El Muelle de Comercio

En el año 1928  fue inaugurado el Muelle “Alfonso XIII”. Así fue conocido hasta abril del año 1931, que con el advenimiento de la Segunda República, todos los nombres de connotaciones monárquicas o políticas fueron renombrado. De esta manera, el muelle pasa a llamarse “Muelle de España”, dándose el mismo caso en el buque-correo General Sanjurjo, que prestaba el servicio entre Ceuta y Algeciras que pasó a llamarse “Ciudad de Ceuta”.
Este muelle desplazó al histórico  del Comercio, que dada sus limitaciones, se consideró oportuno adecuarlo y convertirlo en Muelle Pesquero.
Durante muchísimos años, el hasta entonces Muelle del Comercio -antes llamado Muelle "Principal"-, fue receptor de toda la mercancía que llegaba a Ceuta a través del mar.
Su banda de levante era el desembarcadero de pasajeros y mercancía que llegaba a Nuestra Ciudad. En los bajos del Puente Almina, se varaban o fondeaban las barcas que maniobradas por marinos de la Compañía de Mar, eran las encargadas de tal menester. Estas barcas poseían un notable hueco entre la bancada y la popa, era el lugar donde se alojaba la mercancía que se habría de desembarcar.
Era un muelle de poca profundidad. Por la escalera de desembarco habría aproximadamente un metro, de ahí que embarcaciones con mucho calado no podían atracar en él.
En apenas veinte años, la demanda de transporte de pasajeros y carga entre Ceuta con el resto de la Península, sufre un aumento tan considerable que el Estado por Real Decreto del 8 de abril de 1910, a través del Ministerio de Fomento, convocó un concurso para la adjudicación de las comunicaciones de los puertos del sur de la Península con los del Norte de África. Ese mismo año y al objeto de aspirar al concurso, se constituyó la Compañía Valenciana de Vapores Correos de África. Esta surgió como resultado de la fusión de dos navieras valencianas: La Roda Hermanos y Compañía Valenciana de Navegación.
Por entonces la travesía del Estrecho no estaba regulada. La llegada a Ceuta desde la Península, se supeditaba a encontrar un barco que hiciera escala en la Ciudad y admitiera pasaje. Aunque a mediados y final del siglo XIX, se sabe que el "Dos Hermanas" y "Virgen María", solían traer mercancías y pasajeros de Algeciras. A partir del año 1895, esta función la desempeñaba un pequeño vapor llamado "El Apóstol".
Algeciras la Ciudad Hermana a orillas allende del Estrecho, ve notablemente incrementado el movimiento de carga y pasajeros, ávidos de viajar a Ceuta.
Hasta entonces la bella Ciudad del Campo de Gibraltar pasa de tener un pequeño muelle en la margen derecha del rio de la Miel, donde el vapor Elvira hacía el trayecto entre Algeciras y el Peñón, cuatro veces al día -es curioso apuntar que el billete costaba una peseta si viajabas en popa y media peseta si lo hacías en proa-, a verse en la necesidad de habilitar un muelle que permita el atraque de barcos de mayor calado. Al mismo tiempo y para agilizar el trasvase de carga, hace que el tren llegue al mismo muelle.
El Teodoro Llorente que fue el primer vapor-correo encargado de la travesía del Estrecho desde Ceuta a Algeciras -alternaba en esta misión con el J.B. Lloveras y General Fernández Silvestre. Al igual que años más tarde el Virgen de África lo hacía con el Victoria o el Ciudad de Tarifa, cuando tenía que pasar revisión o sufría avería-, tuvo o tuvieron durante media docenas de años, el mismo inconveniente en las dos ciudades, las dificultades de embarque y desembarque a través de barcas.
Una vez inaugurado el  Muelle España se consideró que el Viejo Muelle del Comercio, albergara la flota pesquera que por entonces crecía día a día.  Pescadores  malagueños, almerienses y alicantinos con sus barcos, habían tomado la decisión de afincarse en Ceuta, pero existía el problema de no poderlos  proteger de los temporales de levante. Con este fin se instala una escollera con dirección al poniente.
Hasta bastante avanzada la década de los cincuenta, solamente existía la escollera sin cantil. El objetivo era proteger  los barcos de los malos tiempos y un camino fabricado de hormigón en la parte superior de la escollera, era lo único que facilitaba  acceder a los barcos que allí amarraban.
El amarre se hacía directamente a una piedra y los marineros se las arreglaban como podían para salvar estas peligrosas incomodidades. Para bajar o subir a bordo, tuvieron la idea de colocar una cuña en la roda donde apoyaban un pie y asiéndose con la mano al estay de proa, facilitaban en gran medida la operación de embarque o desembarque.
También se construyó una lonja de gran belleza arquitectónica con fachada de piedra. Quiero recordar que en una planta superior se ubicaba las oficinas de la Cofradía de Pescadores. Esta lonja solo duró una veintena de años. Se accedía a ella a través de unos escalones y en su interior habían varias mesas de piedra de granito, donde se exponía el pescado a subastar.
Tuvo el gran problema de su diseño. Se construyó más bella que funcional y a los pocos años de su inauguración, el transporte evolucionó notablemente. Con los nuevos tiempos, se precisaba una lonja que permitiera el acceso a su interior de carretillas y después motocarros, que facilitara el traslado de las cajas de pescados subastadas al lugar de venta. También estaba mal ubicada. Era un lugar donde no había la suficiente profundidad, para que los barcos medianos y grandes de la flota pesquera desembarcaran cerca de ella. El problema se solucionó construyendo otra y demoliendo la primera. Considero que con un poco de interés a este bello edificio se le podría haber dado otro final.
Hace algo más de una docena de años, nuestro entrañable Muelle de Pescadores fue trasladado a la dársena del Muelle Alfau. Durante mi estancia en Madrid, siempre que iba de vacaciones, nunca faltó mi visita diaria a este muelle. Poseía sobre mí un magnetismo fuera de lo común. Bajar aquella rampa y acceder al muelle me llenaba de satisfacción. Venir de Madrid, donde coges el coche, te pegas dos horas dando vueltas y lo único que ves es hormigón y más hormigón, para mí era demasiado martirio. En cambio llegando a Ceuta con su Muelle de Pescadores,  todo era diferente. Podías ver un paisaje, aspirar con fuerza y llenarte los pulmones con un aire limpio y renovador, con aromas de sal y algas bajo un cielo azul, no azul-grisáceo como el que había dejado en la Capital, el azul de mi tierra que es fiel reflejo del azul zafiro de las aguas del Estrecho.
Conforme pasa el tiempo y recuerdas tu vida, te das cuenta que no solo somos nosotros los que nos vamos, que durante mis algo más de siete décadas, he visto desaparecer mi barrio casi entero. El Asilo Viejo, aquellos entrañables patios en sus calles, calles como la Tahona, Obispo Barragán, Mártires, Malcampo, Gómez Marcelo -yo nací en el número doce-, Sagasta,  el balcón al mar del Paseo de las Palmeras, la Torre del Reloj, el Águila de la Catedral -dejando de lado ideologías políticas, fue escenario de mis juegos infantiles y siempre eché en falta la presencia de aquella majestuosa Águila en mi querida Plaza de África, sin pararme a pensar su simbología-. Para remate y si faltaba algo, también me quedé sin mi Muelle de Pescadores.
Es indudable que Ceuta está preciosa. Por supuesto que sí. Pero también es verdad que está vacía de recuerdos y llena de añoranzas. Nunca hemos sabido conservar nuestro pasado. Que de las autenticas calles “caballas”, las viejas calles de la vieja Ceuta como “La Brecha”, La Muralla”, Puente Almina o Carretera Nueva hallan sustituido sus nombres, es un claro ejemplo de que Ceuta vive de espalda a su pasado. Y un pueblo sin pasado...