espacios urbanos donde tengo los recuerdos más entrañables de mis padres así como los sentimientos más profundos de pertenencia al lugar de mi infancia. En este espacio he dedicado no pocas horas a la elaboración de un buen número de mis trabajos científicos tanto en relación a Ceuta como a otras partes del mundo por el que tengo la suerte de moverme con diferentes campañas científicas. Todo esto hace que exista un vínculo muy especial con este edificio y con el barrio en general que me provoca una indignación productiva cuando pienso en el abandono que sufre el edificio actualmente.
Desde la asociación entendemos que alguna solución que incluya, al menos, la conservación de la fachada del edificio debe tenerse en cuenta antes de hacer un empobrecedor negocio que solo ofrecerá dinero a algunos mientras nos privará a todos de disfrutar de un emblemático edificio catalogado. En cualquier caso nos preguntamos donde han quedado las promesas de división horizontal y venta a cada uno de los vecinos de sus respectivas viviendas. Podríamos estar, en el futuro, ante otro caso de desalojo por ruina económica o incluso de desahucio de sus vecinos por ruina real de la edificación debido a un deliberado abandono. La indignación productiva debe servir para intentar hacer algo por este interesante patrimonio antes de que sea demasiado tarde.

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