Portugal fue un condado dependiente del antiguo reino de León hasta el siglo XI. El año 1143 su conde Alfonso Enríquez se las ingenió para obtener el apoyo del Papa Alejandro III en sus aspiraciones separatistas cuando los Papas tanta influencia tenían en Europa, consiguiendo así que se firmara el Tratado de Zamora, con el que su primo Alfonso VII, rey de Castilla, reconoció por primera vez a Portugal como reino.
Este Tratado se firmó con el pretexto de poner fin a las disputas surgidas en torno a los límites entre ambos territorios, castellano y portugués. Después, la reconquista portuguesa de otros territorios del entorno ganados a los árabes le permitió ampliar las fronteras meridionales. Así, Lisboa fue reconquistada a los árabes en 1147, y en 1249 el conde lusitano reconquistó el Algarbe, que marcó el final de la ocupación musulmana en Portugal.
En 1297 se firmó el Tratado de Alcañices entre Fernando IV de Castilla y el portugués D. Dionis, por el que se reconocía independencia del país vecino y se fijaban las fronteras conocidas como “La Raya”. El Tratado fue sellado con dos bodas de interés exclusivamente real, pero que resultaron muy perjudiciales para ambos pueblos, porque no hicieron sino traernos la secesión definitiva de Portugal de España, casando, por un lado, al heredero de la corona portuguesa, D. Alfonso, con Dª Beatriz, hija de Sancho IV de Castilla; y, de otra parte, también a Fernando IV de Castilla con la princesa Constanza de Portugal. Vemos así, que la separación de España y Portugal no fue un hecho que naciera de la voluntad popular querida por los pueblos luso-español, ni tampoco de la fuerza de las armas con motivo de alguna conquista bélica, sino por componendas matrimoniales de la nobleza portuguesa y la realeza española para repartirse territorios públicos nacionales en forma de arras nupciales, creando unas fronteras como si de poner lindes a sus patrimonios particulares se tratara. De esa forma, la nobleza hispano-portuguesa consiguió crear para sí misma un nuevo estado a base de quitarle un trozo de territorio a Extremadura, otro a Galicia, otro a León y otro a la España meridional sarracena, que nunca debió desmembrarse de la vieja Hispania. Y luego, como pretexto para justificar la secesión, se echó a pelear a los dos pueblos hermanos para implicarles también a ellos en la secesión. Desde entonces existe el dicho portugués: “De España, ni bon vento (aire solano seco que les llega) ni bon casamento” (emparejamientos matrimoniales interesados).
Luego Portugal volvió a estar unido a España el año 1580, cuando el rey español Felipe II ciñó ambas coronas en su persona, en su condición de hijo de Isabel de Portugal y nieto del rey portugués Manuel I, aunque sería una unión más bien protocolaria y breve, ya que duraría hasta 1640 de hecho y hasta 1668 de derecho, ya que en la primera fecha tuvo lugar una revuelta independentista portuguesa que prosperó y, en la segunda, se firmaría el Tratado de Madrid, por el que España consintió en la plena y definitiva independencia del país hermano. Por ese mismo Tratado de 1668 Ceuta pasó a ser territorio de plena soberanía española con el consentimiento de Portugal, porque antes, en 1640, así lo habían decidido libre y democráticamente los ceutíes en una especie de plebiscito en el que optaron por la nacionalidad española. Es decir, aquel viejo reparto del territorio por la nobleza de ambos lados, lo que en realidad hizo fue dividir a una misma nación en dos países distintos que, desde Viriato, formaban todos los territorios de la vieja Iberia, que con los romanos pasó a ser Hispania, continuando así con los visigodos, cuyos diversos partes tenían plena conciencia de que pertenecían a una única nación: Hispania. Así lo entendieron los romanos tras ocupar la antigua Iberia, y también los visigodos respetaron la misma unidad nacional instaurando en toda la Península un solo reino, con capital primero en Mérida, y luego en Toledo; porque como gustaba decir Luis de Camoens en Os Lusiadas, gloria de las letras portuguesas que varios años en Ceuta: “¡Castellanos o portugueses, porque españoles somos todos!”; o también el historiador portugués Oliveira Martins, cuando dijo: "Quien pise Portugal y España observará, o no tiene ojos, una afinidad innegable de aspecto y de carácter, un parentesco evidente entre los pueblos de los dos lados del Miño, del Guadiana, de la Raya Seca del Este. Si esos hombres no hablasen, nadie distinguiría las dos naciones”.
Desde entonces, no han dejado de sucederse diversas corrientes que buscan el iberismo fusionista, o "unión ibérica" de España y Portugal, unos decantándose por una sola monárquica, otros por una federación ibérica. Numerosas publicaciones han abogado por dicha unión. “La Iberia”, Memoria sobre las ventajas de la unión de Portugal y España, del diplomático español Sinibaldo de Mas y Sanz, que en 1852 publicó varias ediciones sobre las ventajas políticas, económicas y sociales de la unión de los dos países en una sola nación. Sinibaldo, produjo unas 160 publicaciones en veinte años. En 1861 la obra de Pió Gullón La fusión ibérica bajo la monarquía de Isabel II. En 1852 se fundó en Lisboa el periódico A Iberia y en Oporto el semanario A Península, propugnando una república federal. En 1848, unos 400 españoles y portugueses emigrados en París crearon el Club Ibérico manifestándose en favor de una federación, cuyos principales líderes eran Sixto Cámara, Fernando Garrido, Francisco Pi i Margall (españoles), más otros portugueses. En 1854 se publicó en Oporto el libro Federacão Iberica (anónimo), que contenía el interesante "Proyecto de bases para la constitución federal de los Estados Unidos de Iberia". Cámara escribió A União Iberica, editada en Lisboa en 1859, en la que se decantaba a favor de una federación republicana. Una encuesta realizada en Portugal en 2006 por el periódico Iberista "Sol" concluyó que un 28% de los portugueses pensaban que los dos Estados ibéricos deberían ser un solo país. En 2009, la Universidad de Salamanca realizó otra en que el 40 % de los portugueses consultados querían la fusión. Y en 2011 la fusión la deseaban el 39,8 % de los españoles y el 46´1 % de los portugueses. Y los mayores literatos lusitanos, Pessoa, Saramago o Lobo Antunes, se han posicionado a favor de la unión ibérica. También en España Unamuno planteó tal unión.
Y llegamos así a 1986, cuando ambos países ingresaron en la Unión Europea, cuya pertenencia a dicha entidad supranacional como Estados miembros de pleno derecho, ha llevado aparejada una serie de avances espectaculares en los campos políticos, económico, social y cultural. España y Portugal son ahora ya dos democracias consolidadas que han salido de su antiguo subdesarrollo y aislamiento internacional; se han derribado las barreras aduaneras y arancelarias; han desaparecido prácticamente las fronteras políticas; los dos países pertenecen a la zona económica del euro teniendo unificadas sus monedas; su común adhesión a Europa ha hecho de España y Portugal dos países modernos y en pleno auge, pese a que los portugueses estén algo más rezagados. De otra parte, en estos 32 años de común pertenencia al acervo comunitario portugueses y españoles han comenzado a desaparecer los viejos recelos del pasado y se han creado numerosos vínculos de franca relación, como el Puente de Alqueba, los programas cultural y de debate peninsular conjunto ‘Agora’ y ‘Miradas Cruzadas’, la cooperación transfronteriza, la promoción conjunta de las economías del conocimiento en los terrenos de la ciencia, investigación e innovación; los dos pueblos tienen unos parecidos orígenes étnicos, pues así como por el norte son ambos de etnia céltica y hablan una lengua muy similar, gallego y portugués, hacia el sur comparten rasgos físicos que son claramente de procedencia lusitano-vetónica en las zonas limítrofes de Extremadura con el Algarbe y el Alentejo.
El Periódico Extremadura, con la edición O Sol, celebró recientemente una encuesta en Portugal, cuyo resultado ha arrojado que la tercera parte de la población lusitana se ha mostrado partidaria de la unión de España y Portugal; lo que está suscitando cierto debate en ambos países sobre la conveniencia o no de que tal unión se pudiera llevar a la práctica y las consecuencias políticas, sociales, económicas y de todo orden que de ello podrían derivarse, en el supuesto de que en un futuro más o menos lejano pudiera llegarse a negociar y acordar, primero, por las instituciones representativas de la voluntad popular en ambos países y, después, por la materialización de esa misma voluntad popular, libre y soberanamente expresada en los correspondientes referéndums a los que por ambas partes tendría que someterse la cuestión controvertida. Todo ello, partiendo de la base de que, tanto España como Portugal, son en la actualidad dos Estados completamente libres, independientes y soberanos, de los más antiguos de Europa, y que nada se discute sobre la legitimidad jurídico-internacional de cada uno de ellos.
Según el Real Instituto Elcano, un 68 % de los portugueses está de acuerdo en que España y Portugal deberían avanzar hacia alguna forma de unión política ibérica. Es paradigmático el caso de Barrancos, pequeño pueblo rayano de apenas 2.000 habitantes situado en el Alentejo. La localidad más próxima es la española Encinasola, a nueve kilómetros de distancia, 12 menos que Santo Aleixo da Restauração, el municipio portugués más cercano. Los habitantes de Barrancos han desarrollado incluso un idioma propio, el barranqueño, que mezcla las lenguas de un lado y otro de la frontera, quieren a toda costa hacerse españoles para poder celebrar corridas de toros que incluya la suerte de matar, que en Portugal está prohibid). Las calles se llenaron de banderas de Españolas y amenazaron con unirse de forma unilateral a nuestro país. El Gobierno cedió y el conflicto se zanjó en 2002 con una ley que excluye los festejos de Barrancos de la normativa del resto de Portugal. Incluso se han creado en ambos países varios partidos que propugnan la unión ibérica. Casimiro Sánchez Calderón, ex alcalde de Puertollano, lidera el movimiento. Por el lado portugués, Gonçalves hace poco tiempo declaraba: “Nos pusimos en contacto y después de un proceso largo se creó el partido Íber en España. Es una pena que con los puntos comunes que tienen España y Portugal no se potencien. Hay cosas que por separado no se pueden coordinar, nuestros intereses y los de esa gente de Argentina, México, Mozambique, Angola o Brasil... Es la hora de que todos juntos hagamos una hermandad ibérica que piense en las ventajas para las personas, no solo para las empresas” .
Pero, además, una posible unión luso-española formando un único Estado, haría aumentar potencialmente tanto el territorio físico como la población peninsular, con vistas a constituir una potencia nacional que tuviera un mayor peso específico y una más fuerte entidad en el seno de la Unión Europea, ahora que el Bresit va a dejar un gran vacío con la salida de Gran Bretaña. Y, por otro lado, esa posible unión entre los dos países peninsulares podría a la vez contribuir a frenar el fenómeno inverso de los nacionalismos españoles exacerbados, que alarmantemente cada vez van ganando más terreno. En resumen, que una posible unión entre España y Portugal, pese a las numerosas dificultades que en el terreno práctico no se me oculta que podrían surgir, reportaría bastantes más beneficios que perjuicios a ambos Estados peninsulares. Al efecto, incluso se han creado en ambos países varios partidos que propugnan la unión ibérica. Casimiro Sánchez Calderón, ex alcalde de Puertollano, lidera el movimiento. Y, por el lado portugués, Gonçalves hace poco tiempo declaraba, entre otras cosas: “Nos pusimos en contacto y después de un proceso largo se creó el partido Íber en España. Es una pena que con los puntos comunes que tienen España y Portugal no se potencien. Hay cosas que por separado no se pueden coordinar, nuestros intereses y los de esa gente de Argentina, México, Mozambique, Angola o Brasil. Es hora de que juntos hagamos una hermandad ibérica que piense en las ventajas para las personas; no sólo para las empresas, añadió Gonçalves.
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