Categorías: Opinión

El maquinista

No quiero ni imaginarme el calvario por el que estará pasando el maquinista del tren siniestrado en Santiago. Debe ser muy duro echarte sobre tus espaldas la muerte de 79 personas y la consiguiente tragedia familiar que les ha debido acompañar. Por su parte, tampoco me hago a la idea de la tremenda desolación de esas decenas de familias, que en unos segundos han visto truncadas sus vidas. Ante ello no cabe otra actitud que la de la profunda compasión y la condolencia. A los fallecidos, que la tierra les sea leve. A los que se quedan, que recompongan sus vidas con prontitud.

Hace años fui testigo indirecto del atropellamiento, por descuido, de una pobre anciana. Ocurrió en un humilde barrio malagueño de pescadores. Inmediatamente los vecinos salimos a ver lo sucedido. Era de noche. No había iluminación. Un vehículo alumbraba con sus faros, casi a las puertas del pequeño cementerio local, a una enjuta mujer de negro tendida en el suelo. El conductor lanzaba gritos desesperados, y se culpaba de lo sucedido. Entre el mar y ese camino, se amontonaban las pequeñas casas de pescadores. Mientras que la actividad de la zona fue la pesca tradicional, no hubo problema de tráfico. Pero pronto, la pequeña carretera de servicio se convirtió en una improvisada carretera general por la que circulaban potentes vehículos que se dirigían a las urbanizaciones que se extendían por doquier. Alguien exclamó: ¡la has matado!. Sin saber cómo, rápidamente todo se convirtió en una especie de jauría humana, que quería “linchar” al pobre conductor. Yo lo rescaté de la multitud y lo llevé a mi casa, para tranquilizarlo. También para protegerlo, hasta que llegasen los agentes de tráfico. La anciana falleció un tiempo después. Del conductor, nunca más supe nada. Pero algunos vecinos jamás me perdonaron que les privara de la codiciada “pieza” de su irracional “cacería”.

En el desgraciado accidente de Santiago, también he visto a un conductor, el maquinista, que se lamentaba de lo ocurrido. Una persona que ha aparecido ante la opinión pública, como todos hemos podido contemplar, con la mirada perdida. Sin poder articular palabra. Sin saber aún cómo ha podido suceder la tragedia. Sobre el que se pretende que recaigan todas las culpas. Aquí no ha habido multitud alguna de la que haya tenido que ser rescatado el conductor. Al contrario. La marea humana ha sido de personas dispuestas a ayudar. De gentes solidarias que no se amedrentan ante la desgracia. Es el ejemplo que ha dado el pueblo español al mundo. Sin embargo, ha surgido algo más nocivo y peligroso. Una multitud de políticos irresponsables. De cargos públicos cobardes que han callado y ocultado sus miserias ante la opinión pública. Ocurre siempre. Las culpas nunca son de los que toman las decisiones equivocadas. De los que con nuestros dineros, realizan inversiones sin las correspondientes estimaciones del impacto que causarán.

Soy usuario del tren desde hace tiempo y lo voy a seguir siendo. Para mí es uno de los transportes más seguros, limpios y tranquilos que existen. Lo uso con mucha frecuencia. Y se lo aconsejo a todos mis amigos. En el tren paso momentos muy agradables. Puedo leer, trabajar, pasear, contemplar el paisaje, charlar, escuchar música o ver una película, tomarme un café o consumir alcohol. Es más, durante los trayectos largos, mi rendimiento intelectual suele ser superior al que desarrollo cuando estoy en mi casa, o en el trabajo. Por ello, he sido testigo de la formidable evolución de nuestros trenes y de nuestra red ferroviaria. Y lo he podido comparar, por ejemplo, con la que existe en Inglaterra, tras la privatización, o en la América del automóvil privado. Nada que ver. Les ganamos. Y esto sí es progreso económico. Pero además, sostenible.

Dicho lo anterior, nunca habría podido imaginar que por razones puramente economicistas, se hubiera dejado en manos de una sola persona, el conductor, la decisión sobre reducir la velocidad de una máquina capaz de llevar a cientos de pasajeros a más de 200 kilómetros por hora, para así evitar un descarrilamiento como el ocurrido. Situar el final de un tramo de alta velocidad en una curva de casi 180 grados, sin apenas señalización, y sin controles automáticos de frenado apropiados a las nuevas tecnologías de los trenes que circulan por estas vías, es una irresponsabilidad, casi criminal, como desgraciadamente se ha podido comprobar. Alguien debería pagar por ello. Esperemos que se haga justicia y que el principio de la “culpa in vigilando” se abra paso en este procedimiento judicial. De momento, el pobre maquinista ya tiene su condena. Le han destrozado la vida.

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