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El incidente del Equinoccio de Otoño

La historia de la humanidad está llena de heroicidades, de historias de personas que han arriesgado sus vidas y que han hecho cosas dignas de admiración. Por ello han pasado a los anales de la Historia. Muchas de esas personas han sido reconocidas por esos hechos, han recibido grandes y merecidos homenajes. En algunos casos, por desgracia, el homenaje ha tenido que ser póstumo pues la heroicidad fue de tal envergadura que en ella les fue la vida.
Algunos de estos héroes han sido anónimos hasta que por fin alguien o algo los ha podido sacar del anonimato y han recibido el reconocimiento que merecían. Pero hay otros que siempre serán anónimos y precisamente por eso, el tamaño de su heroicidad será aún mayor, hasta alcanzar el grado de leyenda.
Hay héroes que han continuado realizando gestas aún después de su muerte, como el Cid Campeador que, según los historiadores, ganó su última batalla cuando ya estaba muerto y lo colocaron sobre su caballo Babieca. Tal era su fama de bravura que sus enemigos huyeron despavoridos cuando lo vieron venir a lomos de su caballo, sin saber que estaba muerto.
Pero a veces la heroicidad no consiste en luchar a brazo partido con el enemigo. Ni en lanzarse al vacío en una situación desesperada para salvar la vida  de alguien, ni nada parecido. A veces la heroicidad consiste en ser capaz de mantener la suficiente sangre fría para no hacer nada cuando todos los que están a tu alrededor te están pidiendo con todas sus fuerzas que hagas algo. Puede costar trabajo creer que esto pueda ser una heroicidad, pero cuando lean la historia que les voy a contar lo van a comprender perfectamente.
¿Saben ustedes quién es Stanislav Petrov? Posiblemente alguno de ustedes lo sepa. Hasta hace unos días yo no tenía ni idea de quién es este señor. Pues bien, Stanislav Petrov es (digo es porque afortunadamente aún vive) ni más ni menos, que el hombre que evitó la Tercera Guerra Mundial. Un héroe. Y la evitó porque tuvo la enorme sangre fría de no hacer nada soportando la enorme presión de todos los que lo rodeaban y le pedían que lanzara misiles atómicos sobre Estados Unidos durante la medianoche del veintiséis de septiembre de mil novecientos ochenta y tres. Voy a contarles la historia.
A lo largo de las cuatro décadas en las que duró la Guerra Fría que tenía enfrentadas a las potencias de Estados Unidos y la Unión Soviética, se produjeron un buen número de momentos de alta tensión entre ambas, con el consiguiente riesgo de tener algún conflicto armado.
Uno de estos instantes hizo temer lo peor, y es que la sombra del estallido de la Tercera Guerra Mundial estuvo muy presente durante la medianoche del veintiséis de septiembre de mil novecientos ochenta y tres, en la que la providencial actuación de un miembro del ejército soviético evitó llevar al planeta a un desastre bélico de nefastas consecuencias.
El Teniente Coronel Stanislav Petrov tenía encomendada una importante misión dentro del entramado militar del ejército soviético: controlar los ordenadores y radares antimisiles ante el posible ataque por parte de los norteamericanos. Tenía instrucciones específicas desde el Kremlin en caso de recibir un ataque con misiles nucleares: la Unión Soviética tenía previsto el lanzamiento de una ráfaga de misiles como contraataque. El día que eso ocurriese, el planeta estaría en grave peligro.
A cien kilómetros al suroeste de Moscú se hallaba el búnker de Serpujov, donde estaba centralizada la información proveniente de los sistemas de alerta de la URSS ante un posible ataque a su territorio con misiles intercontinentales. En la noche del veinticinco al veintiséis de septiembre de mil novecientos ochenta y tres, el oficial al mando era el Teniente Coronel de cuarenta y cuatro años Stanislav Petrov.
Pasaban catorce minutos de la medianoche y todo estaba en calma, cuando de repente las alarmas del equipo comenzaron a sonar, advirtiendo que un misil estadounidense se dirigía hacia la Unión Soviética. Todos los militares presentes se dispusieron a poner en marcha el protocolo establecido en caso de ataque, pero el Teniente Coronel Petrov pidió calma a sus compañeros e intentó razonar que, muy posiblemente, se trataba de algún error de los servicios informáticos.
Sus argumentos, aunque eran simples hipótesis, se basaban en lo siguiente: suponiendo que Estados Unidos desease realizar una acción bélica contra la URSS, no lanzaría un solo misil y su ofensiva sería la de lanzar muchísimos más, tal como harían los soviéticos a la inversa.
Sin embargo, el sistema detectó un segundo lanzamiento, por lo que los argumentos esgrimidos por Petrov quedaban diluidos. El Kremlin, en contacto directo con el centro de operaciones, pedía respuestas rápidas y eficaces. El tiempo para encontrar soluciones se agotaba. Todos estaban muy nerviosos, mientras que el Teniente Coronel parecía mostrar una calma fuera de lo común.
La alarma por un tercer misil lanzado comenzó a sonar, después apareció un cuarto lanzamiento y hasta un quinto. El sonido de las alarmas era ensordecedor. La pantalla del ordenador que se encontraba frente a Petrov mostraba el mensaje "INICIO" de forma intermitente y letras brillantes. Una tecla frente a él era la que determinaría si se comenzaba un contraataque masivo de misiles nucleares contra intereses norteamericanos. Un sudor frío recorría la sien de todos los presentes. Había gritos y peticiones de que apretase el botón y se llevase a cabo el protocolo de seguridad.
Stanislav Petrov, sin tener la absoluta seguridad de que su intuición era correcta, decidió no llevar a cabo el ataque y esperar para ver qué era lo que ocurría. Las pantallas de los ordenadores comenzaron a llenarse de trayectorias de misiles que caían sobre objetivos de la URSS, pero no ocurrió nada. Las alarmas comenzaron a dejar de sonar y la calma se fue apoderando del centro de operaciones. Tras unas cuantas llamadas para confirmar que ningún misil había impactado sobre suelo soviético, la celebración y júbilo se apoderó de todos los presentes, felicitándolo por su acierto. Su decisión había sido la correcta. Stanislav Petrov había evitado una guerra nuclear en todo el mundo. Se había convertido en un héroe.
No obstante, el héroe se encontraría con un importante problema: había desobedecido el procedimiento militar, desafiando las advertencias de su equipo y las órdenes desde el Kremlin. Debido a esto, sería sometido a un intenso interrogatorio por parte de sus superiores acerca de sus acciones y decisiones durante esos momentos de vital importancia. Tal vez porque había ignorado las advertencias, ya no era considerado un militar de confianza. En las fuerzas armadas las órdenes y los procedimientos deben llevarse a cabo indefectiblemente.
Finalmente, Stanislav Petrov no fue castigado por ello, pero tampoco recibió recompensa ni honor alguno por su heroica y valiente decisión. Su importante y prometedora carrera militar había llegado a su fin. Tras un corto espacio de tiempo asignado a un puesto sin responsabilidad, fue retirado de las fuerzas armadas y, a sus 44 años de edad, pasó a ser un “jubilado”.
La historia de estos hechos no vio la luz hasta el año 1998 y fue conocida con el nombre de "el Incidente del Equinoccio de Otoño". La explicación a lo sucedido fue bien sencilla: los radares antimisiles colocados en los satélites estaban configurados para detectar cualquier variación en la señal térmica. Un cúmulo de casualidades hizo que la tierra, el sol y los satélites quedasen alineados debido a la entrada del equinoccio de otoño, que se producía en esas fechas. Los aparatos lo detectaron y lo interpretaron como misiles nucleares.
Actualmente, Petrov se encuentra retirado del ejército y pasa sus días como humilde y modesto pensionista en Fryazino, Rusia.[] Allí ha vivido desde que se jubiló con su esposa Raisa y sus hijos Dimitri y Yelena. Su esposa murió tras una larga y penosa enfermedad y él ahora se encuentra sólo y con problemas cardiovasculares que le hacen caminar con dificultad. No tiene dinero para pagarse un tratamiento adecuado.
Aunque no se considera un héroe por lo que hizo ese día, la "Association of World Citizens" (Asociación de Ciudadanos del Mundo) le otorgó su premio "World Citizen Award" el 21 de mayo de 2004, que consta de un trofeo y 1.000 dólares, por evitar lo que podría haber sido la Tercera Guerra Mundial. Quizás haya sido muy escaso premio y reconocimiento para el hombre que probablemente evitó que se produjera la Tercera Guerra Mundial. Otros por mucho menos disfrutan de generosísimas pensiones vitalicias.
En enero de 2006, Petrov realizó un viaje a EEUU, donde fue homenajeado por las Naciones Unidas, y donde posteriormente le fue entregado un segundo premio de la Asociación de Ciudadanos del Mundo. En el documental "The Red Button & The Man Who Saved The World" ("El botón rojo y el hombre que salvó el mundo", 2008) Petrov afirma:
"Todo lo que pasó después no me concernía, era mi trabajo. Estaba simplemente haciendo mi trabajo y fui la persona correcta en el momento apropiado, eso es todo. Mi última esposa estuvo diez años sin saber nada del asunto”.
“¿Pero qué hiciste?”- me preguntó.
“Nada, no hice nada”.
Petrov lo explica muy bien en esa entrevista. No hizo nada. Se convirtió en un héroe por no hacer nada. Pero en su caso, no hacer nada era difícil, extremadamente difícil. Imagínense ustedes la situación. En su caso, lo más fácil hubiera sido hacer lo que todos le pedían: apretar el botón. Pero aquí, la heroicidad estaba en no hacer nada.

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