El filósofo Thomas Hobbes hablando de su nacimiento afirmó “El miedo y yo nacimos gemelos”. Según cuenta, su madre dio a luz de modo prematuro ante la noticia de la inminente llegada de la Armada Invencible. Posteriormente, Hobbes realizó la primera gran fundamentación del Estado Absolutista, basándose en el miedo y la necesidad de la seguridad para someter a los seres humanos a la autoridad política. El poder soberano no debía tener límites mientras fuese capaz de proporcionar seguridad a su pueblo, que prefería estas nuevas condiciones a vivir en la anarquía de un hipotético estado de naturaleza de “todos contra todos”.
Con la llegada de la democracia parecía que el miedo había quedado desterrado de la esfera política. En general, podríamos decir que la democracia y el uso político del miedo son incompatibles. Pero nada más lejos de la realidad. En la actual crisis económica mundial los diferentes países han llevado a cabo una estrategia de reformas acudiendo al colapso y desastre como excusa para privatizar y liberar los servicios públicos. Se trata de usar el miedo y el desasosiego para hipotecar el Estado de Bienestar y burlar a la soberanía popular.
Se trata en definitiva de convencernos a todos (ignorantes de la materia económica) que la eficiencia y la perfección del libre mercado es una verdad científica que es útil y necesaria dadas las circunstancias. Con esta nefasta idea y de forma velada, comienza la redacción de las primeras líneas del anteproyecto de la LOMCE que el gobierno de turno quiere implantar en nuestro país en el ámbito de la educación. Baste la idea que un profesor de Valencia argumentaba en la manifestación contra la Ley Wert la semana pasada: “Ya no quieren ciudadanos críticos y libres, sino curritos”. La desaparición de asignaturas como Filosofía o el desmantelamiento de las humanidades en general colaborarán con este propósito.
Amparados en la tiranía que conceden las mayorías absolutas en los sistemas democráticos actuales, el Partido Popular prepara una educación anquilosada e ideológica que puede tener consecuencias nefastas a corto plazo para los ciudadanos de nuestro país. Quizás a nuestros hijos en un futuro cercano no les haga falta el miedo para tragar con lo que el poder establecido crea oportuno firmar. Esa era la distopía que Aldous Huxley en 1932 nos presentaba en Un Mundo Feliz, una democracia que era la dictadura perfecta donde los ciudadanos tendrían el amor por la servidumbre gracias al sistema de consumo y entretenimiento, dando como fruto una masa popular despojada de toda capacidad reflexiva y en la que habría desaparecido todo lo intrínsecamente humano.
(*) Profesor de Filosofía
(IES ALMINA).
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