Recientemente se han publicado los datos de la Encuesta de Población Activa correspondientes al primer trimestre de 2015. Los resultados han sido calificados por el Presidente del Gobierno como “buenos, sin ambages y objeciones”. Sin embargo, este optimismo casi enfermizo de nuestro presidente contrasta con la evolución de las magnitudes laborales, fundamentalmente en tres aspectos: descenso de la población activa; moderada destrucción de empleo y persistencia de un elevado nivel de desempleo de 5,4 millones de trabajadores, lo que nos sitúa a la cabeza de la Unión Europea, teniendo por delante sólo a Grecia.
En el informe elaborado por el sindicato CCOO, en el que se analiza el mercado de trabajo en España en 2014, se realiza un detallado estudio de la situación que merece la pena detenerse a leer y meditar. Las principales conclusiones a las que se llega son las que a continuación comento. Aunque hay un repunte de la actividad económica, cifrado en un incremento del Producto Interior Bruto (PIB) del 1,4%, que ha generado un incremento de la ocupación del 1,2%, el mismo es insuficiente y se asienta en una continuidad de las bases de un modelo productivo con un débil crecimiento de la productividad. De hecho, la escasa creación de empleo ha estado localizada en algunos servicios de no mercado vinculadas a decisiones de las Administraciones Públicas y a actividades de comercio y hostelería, tradicionalmente de baja productividad. Esta circunstancia de crecer sin productividad, acarreará empobrecimiento al país, pues sólo será posible sostenerla con salarios bajos y malas condiciones laborales. Continúa el descenso de la población activa, fundamentalmente entre varones y personas jóvenes. Lo anterior ha llevado a una notable incorporación de las mujeres al mercado laboral que se ha de vincular a las mayores expectativas de encontrar empleo de estas en sectores como el público y a la reducción de los ingresos de los hogares, a consecuencia de la destrucción de empleo persistente en nuestro país. Saldo neto positivo de 205 mil empleos entre 2013 y 2014, lo cual es positivo, entre otras cosas porque rompe con la dinámica de pérdida de ocupación de los últimos seis años, pero que es claramente insuficiente, pues ello supondría que se necesitarían unos 16 años para alcanzar el volumen de los 20,6 millones de personas ocupadas en 2007. Sin embargo, presenta algunos aspectos negativos, como el mayor crecimiento del mismo entre los varones, la concentración del mismo en el sector servicios, principalmente, o el escaso volumen de empleo indefinido y de empleo entre las personas jóvenes. Asimismo, los trabajadores de bajos salarios se han visto más afectados por los impactos de la crisis que los de mayores salarios, pues la población con menores salarios medios ha perdido de media un 23% de poder adquisitivo entre 2010 y 2013, mientras que los del decil superior pierden únicamente el 4%. Porcentaje que se eleva al 33% de pérdida en el caso de las mujeres. Si además tenemos en cuenta que los deciles inferiores de los salarios están ocupados, mayoritariamente por inmigrantes, contratos temporales y jornadas parciales, podremos entender mejor el sentido de esta afirmación. Lo anterior significa que la crisis está profundizando la precaria situación de los trabajadores pobres. Por primera vez en muchos años aparece con fuerza el concepto de pobreza laboral, que se asocia al puesto de trabajo, a las características de los trabajadores y a las condiciones del hogar en el que viven. Situación que se agrava al haberse reducido el número de beneficiarios de prestaciones por desempleo y empeorado la calidad de las mismas. Al contrario de lo que se dice desde el gobierno, nuestra leve recuperación económica es esencialmente precaria, pues las políticas impulsadas en los últimos años han reproducido nuestro patrón de crecimiento de la fase expansiva de la economía, caracterizado por notables desequilibrios estructurales, como la especialización en actividades de bajo contenido tecnológico e innovador, baja cualificación de la mano de obra, baja productividad, alto nivel de endeudamiento de empresas y familias, persistentes desequilibrios sectoriales y profundas desigualdades sociales. En estas circunstancias, cantar victoria y esperar un resultado electoral como el de Cameron en Inglaterra es bastante temerario.
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