Categorías: Opinión

El infierno

El infierno existe. Está al sur de Europa. En Ceuta. En un lugar llamado Tarajal”. Esta frase cerraba un escalofriante reportaje periodístico emitido por una cadena de televisión de ámbito nacional no hace mucho tiempo. Muy de vez en cuando, desde el exterior, nos ponen frente al espejo y nos vemos obligados a ver el horror que habitualmente esquivamos para evitar un cargo de conciencia que sería insoportable. Los seres humanos necesitamos válvulas de escape que nos permitan aliviar la presión psicológica a que nos somete la vida diaria. Pero la gigantesca venda que cubre nuestros ojos no es siempre suficiente. Algunas veces la realidad se desborda a sí misma, y el espanto se hace presente en toda su plenitud. Es el momento de las prisas. Los lamentos. Y una frenética y desnortada actividad institucional que se presume inopinadamente eficaz. La convulsión se desvanece poco a poco hasta recobrar el estado de anormalidad consuetudinariamente considerado tolerable. Tensa espera hasta la nueva erupción. Acaso la definitiva…
Lo que sucede en el Tarajal es un didáctico compendio de los principales males que aquejan a nuestra disparatada vida pública. La ilegalidad consentida. La falta de rigor de las administraciones públicas. La inexistencia de criterios de actuación de las autoridades. La ausencia de objetivos políticos definidos. La incapacidad de diálogo. El cinismo como recurso dialéctico por excelencia. La chapuza como método. La prevalencia de los intereses particulares sobre los intereses generales. La abusiva cuota de influencia de los poderes fácticos. La relativización de los derechos humanos. La preeminencia (dependencia) de los intereses de Marruecos. La tolerancia de la corrupción. El dinero como referencia suprema de la conducta individual y colectiva. Por eso nunca se soluciona el problema del Tarajal.
El primer argumento, utilizado a modo de mantra, es el importante volumen de recursos que moviliza la actividad que allí se desarrolla. El trazo grueso de la argumentación conduce a la conclusión que una ciudad con escasas posibilidades de generar actividad económica por sí misma, no se puede permitir el lujo de prescindir de un tránsito de 200 millones de euros al año. Una tupida cortina de billetes resulta suficiente para ocultar cuanto ocurre al otro lado. La permanente y consentida vulneración de todos los principios éticos y legales que configuran la escala de valores democráticos, adquiere la condición de mal menor. Este hecho, en sí mismo, debería ser objeto de una profunda reflexión.
El segundo gran argumento que planea sobre este debate es el papel decisivo que juega Marruecos en este conflicto. Es cierto que las relaciones con Marruecos constituyen una pieza básica de la política exterior española. No es menos cierto que afectan de un modo determinante a Ceuta. Como tercer axioma podemos añadir que se trata de una relación complicada, delicada y en muchos casos impredecible. Pero la consecuencia de todo esto no puede ser, como está siendo, que los asuntos relacionados con nuestra ciudad sean tratados única y exclusivamente en las cloacas. En este extraño modelo de negociación, fundamentado en un sutil y permanente chantaje, Ceuta siempre pierde. En lugar de tanta bravata huera, el Gobierno de la Nación debería exigir a Marruecos respeto para Ceuta, y suscribir acuerdos públicos y transparentes sobre la ordenación integral del espacio fronterizo. El lento pero inexorable repliegue de nuestro país en esta contienda soterrada tiene un elevadísimo coste de futuro. La soberanía española sobre Ceuta se defiende haciéndonos fuertes frente a terceros. Es una obligación inaplazable del Gobierno establecer, de acuerdo con Marruecos, los derechos y deberes que asisten a los ciudadanos de ambos lados de la frontera, desde el reconocimiento de una realidad peculiar y bajo el principio de una cooperación efectiva que favorezca mutuamente el desarrollo y el bienestar de todos. La desregulación y el caos diseñan el escenario ideal para corruptos y desalmados. Democráticamente inaceptable.
Es muy poco (nada) probable que el Gobierno del PP sea capaz de afrontar una empresa de esta naturaleza. Por la misma razón que no ha sido capaz de activar la iniciativa para implantar una aduana comercial en Ceuta, que zanjaría definitivamente la cuestión. La sumisión a los intereses de Marruecos se ha convertido en una indeleble seña de identidad de los Gobiernos españoles (el PP disimuladamente y el PSOE abiertamente).
El tablero de juego realista y a corto plazo excluye por imposibles las soluciones idóneas. ¿Nos debe ello conducir a la inacción? En modo alguno. El orden es consustancial con la civilización. Y en el Tarajal se necesita orden, mucho orden. Tendremos que recurrir a un remedo. Nunca nos libraremos de la maldición de la “diferencia”. El primer requisito es el alejamiento de la improvisación. El segundo, la fijación de límites y objetivos claros en todos los ámbitos afectados (frontera, seguridad, economía, educación, derechos humanos, convivencia y vida social de la barriada). Priorizando valores. Sin prejuicios. Y a partir de ahí, y desde el diálogo, construir un equilibrio bien definido y plasmado en un documento que vincule a todas las partes implicadas; en el que deben figurar como mínimo, las  inversiones necesarias, los medios e instrumentos aplicables, y los compromisos que debe asumir cada uno de los agentes que allí operan. Lo que debe ser un propósito irrenunciable, es salir del infierno. Ya.

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