La memoria humana es frágil y selectiva. Tendemos a olvidar muy pronto todo aquello que hemos vivido en el pasado inmediato. Nuestro recuerdo del periodo de confinamiento obligado por la pandemia del COVID-19 difiere, en cada caso, según nos ha afectado en el ámbito personal, familiar y laboral. Mi recuerdo es el de un tiempo sombrío. El psicoanalista junguiano Murray Stein ha tenido la misma sensación que yo he sentido. Ambos hemos percibido una sombra, una “Umbra Mundi”, que ha oscurecido la tierra durante varios meses. Otras personas han compartido esta sensación y percepción. Desconocemos la procedencia de esta sombra y la razón de su repentino surgimiento. En su paso por el planeta, la “Umbra Mundi” está absorbiendo muchas vidas humanas y dejando un rastro de terror, miseria y odio, pero también de un renovado sentimiento de amor a la vida y a la naturaleza. Tal y como ha comentado en estos días el pensador y escritor Richard Louv, “el hambre de conectar con la naturaleza está en su punto más alto”.
El mismo día en el que se permitió salir a practicar deporte o pasear, el Monte Hacho y otros espacios naturales ceutíes se llenaron de gente. Han sido muchas las personas que me han comentado las notables diferencias que han notado en su manera de percibir el entorno urbano o natural circundante tras el confinamiento. La luz parecía más intensa que nunca, los colores más fuertes y los sonidos más variados. Es como si redescubrieran un lugar distinto. La cotidianidad nos hace minusvalorar aquello que poseemos o tenemos a nuestro alcance. A este respecto, escribió Ralph Waldo Emerson que “si las estrellas aparecieran una noche cada mil años, ¡cómo las adorarían los hombres y las preservarían para futuras generaciones en recuerdo de la morada de Dios que les fue mostrada! Pero esas emisarias de la belleza vienen cada noche e iluminan el universo con su admonitoria sonrisa”.
El primer día que salí del confinamiento me fui a contemplar el amanecer a las minas del Cardenillo, en el Sarchal. Era muy temprano y me extrañó ver a un par de chicos jóvenes tan temprano recorriendo los acantilados de este sector del litoral ceutí. Nos saludamos y en ese instante emergió el sol del mar con todo su esplendor y belleza. Los chicos se pararon a contemplar el amanecer y uno de ellos le dijo al otro: “nunca he visto nada tan bonito”. Puede, que fuera la primera vez que prestasen atención a un espectáculo natural que se repite todos los días como símbolo de la renovación de la vida. Pienso que la razón de este descubrimiento sea que, por primera vez en sus vidas, sus mentes estaban abiertas a la influencia de la naturaleza. Siguiendo a Emerson, se puede afirmar sin temor a equivocarnos “que pocos adultos son capaces de ver la naturaleza. La mayor parte de las personas no ven el sol, o al menos su visión es superficial. El sol solo ilumina el ojo humano, pero brilla en la mirada y en el corazón del niño”.
Tengo la impresión de que los dos meses que hemos permanecido encerrados en nuestras casas ha servido para que muchas personas le den el valor que merece a la libertad de deambular por las calles y los senderos naturales. La propia vida se ha revalorizado al tener noticias de tantas muertes prematuras causadas por el coronavirus. Hemos pasado un tiempo de miedo e incertidumbre ante el futuro. Todavía estos sentimientos inundan nuestros corazones. Los psicólogos creen que nos enfrentamos a un auténtico tsunami de cuadros de ansiedad y depresiones. Tampoco son optimistas los economistas. La economía ha caído en picado y nadie sabe cuándo tocará fondo. El Gobierno está inyectando enormes cantidades de dinero para mantener la economía a flote, pero este esfuerzo presupuestario tiene un límite, sobre todo si la recaudación tributaria sigue reduciéndose debido a la paralización de la actividad económica. Toda la esperanza del Gobierno parece residir en la campaña turística de verano que está a punto de comenzar. Se confía en la llegada de turistas procedentes de otros países europeos y en la movilización del turismo nacional. No obstante, todos somos conscientes de que las cifras de visitantes del año pasado no es posible lograrlas ni es deseable que lo consiguiéramos. Por razones de seguridad sanitaria los hoteles no pueden colgar el cartel de completo. Tampoco podrán hacerlo los restaurantes, los bares, los chiringuitos y ni siquiera las playas podrán mostrar la imagen acostumbrada de cientos de personas ocupando hasta el último centímetro libre de toallas y sombrillas. Desde luego, no resulta muy apetecible veranear en estas condiciones.
Mientras que nuestro país permanece expectante al desarrollo de la campaña turística, la Unión Europea, el Gobierno central y las comunidades y las ciudades autónomas trabajan a ritmo forzado en el diseño y discusión de sus respectivos planes de recuperación económica. Quien parece que tiene más adelantado el trabajo es la Unión Europea. En esta semana se ha anunciado la aprobación de un plan de recuperación europeo dotado de 750.000 millones de euros, de los cuales 75.000 irán destinado a España. Con este dinero se quiere contribuir a la reactivación de nuestra economía teniendo como eje fundamental los objetivos medioambientales y digitales que se ha marcado la Unión para la próxima década. Algunos líderes europeos han definido al plan europeo como el “European Green Deal”. La UE está decidida a invertir en la rehabilitación de viviendas, los coches eléctricos, las infraestructuras verdes, las energías renovables y la restauración ambiental con la vista puesta en emprender una “reconversión verde” que permita un crecimiento del empleo.
Coincide la aprobación del plan europeo de recuperación económica con el envío a las Cortes del primer proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética para alcanzar la neutralidad de emisiones a más tardar en 2050. En el documento de aprobación del proyecto legislativo por el Consejo de Ministro del pasado día 19 de mayo se dice que “en un contexto de reactivación de la economía frente al COVID-19, el proyecto facilita las señales adecuadas para aprovechar todas las oportunidades en términos de modernización de la economía, de la industria, de la generación de empleo y de la atracción de inversiones que abre el tránsito hacia una prosperidad inclusiva y respetuosa con los límites del planeta. Lo hace en línea con el Pacto Verde Europeo, que será uno de los ejes del marco de recuperación que ultima la Comisión Europea”.
Entre las medidas concretas que incluye la futura Ley de Cambio Climático se incluye el fuerte apoyo a la rehabilitación de edificios y a la movilidad sostenible. En concreto, se “establece que los municipios de más de 50.000 habitantes y los territorios insulares introducirán, en la planificación de ordenación urbana, medidas de mitigación que permitan reducir las emisiones derivadas de la movilidad, incluyendo la implantación de zonas de bajas emisiones no más tarde de 2023; acciones para facilitar los desplazamientos a pie, en bicicleta u otros medios de transporte activo; y la mejora y fomento del uso de la red de transporte público. También se deberá impulsar la movilidad eléctrica compartida y el uso de medios de transporte eléctricos privados”. Para lograr la implantación de los vehículos eléctricos “el Código Técnico de la Edificación (CTE), articulará la instalación de sistemas de recarga en edificios de nueva construcción, en intervenciones en edificios existentes y en los edificios de uso distinto al residencial privado que cuenten con una zona de uso aparcamiento con más de veinte plazas”.
Por último, y en cuanto a la protección de los ecosistemas naturales, “se prevén medidas para la protección de la biodiversidad y sus hábitats frente al cambio climático y la elaboración de una estrategia específica que incluirá las directrices básicas para la adaptación de los ecosistemas naturales y de las especies silvestres españolas, así como las líneas básicas de restauración y conservación de los mismos, con especial referencia a los ecosistemas acuáticos o dependientes del agua y de alta montaña”.
La intención del Gobierno es suscribir “convenios de transición justa en cada zona, con el objeto de fomentar la actividad económica y la empleabilidad en el territorio”. Más pronto que tarde, la Unión Europea y el gobierno central solicitarán a Ceuta su plan estratégico de transición energética y adaptación al cambio climático y, mucho me temo, que llegará la hora del examen sin haber estudiado y con todos los deberes por hacer. El gobierno local lleva meses dándole vueltas a un plan de reactivación económica para Ceuta en el que los temas medioambientales son ignorados o considerados secundarios, cuando la Unión Europea, como estamos viendo, quiere promover un proyecto de transición ecológica sin precedentes en la historia. Por desgracia, el desconocimiento de los planes europeos y nacionales para la reactivación económica no es exclusivo de las autoridades locales. Ni los partidos locales ni los nacionales con implantación en Ceuta, ni tampoco los agentes sociales y económicos de Ceuta, parecen estar al corriente de lo que se está gestando en Europa. En las reuniones con la Ciudad y la Delegación del Gobierno se sigue hablando de reactivar la construcción o el turismo bajo modalidades obsoletas, es decir, las bases de la vieja economía, mientras que en la Unión Europea se quiere impulsar una transición hacia un modelo mucho más sostenible desde el punto de vista ambiental, económico y social. Aunque nuestros representantes políticos y sociales no crean mucho en estas cosas, deberían ponerse a trabajar en el diseño de un plan local de transición ecológica, ya que será la única manera de que Ceuta reciba parte de los fondos que la Unión Europea va a transferir a España para reflotar la economía nacional. A ver si esta vez nuestras autoridades son capaces de ser más proactivas y menos reactivas.
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