Categorías: Opinión

El injerto socialista

No creo que la metáfora de los gemelos, una especie de Cástor y Pólux de las organizaciones de la izquierda española, pueda ser aplicable al PSOE y al PSC. Se dice de ambos que son partidos hermanos, pero no es exacta esa relación de parentesco. Sería más correcto, desde mi punto de vista, utilizar un término tomado de prácticas culturales arborícolas y con ello me refiero al injerto. El partido que dirige Pere Navarro se formó en 1978 injertando en la rama catalana del PSOE a dos partidos diferentes que representaban electoralmente poco al lado de la fuerte presencia del partido dirigido por Felipe González y Alfonso Guerra en el ámbito laboral de Cataluña. Aquella operación a treinta y cinco años vista benefició claramente a los injertados, que no han dejado de actuar durante ese período más que capricho de la historia, cuerpo extraño causa de reacciones alérgicas. Podrá expresarse de muy distintas formas, con mayor o menor acierto en lo sutil y agudo de las imágenes, pero la conclusión es siempre la misma, que el nacionalismo es una ideología sustantivamente contraria al pensamiento socialdemócrata, al ideario socialista. Una organización que muestra su incapacidad de aunar armónicamente vocación universalista por los canales que la historia ha labrado a lo largo de siglos y cultura local, debido a la fractura que introduce el nacionalismo frente al ‘otro’, es una cuña en el tejido social catalán y un proyecto político fracasado como las sucesivas convocatorias electorales demuestran.
Tal vez no debiera haber sido ésta la ocasión en que dentro del PSOE se levantasen con tonos más claros las voces discrepantes, que muestran el descontento con la deslealtad de una organización desorientada por el oportunismo de sus dirigentes y la distancia que mantienen con una importante parte de la ciudadanía, a la que las veleidades separatistas no convencen, segura como está de que ese viaje a ninguna parte la convertiría en gente desarraigada por un nacionalismo cuyo propósito histórico es esencialista y discriminador. Es desafección a un proyecto político como el socialista en las desfavorables circunstancias actuales, anteponer las ínfulas identitarias de una ideología ajena, trabajando a favor de sus intereses, cuando la razón política emplaza a restañar fisuras, a establecer un marco de entendimiento para abordar los grandes desafíos que ante sí tienen el conjunto de los españoles, desquiciados por la demagogia envenenada del nacionalismo, maltratados por una crisis cada vez más injustificable y exhaustos ante la gestión ineficaz de un Gobierno acorralado por un tesorero.
Para el socialismo español, catalán, nunca puede ser la hora de la bandería con su oscuro ulular, sino de vertebrar y cohesionar a España para continuar con la construcción europea, abandonada en favor de las pulsiones nacionalistas y ciega ante la necesidad de un proyecto común, cuya ausencia nos dejaría a merced de las nuevas formas del totalitarismo.

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