En Ceuta, hablar del General D. Fernando López de Olmedo, que en su día fuera Comandante General de Ceuta, es referirse a alguien más que conocido por la gran mayoría de los ceutíes, debido a su amable talante de trato afable y cordial. Cuando cesó en el cargo, tras haberle prolongado el Gobierno la edad de su pase a la reserva, precisamente, debido al conflicto de Perejil, fue muy homenajeado en Ceuta tanto por la Ciudad, que le concedió el prestigioso premio “Convivencia”, como también por los demás estamentos sociales ceutíes. Recuerdo verle pasando revista a las tropas (siempre me invitaba y en cuanto no me veía preguntaba si se me había enviado su invitación), haciéndolo erguido, más derecho que una vela, con destreza y marcialidad y poniendo toda su atención y fijeza en la tropa que revistaba mirándola de arriba abajo; que eso era pasar revista, no como lo hacen algunos políticos que por razón de protocolo les corresponde, con la mirada perdida y, a veces, incluso hablando, lo que creo que es una falta de cortesía y de consideración hacia la seriedad que conlleva un acto tan solemne de tal naturaleza.
Y todavía fue más conocido el General Olmedo, porque le tocó mandar la plaza cuando tuvieron lugar los sucesos de la isla Perejil, que para ir al islote a alentar a las tropas españolas que desalojaron a los marroquíes que lo ocuparon, no dudó en montarse en un helicóptero, con su Estado Mayor y el Coronel de la Legión, para apoyarlas personalmente. Fruto de su contacto real y efectivo con aquellos acontecimientos, fue que en su día escribió el libro “Ceuta y el conflicto de Perejil”, cuya presentación en el Salón del Trono de la Asamblea de Ceuta, con asistencia de autoridades y pueblo, tuve el honor de que me confiara. Y aquello, más que la presentación de un libro, parecía un acto de adhesión a su persona, porque que en dicho Salón no se cabía, pese a su enorme amplitud, y la fila de numerosos asistentes que luego fueron a que le firmara un ejemplar era interminable. Pues, muchas gracias, Fernando, por haberme honrado con tu nuevo libro, que ya veo pone claramente de manifiesto varias cosas: En primer lugar, tu acendrado amor hacia la honrosa profesión que abrazaste.
Luego, el cariño hacia Ceuta, que en cuanto tienes ocasión la conviertes en escenario de muchos de tus relatos sobre los laureados. Y también el libro pone en evidencia tus plenas facultades, pese al paso del tiempo y a las contrariedades que te han surgido. Enhorabuena por todo ello.
El libro se titula “De Igueriben a Perejil y 171 laureados”. Y es un texto eminentemente militar, en el que detalla los méritos y circunstancias por los que fueron concedidas las 171 Laureadas de San Fernando a otros tantos héroes militares, desde Soldado a General, que se hicieron merecedores de la más alta condecoración militar. Creo que con él se rinde un merecidísimo homenaje al valiente soldado español de todos los tiempos, aunque con mayor incidencia casuística en los héroes que en las campañas de Marruecos fueron capaces de sacrificar su vida por la Patria y por la dignidad de España, en unos tiempos en que el servicio de armas aun no estaba profesionalizado, sino que gran parte de los que morían lo hacían ofreciendo sus vidas por la Patria sin recibir nada a cambio, porque eran soldados del Reemplazo que debían prestar un servicio militar obligatorio, sin percibir ni sueldo ni buscar expectativas de carrera militar, sino con una entrega temporal al servicio de de la Nación, en medio de grandes sacrificios y penalidades. Y ese tributo de recuerdo hacia aquellos héroes españoles, del General Olmedo, todavía resulta más digno de encomio y de hacerlo público y conocido, precisamente, ahora que tan devaluados están aquellos viejos valores de amor a España y defensa de su integridad e independencia; por eso el libro adquiere hoy aun mayor valor.
Como ampliación mía, aclaro que Igueriben fue una posición contigua a la de Annual, durante la Guerra del Rif, que fue ocupada por las tropas españolas el 7-06-1921 ( mismo mes que Perejil) y quedó defendida con 355 hombres al mando del comandante Mingo del Regimiento de Infantería Ceriñola nº 42, que posteriormente fue sustituido en el mando por el comandante Julio Benítez, del mismo Regimiento, que había defendido con anterioridad la posición de Sidi-Dris. No obstante, fue imposible su defensa ante la abrumadora fuerza de los sitiadores, las cábilas rifeñas lideradas por Abd el-Krim, de manera que finalmente los defensores españoles debieron abandonar sus posiciones y retirarse hacia Annual, dejando atrás un gran número de muertos y heridos. La fortificación en sí era deficiente, compuesta por sacos terreros y sólo dos hileras de alambre de espino que, además, estaba situada muy cerca de los parapetos debido a que casi toda la posición estaba rodeada de acusadas pendientes. Por otra parte, carecía de una vía de acceso adecuada, era una senda para animales muy tortuosa con abundantes barrancos, y con la aguada a más de cuatro kilómetros.
Los ataques contra Igueriben empezaron a intensificarse el 14 de junio, y ya el día 17 se les agotó el agua por lo que se vieron obligados a machacar patatas y chuparlas. El líquido de los botes de tomate y pimiento lo reservaban para los heridos. Al acabarse todo, recurrieron sucesivamente a la colonia, la tinta y por fin a los propios orines mezclados con azúcar. El día 21 se intentó socorrer la posición con una columna de 3000 hombres, pero el convoy de ayuda quedó estancado muy cerca de la misma, con 152 bajas en dos horas. Se repartieron los últimos veinte cartuchos que quedaban para cada hombre, se incendiaron las tiendas y se inutilizó el material artillero, después se inició la salida que fue masacrada ante la misma puerta. De los defensores sólo lograron escapar un oficial (Teniente Casado y Escudero) y once soldados, de los cuales cuatro murieron al llegar a Annual al atracarse de agua y por agotamiento, mientras que el Teniente Casado y cuatro soldados fueron hechos prisioneros durante año. El comandante, Julio Benítez Benítez y el capitán, Federico de la Paz Orduña obtendrían la Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo, por el heroísmo.
Igueriben fue la punta de lanza del temerario y desastroso plan del general Manuel Fernández Silvestre para asegurar el control del protectorado español en Marruecos. Decidido a avanzar hasta Alhucemas, Silvestre no tuvo en cuenta que las cábilas rifeñas, bajo el mando de Abd el-Krim, preparaban la guerra contra los españoles. Allí, en Igueriben, están el abnegado Benítez y sus 350 hombres. El 14 de julio Abd el-Krim inicia el hostigamiento a la posición. El 17, las cosas empeoran porque los artilleros rifeños van afinando y los obuses comienzan a caer dentro de la posición. La guarnición se defiende sin descanso. Junto al parapeto, disparan todo el día bajo el implacable sol del Rif. Los heridos, sin atender porque no había médico ni medicinas. Pero lo peor era la sed. El pozo más cercano queda a varios kilómetros y solo asomar el cogote ya supone jugárselo. La única esperanza era que desde Annual el general Silvestre lograra romper el cerco y auxiliara la posición. Benítez confía en su general y contagia su entusiasmo a la tropa.
La noche del 18, los moros se acercan tanto que se escuchan sus insultos a los oficiales y su oferta a los soldados: si se rinden, podrán volver ilesos a Annual. Los españoles responden gritando vivas a España y disparando. Benítez les dice: «Los defensores de Igueriben mueren pero no se rinden». Al día siguiente, Silvestre comunica que van a auxiliarlos. Pero las condiciones son cada vez más insoportables. Las ametralladoras comienzan a quedar inutilizadas por el constante uso y el calor. El día 20, Benítez escribe a su general: «Tenemos muertos y heridos, carecemos de agua y de víveres y la gente se ve precisada a permanecer día y noche en el parapeto para tener a raya al adversario». Silvestre contesta: «Héroes de Igueriben, resistid unas horas más. Lo exige el buen nombre de España». Benítez responde: «Esta guarnición jura a su general que no se rendirá más que a la muerte». Pero la ayuda sigue sin llegar y Benítez vuelve a comunicar con Annual: «Es horrenda la sed; se han bebido la tinta, la colonia, los orines mezclados con azúcar. Se echan arenilla en la boca para provocar en vano la salivación. Los hombres se meten desnudos en los hoyos que se hacen para gustar el consuelo de la humedad. Se ahogan con el hedor de los cadáveres».
Silvestre intentó el auxilio, pero no pudo. Una tras otra, las expediciones de aprovisionamiento son masacradas por el enemigo. Los españoles son el blanco perfecto para los tiradores moros, que disparan a placer protegidos por la orografía de su tierra. Mientras, a Igueriben llega una nueva oferta de rendición. El 20 de julio, Silvestre les vuelve a comunicar: «Resistid esta noche, y mañana os juramos que seréis salvados o quedaremos todos en el campo del honor». Todo será inútil. Cada intento es una sangría y es ya el mismo campamento de Annual el que está rodeado de rifeños. Silvestre, desquiciado, autoriza por fin la evacuación de Igueriben. Benítez contesta enojado: «Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros. Nunca esperé de V. E. recibir orden de evacuar esta posición, pero cumpliendo lo que me ordena, en este momento…. la oficialidad que integra esta posición … sabremos morir como mueren los oficiales españoles». Los rifeños acribillan al diezmado contingente.
Los españoles mueren matando. Benítez recibe un primer impacto en la cabeza y cae a tierra. Polvoriento y ensangrentado, se rehace y continúa al frente de sus hombres, hasta que recibe el segundo balazo en el corazón y muere.