Opinión

El mantra de Goebbles

En estos tiempos en que asistimos a una brutal involución social y política en todos los aspectos, convendría detenerse un momento para analizar en qué punto de medieva oscuridad nos encontramos exactamente.

Con una táctica de intensivo bombardeo mediático a base de mensajes apocalípticos, nuestras mentes se parecen cada vez más a las protagonistas de la novela del anarquista Orwell, 1984. La misión de estas machaconas consignas es la de encaminarnos, sin más remedio, hacia esas cañadas reales por donde transitan las ovejas camino del matadero final. Tal es así que ya no nos atrevemos a cuestionar nada de lo que las llamadas gurús de la economía nos repiten sin cesar a diario, por mucho que preconicen recortes y más recortes, siempre por nuestro bien. Y nunca para ellas, claro.

Llegadas a este punto, quizás sería bueno desempolvar porciones de una historia que pareció olvidada pero que tiene todos los visos, lamentablemente, de volver a ser actualidad, como si estuviésemos condenadas irremediablemente a un ciclo del miedo que nunca parece acabar. Y para miedo, más bien terror, Joseph Goebbels, ministro de la propaganda nazi que afirmaba sin rubor que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, y en este punto estamos precisamente situados.

En su ensayo Los nuevos perros guardianes, el filósofo francés Serge Halimi nos pone en guardia contra las pensadoras a sueldo cuya ingente labor es convencernos a todas de que las cadenas son mucho más beneficiosas que los martillos que las rompen. En esa misma línea, las antes aludidas especialistas de la economía de la salvación no paran de abogar por la privatización de absolutamente todos los servicios públicos en aras de una mayor rentabilidad y un menor gasto del erario público, además de una mayor eficacia. La falacia no resistiría el menor análisis si tuviésemos la capacidad de atrevernos a querer las cosas de frente.

Pero ahí no acaba la cosa: se nos dice, también una y mil veces, que el futuro de las pensiones pasa, irremediablemente, por retrasar la edad de la jubilación y, cómo no, por contratar planes de pensión privados.

Insisten hasta la saciedad en que la sanidad pública no es sostenible tal y como la hemos conocido en otros tiempos (parece que ahora también enfermamos por encima de nuestras posibilidades) y que ya es hora de pagar seguros médicos privados, única posibilidad de evitar ser atendidas como en los tiempos de la decimonónica beneficencia hospitalaria.

De la misma forma, desde el Poder se impulsa descaradamente la educación privada, vendiéndonosla como la solución para aislar en una burbuja de pureza a nuestras hijas, anulando por una parte las malas influencias y, por otra, siendo la única forma de recibir una instrucción como dios manda. Casi nada.

Igualmente se nos repite sin cesar que las funcionarias son unas privilegiadas, además de introducirnos, de forma sibilina, eso sí, la idea de que la vagancia es su mayor signo de identidad. Todos estos argumentos van alimentando con fuerza la idea de que todo lo privado representa la excelencia, frente a la incompetencia de las trabajadoras públicas.

Todo mentiras sobre mentiras, obviamente, pero como seguimos sin reaccionar, el mantra neoconservador de tipo goebbeliano sigue calando irremediablemente en todas nosotras.

Basándose en la ya citada afirmación del ministro de Hitler “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” nos inoculan, con incesantes afirmaciones, que la solución es que lo privado tenga absoluta preponderancia sobre lo público.

Sin embargo, ninguna de estas diosas de la verdad es capaz de explicarnos dónde van a parar los beneficios de tantas compañías privadas que están posicionándose, de forma irremediable, en todo lo que, hasta hace muy poco, era propiedad de todas las ciudadanas.

En una época en la que organizaciones como Cruz Roja, Banco de Alimentos y similares no dan abasto para atender a tanta población en situación de vulnerabilidad, y sobre todo repartiendo alimentos, nos siguen insistiendo en que la bajada de los salarios y un recorte de las ayudas sociales es la única vía para salir de la crisis que ellas mismas han creado.

El hecho de que el número de euromillonarias haya crecido en la misma proporción que las pobres, que los bancos tengan beneficios de vértigo o que la venta de coches de lujo se haya disparado deberían ser datos suficientes para decirles a estas expertas asalariadas de las poderosas que ya está bien, que estamos hartas de tanto engaño y de tanto mantra totalitario.

Goebbels lo tenía claro. Las que dirigen el cotarro, también. A la vista está.

¿Tragarse el mantra de Goebbels sin rechistar y comportarnos como borregas camino del matadero o, por lo contrario, plantarle cara a las que nos llevan por el irremediable sendero de la esclavitud?

Como siempre, usted sabrá si es mejor volver a creer en las mil y una veces repetidas mentiras goebbelianas o pensar que, una a una, somos muchas más que las agoreras de las poderosas.

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