Categorías: Opinión

El ombligo del mundo

Mal andamos si creemos que nuestros pensamientos son los únicos válidos. Peor caminamos, si además, toda afirmación contraria a la nuestra la consideramos un insulto. Y de cabeza marchamos si buscamos y consentimos que otros aplaudan nuestros desacuerdos. Los ayuntamientos gastan en agasajar  invitados, interlocutores y otros personajes que, a tenor de las facturas, prodigan buen apetito y excelente paladar. Ceuta es una ciudad hospitalaria, generosa con sus visitantes, llena de habitantes amables, considerados, y agradecida con aquellos que mostraron su cariño hacia ella. Por eso, cuando uno tiene un invitado que se encuentra lejos de su hogar, y se aproxima la hora de comer, no se le despide con cajas destempladas. Al contrario, se le invita. Eso es una cuestión de educación.
No es de recibo criticar que se gasten unos centenares de euros del erario público en obsequiar con comidas a los galardonados del que quizá sea el premio más prestigiado y prestigioso de la región, contando entre sus honrados a personas de indudable reconocimiento mundial.
Si verdaderamente quisiésemos medir económicamente la Fundación Premio Convivencia, habría que hacerlo en términos de rédito histórico para Ceuta. Prefiero que Ceuta sea recordada por agasajar a Premios Nobel que por el narcotráfico, los indocumentados, el racismo, o el odio intercultural, xenófobo y machista que se propaga desde púlpitos sobradamente conocidos.
Si pudiese decidir hacia donde van mis impuestos, desde luego que prefiero que sufraguen un buen centollo a un Premio Nobel que habla bien de mi ciudad, que a pagar la remuneración de buen número de los diputados de la actual asamblea que, conforme avanza la legislatura, no se sabe bien a qué se dedican realmente. Hace más por Ceuta una foto de Barenboim en Ceuta, que toda la actividad política de más de la mitad de la Asamblea durante todo un año.
Habría que preguntarse quién beneficia más la convivencia en Ceuta, si Vargas Llosa o Manuel Elkin Patarroyo comiéndose un buen centollo y de paso fotografiándose y concediendo entrevistas desde nuestra ciudad, o una diputada de la asamblea de Ceuta que los acusa indirectamente de gorrones.
Quizá la respuesta más acertada hubiese sido leerle la lista de premiados.
A ver si así, todos nos sentíamos más insignificantes y humildes, y dejábamos los plenos de la Asamblea para lo que verdaderamente están: para solventar los problemas de los ceutíes. No creo que el precio del centollo, o si la presa ibérica es “jalufo”, sean cuestión que importen mucho a los ciudadanos.
Lo que no entiendo muy bien es como a esa labor fiscalizadora a la que no se le han escapado unas comidas por cientos de euros, se le han pasado por alto durante años los millones de euros del caso Urbaser.

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