Categorías: Opinión

El Muelle de Esapaña

Aparentemente, la fotografía parece trasladarnos a las mejores épocas de movimiento y prosperidad de nuestro puerto. Tiempos en los que sus diques solían mostrarse repletos de buques de las más diferentes nacionalidades, tonelajes  y procedencias.

Un boom irrepetible del que el muelle España no era precisamente la excepción. Es más, recuerdo haber visto atracadas embarcaciones hasta en su misma punta.
Pero no. La imagen es bastante actual, si bien, y por fortuna, se ha convertido ya en historia. Es el rostro final de buques decrépitos, cargados de angustias y agonías. Achicharrados de un vivir irreversiblemente esquivo y condenados ya por sus armadores a fenecer en el dique más céntrico de nuestro puerto.
Lamentablemente, el Rhone, el Chariot y el Orbica se habían convertido en la faz negativa del muelle de España. Inquietante incluso, si recordamos los incendios que llegaron a provocar en ellos los indocumentados en algunas ocasiones. Solventado en su tiempo el drama de sus tripulantes, abandonados a su suerte ante lo que no faltó la solidaridad ceutí, y resueltos, después de cinco años, los complejos trámites jurídico – administrativos conducentes a la retirada de esos buques chatarra, la cara de levante del dique volvió a quedar diáfana a la espera de tráficos que permitan rentabilizarla.
Desde su inauguración, hace 86 años, el muelle España fue, durante décadas, uno de los paseos preferidos por muchos ceutíes. Es más, en el casi medio siglo en el que los ferrys tenían en él su punto de atraque, bajar al muelle, simplemente para presenciar su llegada y sus sofisticadas maniobras, era una de las diversiones favoritas para muchos. Tiempos en los que al trasbordador o a la legendaria Paloma se les quería, se les esperaba, algo así como para romper la nostalgia de esa otra orilla, que tan lejana se sentía por entonces.
Épocas de recibimientos y despedidas desde el barco y desde muelle con el flamear de pañuelos y manos a modo de palomas impacientes para el vuelo, de miradas curiosas y expectantes hacia los vehículos y sus ocupantes cuando salían por aquella primitiva y rudimientaria plancha movida a mano… ¡Como ha cambiado todo!
Pero el muelle España de antaño, tan familiar, era mucho más. Era el lugar al que acudía el ferrocarril para recoger a los viajeros con destino al Protectorado o a la carga y descarga de mercancías. El punto de atraque de la línea marítima que nos unía con Melilla. El escenario en que se recibía con bandas de música a aquellos asustadizos quintos con sus rudimentarias maletas de madera. El marco de cita para los multitudinarios y grandes recibimientos como cuando 20.000 personas, se escribió en este diario, acudieron a llegada de la imagen de la Virgen de Fátima, o a la de los Misioneros, a las de ministros, personalidades o artistas como la mismísima Lola Flores a la que fue a dar la bienvenida casi media Ceuta. Escenario también y por diversos motivos de procesiones de la Patrona, de visitas a unidades de la Armada, de tantísimos pescadores de caña, de románticos paseos nocturnos de las parejas de enamorados… Y hasta sede de una prometedora industria exportadora de productos lácteos, ‘Alice’, nacida al amparo de las Reglas de Origen -¿qué fue de ellas?- , una fábrica a la que Europa vapuleó al cuestionar la aplicación de dichas reglas , ahuyentado así a otros proyectos inversores en la ciudad.
Desalojados los buques fantasma, la Autoridad Portuaria pretende poner en valor la cara oeste del dique que ocupaban. Ciertamente, el muelle España merece caminar por derroteros más prósperos. Nunca volverá a ser aquel de sus desaparecidas seis grúas de pórtico con sus cuatro almacenes para el tráfico de mercancías, uno de los cuales aloja ahora el Museo del Puerto, iniciativa de su entusiasta presidente, Pepe Torrado. El propio presidente que, desde hace años, viene luchando por las escalas de cruceros, para las que se decidió en apostar por la ampliación del calado y la superficie final de la cara de levante del dique, que coloca a los turistas en las puertas del centro de la ciudad. Toda una apuesta para dinamizar dichos tráficos que ojala fueran tan activos como los de los vecinos puertos de Tánger, Málaga o Gibraltar.
Lo importante del caso ha sido la recuperación de esas escalas y el traslado desde la Puntilla de los atraques hacia ese muelle de España, erigido también en el recibidor de lujo para buques de guerra o similares.
Y lo dicho. Que el muelle vuelva por sus mejores fueros y aunque la concurrencia de paseantes no sea la que fue, ahí sigue para deleite de quienes atraídos por el mar, sus barcos o sus maravillosas panorámicas gozamos de su especial encanto. Aunque, eso sí, ya no las veinticuatro horas como antaño.

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