Categorías: Opinión

El paso de Benzú

El tumultuoso desaguisado provocado en El Tarajal ha concentrado la atención de la vida pública de la Ciudad en las últimas semanas.  La formidable sacudida en la opinión explica las claves del conflicto siendo a su vez causa y efecto. Un análisis correcto de este fenómeno exige la actualización de las coordenadas en las que se fundamenta. Si las decisiones se adoptan en función de criterios desfasados en más de una década, el resultado no puede ser más que una catástrofe. La Delegación del Gobierno  está imbuida de un modo de pensar tan obsoleto que infunde grima.
La frontera de El Tarajal se ha convertido en un elemento clave de la vida en Ceuta. El tránsito, en la doble dirección, se ha multiplicado exponencialmente. El espectacular crecimiento y desarrollo del norte de Marruecos, acompañado de la reorientación (más forzada que voluntaria) de nuestra realidad económica y social, han situado el espacio transfronterizo en el eje central de funcionamiento de la Ciudad desplazando, incluso, a la travesía del  estrecho. Por eso, analizar el problema de los Polígonos ciñéndose a la dicotomía economía/seguridad de antaño, sin más consideraciones, sólo puede conducir al error. En aquella zona confluyen dos cuestiones relacionadas pero independientes: por una parte, la necesidad de ordenar  la actividad comercial de los Polígonos; y por otro lado, la obligación de dotar a la aduana (o paso fronterizo, utilizando un término más riguroso) de las condiciones mínimas de calidad que debe exhibir una Ciudad europea del siglo veintiuno.  No se puede diseñar un modelo económico de futuro, basado en las interrelaciones económicas con Marruecos, procurando captar la demanda  de la emergente clase media de aquel país, y tener un paso fronterizo espantoso, más propio del siglo diecinueve (siendo generoso).
Como en infinidad de ocasiones, los hechos nos han vuelto a sobrepasar. Quizá el impenitente repelús de mirar al sur, ha impedido que nos diéramos cuenta de cómo evolucionaban las cosas y no se tomaron a tiempo las decisiones adecuadas. Hoy sólo nos queda sentir vergüenza.  Ajeno a todo esto, el Delegado del Gobierno se ha hecho portador de una corriente de pensamiento, muy asumida entre los sectores más reaccionarios, según la cual, los polígonos son un foco de actividades delictivas de todo tipo,  la mayoría en manos de extranjeros, que no generan empleo y que el coste de su mantenimiento es quizá superior al de los réditos que produce. Pensando así, parece hasta normal que no se evalúen las consecuencias de las decisiones que se han tomado. Si a esto se añade el discurso de “la seguridad por encima de todo”, como una especie de mantra ante el que no cabe discusión, ya tenemos legitimada una política que nos ha llevado a un caos delirante. El desastre es tan obvio que no es preciso abundar en explicaciones. Sólo la Delegación del Gobierno, erigida en una especie de Polifemo ciego se niega a verlo. Cuando no se pueden sostener las posiciones políticas con argumentos, sólo cabe apelar a los lugares comunes (pirómanos y bomberos, y varitas mágicas) y al victimismo. Mucho más noble, y sobre todo sensato, sería reconocer errores, escuchar, y rectificar.
Reconducir la actual situación requiere un consenso amplio en torno a los objetivos que pretendemos y los instrumentos que podemos emplear para conseguirlos. Con esta intención, apuntamos algunas ideas. Uno. La actividad comercial de los Polígonos, aún reconociendo todos los problemas que allí se generan, es una parte muy importante del sector privado de la que en estos momentos no podemos prescindir. Objetivo indiscutible debe ser la protección pública de la actividad económica de los Polígonos. Dos. Esto no se puede traducir en inhibición. La dignificación de los polígonos es una necesidad imperiosa. En todos los sentidos. Limpieza, seguridad, servicios (accesos, aparcamientos, áreas de descanso), tráfico, trato a los clientes, regularización administrativa y laboral, etc. Las administraciones públicas no pueden rehuir sus responsabilidades. Tampoco los empresarios. Tres. La aduana de El Tarajal debe sufrir una transformación  radical. Sin renunciar a las pertinentes medidas de seguridad, se debe garantizar un tránsito ágil, dispensando a los viajeros un trato amable y considerado; y dotándola de servicios e instalaciones acordes con la imagen de modernidad que aspiramos a transmitir.
¿Son compatibles estos objetivos a corto plazo? ¿Se puede reclamar una aduana “normal”, de manera inmediata, si por tan estrecha vía tienen que pasar  miles de porteadores diarios a pié? Es muy complicado. Por eso es  preciso encontrar alternativas. Ofuscados no saldremos del enredo. Quizá ha llegado el momento de plantearse, con seriedad, la posibilidad de reabrir el paso de mercancías por Benzú. Su cierre, hace una década, estuvo motivado por los incidentes de orden público que se producían diariamente (incluyendo apedreamientos a la Guardia Civil). Pero desde entonces las circunstancias han cambiado sustancialmente.  Con las medidas de vigilancia actuales, es relativamente sencillo abrir nuevamente el paso, garantizando las condiciones de seguridad deseadas. La apertura de Benzú, desviaría el paso de mercancías hacia aquella zona despejando El Tarajal y permitiendo acometer con éxito importantes medidas de mejora a muy corto plazo. Diversificando los espacios lograríamos compatibilizar ambas actividades. Es cierto que cualquier solución pasa, ineludiblemente, por el beneplácito de Marruecos. Nada es fácil. Pero merece la pena explorarlo.

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