Juan, que iba el primero, nos llevó al jardín donde siempre nos reuníamos. Se sacó un libro de debajo del jersey y rápidamente lo escondió. Casi tartamudeando explicó que entró en los urinarios de hombre que eran de a pie con un pequeño escalón para subirse y justo enfrente del mismo estaba puesto el libro. Que lo cogió sin mirar y se lo escondió. Saliendo rápidamente del lugar para advertir a nosotros lo que había encontrado. Nadie dijo nada pero fue él mismo quien propuso dárselo a Ana para que hiciera los honores allí en directo para ver el título del nuevo libro y ver las pistas que podría esconder esta vez. Lo aceptó sin rechistar y primero leyó el titulo: “Bailando con lobos”.
Luego miró si había alguna dedicatoria en las primeras hojas y sí: “Ya juegas más en serio”. Buscó la otra nota y ponía: “Si mueres vas a un lugar. Allí el número 7 estará”. Despacito buscó las frases subrayadas y en contró: “La amistad es para siempre. Tú y yo al fin del mundo. Nunca te olvidaré”. Todos estábamos tomando notas. Seguía siendo un reto de los grandes. Pero lo más bonito fue cuando terminamos la reunión, Ana se me agarró a mis brazos y me dijo en el oído: “Me invitas a merendar hoy. Podemos leer juntos está historia que he visto en el cine”.
La acompañé hasta su casa donde yo le di un beso en los labios de despedida y quedamos a las cinco en mi casa. Le dije a mi madre que preparara algo para merendar que iba a venir una amiga. Lo esperado me empezó a interrogar. Pero lo principal fue que estaba muy contenta. A parte de ser un buen estudiante ya tenía novia. Me dijo que tenía que bañarme rápido y me explicó que las mujeres eran muy especiales y que si sabía para qué se utilizaba el preservativo. Yo le dije que no era tonto y que procurara no meter la pata. Y llegó la hora, pegó a la a las cinco en punto, venía vestida con un vestido de color rosa. Nunca la había visto tan guapa. Mi madre fue quien la recibió. Le dio dos besos y las vi a ambas muy sonrientes. Lo que me temía esa sincronización entre mujeres. Mi madre tenía preparada unas pastas de te y le dijo si quería te o café. Ella escogió el café con leche.
Mi madre le interrogó sobre cómo conoció a su hijo y ella le dijo que este año había coincidido en segundo de bachiller en la misma clase. Cuando terminamos de tomar la merienda mi madre se despidió alegando que tenía que hacer muchas cosas en casa y que seguro que tenían ellos que estudiar al vernos con el libro. Ella propuso leer el libro en voz alta. Ella empezó y yo estuve escuchándola extasiado. Todas las escenas de amor las imaginaba con ella. Y así estuvimos hasta las diez de la noche que me dijo que se tenía que ir. Yo la acompañé agarrado a su cintura y ella también de vez en cuando nos dábamos un beso. Qué bonito es el principio de un amor. Y más de estos donde sólo primaba el estar junto a alguien que uno quería. Son los momentos más dulces y bonitos de nuestra vida. ¡Quién los volviera a repetir!
Al llegar a su casa le di un beso y le dije: “Hasta mañana cariño”. Volví a casa pensando lo feliz que era. Mi madre me estaba esperando en la puerta de la calle y la vi con ganas de hablar. Y me indujo a decirle que era una persona muy feliz y estaba muy contento. A parte de decirle que me había preparado para cenar. Al día siguiente volvimos a reunirnos en nuestro lugar mágico y ella habló que habíamos estado leyendo juntos el libro. Todos nos miraron con una sonrisita que nos quemaba. Pero llevaban toda la razón del mundo. Nos queríamos. Seguimos con la reunión y Ana propuso que cuando terminara de leer el libro volver a dejarlo en el mismo sitio y hacer el seguimiento de costumbre. A parte de comunicarnos que teníamos de darnos una buena caminata para ir al cementerio de Santa Catalina. Eso trajo muchos momentos donde la mayoría dieron un paso para atrás. Aunque yo propuse que fuera la inspección a plena luz del día. Por ahí ya todos entraron en razón.
Ya que al principio relacionaron cementerio con la noche y eso no le gustaron ni un pelo a mis colegas de la pandilla. Creo que fue dos días después de esta reunión cuando Ana propuso el dejar el libro en el mismo lugar donde Juan lo encontró. Hicimos el viaje todos juntos y lo puso en el mismo sitio. Allí se quedó nuestro espía e hizo lo mismo de siempre. Pero esta vez al reconocer el chaval que era el mismo que estaba en los anteriores momentos lo saludó y le dijo: “¿Cómo te encuentras colega?”. Signo que no era tonto y sabía que le estaba mirando y cerciorándose que cogía el libro. Nuestro mandado le levantó la mano y le dijo: “Adiós”.
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