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El Obispado provisional de Cádiz-Ceuta

A finales de 1876 el Nuncio en España, Simeoni, fue nombrado Secretario de Estado del Vaticano, encargándose provisionalmente de la Nunciatura en Madrid el encargado de negocios D. Mariano Rampolla, con el que el Administrador apostólico de Ceuta, Ildefonso Infantes, mantuvo la correspondencia que en parte se expondrá. El Sr. Infante fue nombrado a comienzos de 1876, con cuyo nombramiento, a decir del entonces Cardenal-Arzobispo de Sevilla D. Luis de la Lastra en escrito dirigido el 26-02-1876 al Nuncio de la Santa Sede, Simeoni, “…cesarían los grandes escándalos que desde antiguo venían dándose en la diócesis de Ceuta al término del Sexenio revolucionario”, y que fue lo que originó que en el Concordato de 1851 se dispusiera la agregación del obispado de Ceuta al de Cádiz. Pero ocurrió que, por un lado, ningún obispo nombrado para Cádiz aceptaba serlo también para Ceuta y, de otra parte, la mayoría de los Administradores apostólicos a quienes les era ofrecida la vacante ceutí rehusaban a la misma debido a su problemática específica; por lo que dicha unión con Cádiz se demoraría hasta 1879. La situación fue durante muchos años de muy tenso enfrentamiento sobre todo con el Ejército, cuyo Comandante General ostentaba, a su vez, el mando político. Y es por ello por lo que se puso mucho empeño y esperanza por parte de la Santa Sede y de la Nunciatura en el nombramiento de Ildefonso Infante.
Pero, posesionado de la diócesis de Ceuta, de entrada, no le agradó nada la ciudad y tampoco sus habitantes, que en sus dos terceras partes de la población civil eran penados, aunque el resto del colectivo europeo no le mereció un juicio más favorable. Decía apreciar en Ceuta alarmantes signos de descristianización y estar generalizado el incumplimiento de los preceptos de la Iglesia, responsabilizando de todo ello al ambiente local descreído e indiferente. Puede decirse que al nuevo Administrador apostólico no le agradó nada de lo que vio desde el momento en que pisó el barco, puesto que se quejaba hasta de que las procelosas travesías con los frecuentes temporales iban mal a su estado de salud. Luego, decía haber encontrado un clero diocesano relajado y poco atento al cumplimiento a sus obligaciones pastorales, con el que él mismo no supo sintonizar ni reconducirlo de acuerdo con sus deseos. En un informe que dirigió a Rampolla tachaba a dicho clero de “pobre en ciencia y en número y más pobre en celo por la salvación de las almas”; expresaba que la ciudad yacía en la “postración religiosa y moral por la especial condición de sus moradores y nulidad de su clero”.
La dedicación del nuevo Administrador a su sagrado ministerio no fue total, en tanto que, en los dos cortos años que estuvo destinado en Ceuta, permaneció buena parte de su tiempo ausente de la diócesis, temporalmente en Algeciras en la que pretendió tener residencia permanente, y hasta en Gibraltar. Sólo unos meses después de su llegada, escribió a Roma a través de la Nunciatura consultando al Santo Padre si tenía a bien concederle la residencia fija en Algeciras o en otra localidad limítrofe desde la que atendiera a Ceuta. Tres meses más tarde, al no obtener respuesta, insistió sobre ello en carta particular ante el encargado de negocios de la Nunciatura Mariano Rampolla aduciendo razones de salud; incluso en escrito de 13-10-1876 llegó a sugerir que se sentía inseguro en Ceuta y que temía por su vida, por ser muchos y poderosos sus enemigos. Informaba sobre Ceuta que la intensa labor pastoral que venía desplegando desde su llegada, con la ayuda de unos pocos sacerdotes a los que logró atraerse, de momento no dejaba ver sus frutos ni nada indicaba que los diera en mucho tiempo.
Pero comenzó a recibir buenas noticias de dicho encargado de negocios, en primer lugar, relacionadas con el escándalo suscitado por el encausamiento por los Tribunales civiles de justicia del Deán de la Catedral bajo la acusación de calumnias, habiéndosele embargado 10.000 reales para responder de los cargos que se le imputaban en caso de que la sentencia le fuera adversa. El Deán encausado, que era la primera autoridad post-pontificalem de la diócesis de Ceuta tras el Administrador apostólico, era su mayor enemigo declarado, a juzgar por la semblanza que de él ofrecía en un informe de fecha 13-01-1877 a Rampolla, en el que le informaba: “No oye misa, no confiesa ni ha tomado sus bulas, y por añadidura se embriaga todos los días, pero no puedo justificárselo. Es asunto como Satanás”. Sin embargo, el representante del Papa en España no se dejó por ello impresionar y trató de ser neutral, dándole instrucciones en el sentido de que debía inhibirse de la causa civil, salvo en lo establecido por la ley, y no debía actuar canónicamente contra el Deán, sino en el caso de contar con suficientes e irrefutables pruebas.
Por otro lado, en cuanto Infante supo que su presentación para la sede episcopal de Tenerife estaba ya pactada entre la Nunciatura y el Gobierno, sintiéndose ya con un pie fuera de Ceuta, optó por cambiar de estrategia. Envió entonces su más ferviente adhesión a Pío IX con ocasión de celebrar sus bodas de oro episcopales; en carta a Rampolla de 24-02-1877, dejó de presentar al obispado de Ceuta como un caso perdido, y al hacerse pública su preconización para la sede de Tenerife en febrero de 1877 no dudó en manifestar a Rampolla la más favorable impresión sobre los últimos progresos detectados en los asuntos pastorales de esta ciudad, al tiempo que proponía que su sucesor en la sede fuera su Secretario Florentino Montañés, a quien insistía en presentar como su sustituto. Y un mes más tarde, el 19-03-1877, cuando ya supo de su inminente salida para Tenerife, volvía a ensalzar los frutos espirituales últimamente cosechados, que los atribuía a los esfuerzos desplegados por  ejemplares sacerdotes, como su Secretario, al que insistía en proponer como nuevo Administrador apostólico de Ceuta; pero existían dos bandos, y sobre el resto del clero que no le era afecto manifestaba que “no podía contarse para nada, nada. No tienen prestigio, han perdido la confianza del pueblo y bastante harán si no impide el bien”.
Pero, al marcharse Infante como obispo de Tenerife, su Secretario Florentino Montañés, al que tantas veces había propuesto como su sustituto, no fue nombrado nuevo Administrador apostólico de Ceuta, y tampoco se produjo la esperada agregación del obispado de Ceuta al de Cádiz, cuya solución era preferida por la Santa Sede, pero a ello se oponía el anciano y enfermo mitrado gaditano D. Félix Mª Arriete, que ya había pedido la jubilación. Es por ello, que hubo que designar un nuevo Administrador para Ceuta. Primero se propuso a Manuel María González Sánchez, obispo in partibus de Zela y auxiliar de Sevilla desde 1875; pero rehusó el ofrecimiento, aunque se mostró dispuesto para “pasar a un punto  donde pudiera fijarse de una manera estable, y no ir de forma transitoria a un destino problemático como Ceuta, donde hay canónigos turbulentos y el Deán sometido a Tribunales de justicia, lo que hace trabajoso marchar a ese punto donde tengo que entrar luchando con aquellos mismos que debieran ilustrarme con su consejo y aliviarme con su auxilio” (Escrito que envió el 27-02-1877).
Meses más tarde fue preconizado obispo de Jaén. Entonces, fue nombrado nuevo Administrado apostólico de Ceuta D. José Pozuelo Herrero, con méritos reconocidos como clérigo en las diócesis de Vich, Almería y Córdoba, también con rango de obispo in partibus, con promesa de mejor destino posterior, tomando posesión en Ceuta el 24-06-1877. Se llevó bien con el clero local, pero también chocó abiertamente con la autoridad militar, por lo que terminó calificando su destino a Ceuta como “verdadero martirio”, lo que le obligó a reclamar insistentemente el relevo. Mientras tanto, el anciano obispo de Cádiz obtuvo el retiro que tenía solicitado para jubilarse.
Ante tal estado de cosas, se hizo ya necesario resolver de una vez por todas el problema de la diócesis de Ceuta; de manera que el nuevo Nuncio en Madrid, Cattani, y el Ministro Calderón Collantes, de conformidad con el Concordato, se pusieron de acuerdo y el 28-09-1879 fue nombrado, provisionalmente, el primer obispo de Cádiz-Ceuta, D. Jaime Catalá Albosa, un barcelonés a medida del cargo, acostumbrado a tratar con militares por haber sido fiscal general castrense. Y así fue como quedó definitivamente agregada la diócesis de Ceuta a la de Cádiz. Ambas quedaron unidas con carácter provisional, si bien tal provisionalidad ha perdurado hasta hoy con el nombre de Obispado de Cádiz-Ceuta, conservando esta ciudad cierta autonomía administrativa.
De todo lo anterior no cabe sino concluir que la diócesis de Ceuta, inicialmente de gran importancia, a la que el mismo Vaticano quiso darle realce, prestigio y primacía al ver en esta ciudad una especie de cabeza de puente desde donde poder extender el cristianismo y la evangelización a África, luego, a medida que el interés por dicho continente fue decreciendo, sobre todo, tras el revés cristiano sufrido en la célebre batalla de Alcazarquivir, en el río Wed al Makhazín, el 4-08-1578, también llamada “Batalla de los tres reyes”, porque en ella murieron el rey portugués D. Sebastián y los monarcas marroquíes Muley Hamed y Moluco, pues ahí fue donde comenzó a declinar la mayor relevancia de Ceuta como Obispado. Más luego, tuvieron lugar una serie de continuos enfrentamientos Iglesia-Ejército desde la época del Obispo D. Rafael de Vélez y el Gobernador militar D. Fernando Gómez de Butrón en la España liberal, que hicieron mucho daño a ambas instituciones. También, como acabamos de ver, jugó un papel decisivo en la mengua de su relevancia el hecho de la implantación del Presidio, con una muy nutrida población reclusa que en la mayoría de los casos vivía a espaldas de la Iglesia. E igualmente jugó un papel decisivo en aquel pasado el hecho de tener que convivir un Estado confesional con la heterogeneidad de otras culturas.
Pero ninguno de aquellos factores adversos se dan en la actualidad en Ceuta, donde la mayoritaria población cristiana goza de buena salud espiritual, a la vez que convive en razonable armonía con las demás religiones y culturas. Ceuta, además, es hoy una ciudad moderna, abierta, culta, avanzada, cosmopolita, puerta de Europa y de África, crisol de gentes y de culturas, camino de dos mundos: Occidental y Oriental, cruce de dos mares: Atlántico y Mediterráneo, que es monumental y cuenta con un rico patrimonio histórico, en la que existen una sociedad cristiana, clero, jerarquía eclesiástica, Ejército y demás instituciones, todas, de la más digna condición. El presente y el futuro de Ceuta, en fin, nada tienen que ver con aquel pasado menos afortunado de este pasaje, más bien anecdótico,  que la vieja historia de los motivos de la agregación de su Obispado al de Cádiz nos refiere.

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