Resulta muy raro afirmar con sorpresa que Disney ha conseguido cuajar un buen proyecto sin ir de la mano de su filial Pixar, dominadora de los últimos años en el género casi sin competencia. Y se antoja especialmente llamativo por lo que la todopoderosa casa de Mickey Mouse, Cenicienta, Blancanieves o Dumbo ha supuesto en la industria de la animación. Pero las cosas están así y se aplaude por lo refrescante que ellos solitos vuelvan a conectar con el público de todas las edades. Y cuando digo de todas las edades no me refiero a que los adultos no van a salir despotricando del cine, sino que de verdad van a pasar también un buen rato rememorando más de una tarde desafiando las vicisitudes de adictivos videojuegos ochenteros que ahora pueden parecer obsoletos, pero que en su momento fueron centro del universo adolescente de un buen puñado de ahora sacrificados papás y mamás.
La originalidad de la historia reside en el protagonismo del malo de uno de estos ya trasnochados (y pixelados o con toscos movimientos; muy meritoria labor de animación para mezclarlos con los flamantes personajes de última generación) videojuegos y sus inquietudes espirituales. Porque en realidad Ralph no es malo, sino que los programadores le hicieron un destrozón para que el bueno de la contienda pudiera arreglarlo todo según la guía y habilidad del usuario. Qué sería de los vencedores sin los vencidos… Cansado de que en su mundo nadie lo invite a las fiestas o de que le nieguen el saludo, Ralph decide emprender su propia aventura en otro lado para lograr por méritos propios otras medallas que le hagan sentirse más querido y realizado.
Con una primera media hora insuperable, con ingenio y cameos absolutamente brillantes que encantarán a los que hayan crecido con Pacman, Mario Bros, Sonic o Street Fighter (ya verán que no exagero, ya), sólo comparable a la primera mitad de Up,
la cosa va de más a menos cuando el tema se enternece (Disney, ya se sabe), sin llegar a estropearse en esta ocasión, aunque sobre al final cuarto y mitad de glucosa (en el amplio sentido de la palabra: también lo entenderán en cuanto lo vean). El proyecto huye despavorido del típico pastiche efectivo el primer fin de semana de taquilla o las navidades, y pretende captar a los más críticos coleccionistas de DVD con un guión sólido y divertido, además de una impecable labor de diseño gráfico, bastante logrado dada la complejidad de la mezcla de épocas.
Todo bastante (y gratamente) sorprendente, como mencioné al principio, siempre que no tengamos en cuenta que el responsable de la cinta es Rich Moore, nombre vinculado a mitos de la televisión como Futurama o, sobre todo, Los Simpson ¿Verdad que ahora se entiende el tono mucho mejor? Luego en realidad el gran mérito de Disney reside en apartarse de su habitual autocensura y confiar en alguien que si bien iba a garantizar éxito, podía llevar la marca a rozar lo políticamente correcto. Pues bueno, la operación les ha salido redonda, porque han logrado bastante de lo primero sin caer en lo segundo. Todos contentos.