Categorías: Colaboraciones

El misticismo de Berruguete

 He deseado la libertad como sólo el monje puede hacerlo”.

Dicho sea. Mis conocimientos en Historia del Arte apenas se reducen a unas cuantas imágenes en mi memoria fruto de los murales que hacíamos en las clases del padre Gabriel y la señorita Pilar. Retazos de Boticcelli, que si Alberto Durero, que si Tiziano, que si la Capilla Sixtina… Miraba los lienzos y esculturas más que como obras maestras del arte universal, capaces de conmover el alma humana, como posibles preguntas de examen (salvemos las asignaturas de humanidades). Viene esto a colación de mi reciente viaje a Valladolid, con motivo de la entrega de la medalla de oro de la Cruz Roja Española a favor de nuestra asociación, y el consiguiente “subidón” de autoestima. Pero más que a la pinturera foto con la reina Letizia, vengo a referirme a la visita guiada que nos ofreció la organización para conocer los tesoros artísticos que encierra la antigua capital del reino, de capillas abundantes y piedras de muy buen gusto (y qué decir de los coros en madera que a poco lo dejo todo para dedicarme a la oración y los cánticos). Por otro lado, mi aura se volvió incandescente ante la devoción y entusiasmo de la guía cultural, que me reconcilió con una España de calidad y de suficiencia y que aparece siempre que medie la oportunidad (cuanto talento se queda por el camino). La guía no daba tregua en iluminar nuestras mentes chiquitas, y así pude saber que el refectorio y las cocinas de los frailes dominicos se hallaban en la planta baja para ofrecer calor a las estancias habitacionales, en el piso superior. Una de mis derivas mentales es mi capacidad para aprender de la vida de otros que existieron en cuestión de minutos y así pude disfrutar de mi vida como monje dominico entre el misticismo de maderas imposibles y caldos que supieron a gloria. Por último, pude explorar la dote del místico Berruguete. ¿Cuánto vale la madera de un pino si la contempla un espíritu caído en gracia? El santo del Ora et Labora miraba hacia abajo en el retablo de la perfección. Esta capacidad chamánica de vivir la experiencia de otros ayuda al aprendizaje precoz, pero me abandona a la pregunta final: ¿cómo puede el hombre alumbrar tanta belleza y al mismo tiempo ser siervo de la fatalidad? Puede que en la vida monástica encontremos muchas soluciones, pero por el momento sólo podemos andar esperanzados en el advenimiento de un tiempo mejor. En el recuerdo, la ilusión de una guía que nos ofreció el fruto de su trabajo, y la mística de un artista que dedicó su vida a la madera, llevado por la santidad y la búsqueda de la justicia superior.

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