Categorías: Opinión

El mercadillo navideño

Mal van, hasta el momento, las ventas navideñas al comercio local. De un 30 a un 35 por ciento menos con respecto al año anterior, según valoraba en la SER el presidente de la Confederación de Empresarios. Lo que no es de extrañar por más animadas que veamos las calles. Mucha gente, sí, pero con pocas bolsas de compras en la mano como también apuntaba el propio Rafael Montero.
Y a propósito de comercio y de ventas navideñas, me permito reproducir lo que ya escribí el 6 de enero de 2008 en esta misma columna de opinión. Han pasado cuatro años y, curiosamente, su contenido es perfectamente extrapolable a las fechas actuales. Transcribo textualmente:
“Ausente de la ciudad durante estos primeros días del nuevo año, desconozco el ambiente y el definitivo grado de aceptación que habrá tenido el mercadillo que en los últimos tiempos viene instalándose, durante estas fechas, en la Marina. Tampoco sé si algunos comerciantes habrán vuelto a quejarse de una posible competencia desleal de tal baratillo. Lo que sí tengo claro es que casi todos esos puestos desentonan con lo que debería ser el típico mercadillo navideño. Creo que hemos caído en lo chabacano, que estamos confundiendo el culo con las témporas. A mis observaciones me remito.
Que en esos tenderetes lo que prolifere sea todo tipo de prendas de vestir, zapatos, zapatillas, paraguas, ropa interior, camisetas, chándales, bolsos, perfumes baratos, camisones, pañuelos o calcetines en oferta y hasta por lotes, es algo que no me parece serio ni apropiado en el marco de esta Ceuta moderna y bellísima que nos han dejado. Nada que objetar a que se venda todo lo anterior, pero creando un ‘piojillo’ propio. Habilitándole un sitio si se cree conveniente. Y a otra cosa. Siempre, eso sí, que no perjudiquemos a ninguno de nuestros sufridos modestos comerciantes.
A estas conclusiones llego deambulando por el Paseo del Parque de Málaga, mientras curioseo en sus típicos puestos navideños, la mitad de los cuales, aproximadamente, se dedican a artículos propios de estas fiestas: nacimientos, muchísimos; figuras para belenes, panderos, zambombas, reyes, Papás Noel, los típicos disfraces o los artículos de broma para las fechas, junto con los más variados dulces navideños.
En la otra mitad las figuras africanas, la artesanía de Cachemira o Vietnam, rosas de Jericó, la plata mejicana, perfumes orientales, heráldica, coleccionismo, tarot, marionetas, artículos andinos o la más diversa y curiosa artesanía que en muchos casos no es fácil encontrar en las tiendas.
Añádanle algunos puestos, muy pocos, con determinadas prendas de vestir propias para regalar, el típico dulce de algodón, las patatas asadas, los globos y los libros en los stand de la acera de enfrente, y me reafirmo en lo que debe ser el típico mercadillo navideño en el que siempre te tentará llevarte algo o, simplemente, pasar un rato agradable.
Sería absurdo comparar las posibilidades en este sentido de una capital como Málaga y Ceuta. Pero sí sugerir que, de una vez por todas, vayamos hacia algo similar, fomentando la venta de todo lo típico de estas fiestas junto con esos artículos originales que no estén en el comercio local y, por supuesto, los libros.
Porque lo que tenemos en la Marina, ya digo, me resulta lo más parecido a un ‘piojillo’ o a uno de esos mercadillos de Rincón o Castillejos”.
No he podido por menos que retrotraerme a esas opiniones cuando, días atrás, acudí a dichos puestos en busca de una zambomba y un pandero para mis nietas. Nada. Como tampoco el menor vestigio de los más variados objetos con los que montar un belén que, conforme a la tradición de estas fechas, abarrotan mercadillos similares de cualquier localidad de la otra orilla. Aquí por lo visto eso no encaja, como si hubiésemos perdido la tradición navideña por aquello de encontrarnos en el norte de África. Muy chocante, sí.
Regúlese por tanto este mercadillo para el futuro. Que sea como en todos sitios, y con artículos que no hagan competencia alguna al comercio local. Tradición de puestos navideños, vaya que si hemos tenido en esta tierra. Baste recordar los que solían levantarse en la plaza de los Reyes y aledaños, con sus artículos de auténtica artesanía propios para la ocasión, la mayoría de ellos salidos de las manos de auténticos maestros de la tierra. Eran otros tiempos, ciertamente, pero el sentido de estas ventas debería ser el que es. Vamos, digo yo.

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