Fue en otras épocas uno de los paseos favoritos por excelencia de los ceutíes. Conectado por el Puente del Cristo con aquel otro, ‘el oficial’, que durante muchas décadas fue el de las Palmeras, la prolongación del itinerario hasta el muelle de España solía ser una tentación para quienes gustábamos adentrarnos en tan acogedor dique que, abierto a poniente y a levante, permite desde su término el disfrute de la incomparable contemplación de la bocana y de los otros muelles, Dato, Alfau y Puntilla con su movimiento de buques y sus paisajes de fondo.
Por supuesto que todo ello todavía sigue siendo posible, al menos de momento, pero claro, ni los gustos ni los hábitos ciudadanos de esta época son los del ayer. Desapareció la pesca con caña en el lugar, tan frecuente antaño; como es historia también la propia costumbre de bajar hasta este muelle para contemplar la llegada o salida de los ferris; la de tributar la última despedida al familiar o al amigo que viajaba en uno de aquellos trasbordadores desde la misma punta del dique con el emotivo ritual del flamear de pañuelos; la de recrearnos con las muchas embarcaciones que allí recalaban; la de la actividad de sus desaparecidas grúas; la misma estampa de tantas parejitas buscando la complicidad de la noche en el lugar para sus incipientes escarceos amorosos o, incluso, el baño furtivo en esas aguas disfrutando de su profundidad.
Historia, nostalgia, recuerdos de uno de los rincones, al menos para mí, más encantadores de Ceuta. Hacía ya algún tiempo que no pisaba el muelle de España. Precisamente desde que comenzaron las obras de remodelación del mismo para adaptarlo a las necesidades de los nuevos tiempos y a su puesta en valor para la recepción de cruceros después de que se ampliara su cara de levante y se ganara profundidad en torno a ella para posibilitar la llegada de esos gigantes del mar.
He de confesar mi grata sorpresa tras reencontrarme con ese muelle de España con las transformaciones que está experimentado. Visita que me permitiría recomendar también a mis paisanos. Protegida su entrada con una elegante verja de hierro y con su caseta de vigilancia para evitar la entrada de los inmigrantes, de tantos delincuentes y esa gente extraña que pulula por los muelles aledaños, el de España es un oasis de confortabilidad, elegancia y buen gusto. Pérgolas, jardinería, bancos, un surtidor de agua para saciar la sed del paseante, recuerdos de viejos artilugios portuarios a modo de exposición al aire libre a pie del visitante, originales barandillas decorativas imitando anclas marinas, vallas protectoras para delimitar un amplio espacio protector en la zona de recepción de los turistas de los cruceros…
Parece que se cuida hasta el último detalle. No se ha olvidado tampoco dejar en un lugar preferente, presidiendo la entrada al muelle, el busto de José E. Rosende, el ingeniero - director que, con su proyecto y lucha, hizo posible la construcción de nuestro puerto. Un obra, la del busto, del genial Torvizco, cuya desaparición denuncié en su día en estas páginas cuando, tras retirarse de su primitivo emplazamiento frente a la antigua estación marítima, desapareció durante bastantes años. Creo que es justo recordar como, de inmediato, mi estimado Pepe Torrado, por entonces responsable de Relaciones Externas y Comerciales del Puerto, se interesó por el tema, y en poco tiempo, una vez debidamente restaurado, volvía a ser colocado en 1998, más o menos en el mismo lugar en el que hoy podemos verlo con su correspondiente placa identificativa.
Cabe pensar que la misma nueva imagen del muelle contemplará también el remozamiento de la fachada del edificio que actualmente sirve de sede a la Autoridad Portuaria, y que con anterioridad lo fuera de la desaparecida Jefatura de las Fuerzas Navales del Estrecho, además de haber sido la primitiva estación marítima en los tiempos de ‘las palomas’, aquellos simpáticos y valientes buques correo que nos unían con Algeciras y Melilla. Tan significativo bien patrimonial, fue uno de los primeros edificios modernistas que se levantaron en España con forma de barco (1929). En su caso imitaba a uno de aquellos correos, en dirección a la bocana, como iniciando la travesía. Sería deseable también la recuperación de su popular reloj con sus peculiares campanadas que podían oírse a todo lo largo de la Marina y las Palmeras.
Demolido el penúltimo almacén del muelle, el que acogió las instalaciones de Alice, la desaparecida fábrica de productos lácteos que aterrizó en nuestra ciudad atraída por las fallidas Reglas de Origen y de la que, al igual que la de las citadas Reglas, por cierto, nada más se supo, sólo queda en pie el tinglado contiguo. A la espera de la resolución del concurso de los proyectos para su rehabilitación arquitectónica que, dotándole de una nueva imagen, permita la adecuada ubicación en él del Archivo del Mar, el Museo del Puerto y una sala de exposiciones temporales, su imagen es el último presente en pie de aquel muelle de plena actividad comercial que fue en otros tiempos de prosperidad portuaria que ya quisiéramos para hoy.
Tal edificación será la guinda para rematar ese nuevo muelle de España, convertido ahora en puerta de entrada y bienvenida de cruceristas y de otras emblemáticas embarcaciones, conforme a los nuevos tiempos y necesidades.
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