Categorías: Opinión

El momento

La Mesa por la Economía ya no se reúne. Nadie nota su ausencia. El último intento de recobrar la dignidad colectiva se ha desvanecido  lánguidamente y en silencio. Como ya es costumbre. Un nuevo triunfo de la tiránica resignación que subyuga nuestros sentimientos. Todo atisbo de esperanza es tan remoto que se hace imperceptible. Imposible. La ciudadanía comienza a asumir que “Ceuta no tiene solución”. Son ya demasiados los que han dado toda batalla por perdida.  Es muy difícil sostener el pabellón de la resistencia cuando apenas quedan brazos. Cada vez adquiere más nitidez el esbozo que hizo Marruecos de nuestra ciudad como corolario de su estrategia anexionista: “Una ciudad económicamente muerta (a merced de la voluntad del Gobierno marroquí), asistida artificialmente con fondos públicos, y fácilmente desmontable con un decreto de traslado de funcionarios e insignificantes compensaciones individuales”.
Una primera reflexión, inevitablemente autocrítica, nos lleva a concluir que la sociedad ceutí, en su conjunto, no ha estado a la altura exigida por la magnitud del reto que teníamos que afrontar. La extenuante derrota cosechada en la lucha por la Transitoria Quinta, amortizó nuestra ilusión y nos vació de energía, acaso definitivamente. Desde entonces, agotados y descreídos,  hemos mostrado una formidable capacidad autodestructiva, nos agredimos mutuamente sin piedad; pero no hemos sabido (o querido) encontrar un espacio común en el que estrechar vínculos afectivos y conformar un cuerpo social consistente. No conseguimos superar el estadio de extraña amalgama heterogénea y dispersa.
Pero también existe un innegable problema político de fondo. Las evidencias ya son abrumadoras. Los partidos mayoritarios (hasta ahora hegemónicos) del Estado español, mantienen una posición política común respecto a Ceuta y Melilla que consiste, básicamente, en una suspensión del estatus quo, calculada y consentida (por Marruecos), en espera de que el tiempo haga su trabajo. No sería correcto decir que PP y PSOE no sienten una cierta simpatía por Ceuta y por sus habitantes. Probablemente sea así. Lo que ocurre es que ese caudal de empatía no deviene en compromiso porque no es suficiente para asumir el riesgo que supone un conflicto con Marruecos. Nos cuidan y nos atienden, pero dentro de un orden. Los límites los marca Mohamed VI. Las comparaciones siempre son odiosas… para uno de lo comparados. La observación del caso de Gibraltar (la actitud con la que defienden su soberanía) infunde una irritante envidia.
La claudicación en la reivindicación autonómica, aniquilada por la férrea alianza entre PP y PSOE, es una prueba irrefutable de la posición entreguista de baja intensidad propugnada por la clase política española. Pero no la única. Cada intento de sacar la cabeza del hoyo se salda con una nueva frustración. Una bofetada detrás de otra. Siempre adornadas con esotéricas excusas inconfesables. La actualización de nuestro régimen económico y fiscal especial no gozó de las condiciones idóneas para su tramitación. La implantación de una  aduana comercial, implorada clamorosamente desde tiempo inveterado, nunca se llegó a solicitar formalmente, porque están  esperando una coyuntura favorable. El reconocimiento de un tratamiento específico en la UE no encontró un contexto adecuado. Ahora también sabemos que no es el momento para solicitar la inclusión de Ceuta en la Unión Aduanera. El objetivo de armonización fiscal y erradicación del fraude, sumado al conflicto desatado con Gibraltar, son argumentos suficientemente disuasorios, para evitar “salir escaldados”. Siendo esto cierto, no se puede sustraer a un fétido aroma a falacia. Porque antes no sucedía nada de esto y tampoco se tomaba iniciativa alguna. No es creíble que en 35 años de democracia nunca haya  existido un momento apropiado para introducir los cambios estructurales que demanda la Ceuta del Siglo XXI. Nos están matando sibilina y taimadamente. Desde su omnímodo poder, las nutridas filas de aquellos para los que sólo somos un estorbo, nos inculcan machaconamente una idea letal que se va incrustado indefectiblemente en nuestro subconsciente: el momento de Ceuta es nunca.

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