Categorías: Colaboraciones

El hundimiento del destructor Almirante Ferrándiz

El pasado 29 de septiembre se cumplieron  setenta y siete años del hundimiento, en los primeros días de la Guerra Civil española, del destructor Almirante Ferrándiz, alcanzado por los disparos del crucero Canarias a unas pocas millas a levante de Punta Almina.

Este episodio no fue un combate más entre españoles -en este caso entre miembros de la misma Armada hasta pocos días antes- como tantos que tuvieron lugar en aquellos trágicos tiempos, sino que se trató de una acción naval que tuvo importantísimas consecuencias para el desarrollo del conflicto en aquellos primeros días y que, como suele ser habitual en todo lo referente a la Guerra Civil de 1936/39, ha sido poco difundido en la historiografía de una contienda dominada por el relato y análisis de las grandes batallas terrestres. Por esta razón, y por el hecho de que se desarrollara a la vista de Ceuta, me ha parecido interesante traer a estas páginas el relato del combate, sus antecedentes y sus consecuencias.

 

La Armada de la República española

Los programas navales impulsados entre 1908 y 1926 por los ministros de Marina almirantes Ferrándiz, Miranda y Cornejo, habían conseguido que España contara, al proclamarse la República en 1931, con una fuerza naval moderna y equilibrada, con buenas infraestructuras de apoyo. A esta fuerza pertenecían los que más tarde serían los protagonistas del combate del 29 de septiembre de 1936: los destructores Gravina y Almirante Ferrándiz en el bando fiel al gobierno de la República y los cruceros Almirante Cervera y Canarias en el lado de los sublevados. Todos eran buques con pocos años de servicio (el Canarias tan sólo unos pocos días) modernos y adecuados a su misión aunque, por sus características y lo diferente de sus cometidos, los destructores estaban en franca inferioridad frente a los cruceros, que disponían de un armamento y una protección ante impactos superior (artillería de calibres 152,4 mm y  203,33mm en el Cervera y el Canarias respectivamente, frente a la de 120 mm de los destructores)

Las Marinas enfrentadas en septiembre de 1936

En la Armada española la sublevación del 18 de julio, y los incidentes y enfrentamientos de aquellos primeros días, habían puesto a disposición de la República a la mayoría de la Flota, con sus mejores unidades (tres cruceros, 14 destructores, los doce submarinos en servicio y prácticamente toda la aviación naval), así como la base y arsenal de Cartagena y la base de submarinos de Mahón, en Menorca. Sin embargo, esta ventaja inicial contó con el grave inconveniente de que la fidelidad a la República de estas unidades lo fue a costa de la destitución de la mayoría de sus mandos por grupos de subalternos y marinería dirigidos por organizaciones afines a los partidos de gobierno en el Frente Popular. Esto supuso a lo largo de toda la contienda un grave inconveniente porque, aunque rápidamente se cubrieron los puestos de mando con oficiales fieles a la República o que, por lo menos, no simpatizaban con la causa de los sublevados, lo cierto es que se trataba en su gran mayoría de oficiales con una experiencia inferior a la que normalmente se hubiera requerido para acceder a los puestos de mando que se les asignaron. La desconfianza sistemática de las autoridades de la República hacia la mayoría de los oficiales del Cuerpo General, les llevó a que, por ejemplo, en los primeros días de septiembre del 36 el Estado Mayor de la Armada, principal órgano de conducción estratégica de la guerra en la mar, quedara reducido a una simple sección de operaciones mandada por un teniente de navío (empleo equivalente a capitán en los otros cuerpos). Esta decisión tendría, como veremos más adelante, importantes y fatales consecuencias para el planeamiento de las operaciones de la Flota republicana.
Frente a esta situación de abundancia de medios materiales y falta de órganos de mando debidamente dotados, en el otro bando la situación era exactamente la contraria: las bases de San Fernando y El Ferrol, con sus respectivos arsenales habían quedado del lado de la sublevación, con sus cuadros de mando – con la excepción de algunos mandos que no secundaron la sublevación - prácticamente intactos, pero con una reducida fuerza naval a su disposición, en la que las unidades más eficaces eran los cruceros Almirante Cervera y Canarias ambos en El Ferrol, el último de ellos aún en periodo de armamento. También en El Ferrol se encontraba el crucero Baleares, gemelo del Canarias, pero en un grado mucho más atrasado de construcción.

 

Las primeras operaciones navales

Tras los primeros días de incertidumbre y desconcierto, en septiembre de 1936 los dos bandos enfrentados empezaban a marcar su estrategia en la mar de cara a un conflicto del que, en aquellos momentos, aún no se vislumbraba en qué sentido podía desarrollarse.
Fracasada la sublevación en grandes zonas de la península, en el Ferrol el bando sublevado organizó rápidamente una fuerza compuesta por el crucero Cervera el destructor Velasco y el acorazado España (estos dos últimos muy anticuados y a punto de desguace cuando empezó la guerra) apoyados por un grupo de pesqueros armados (los famosos “bous”, usados por ambos bandos como unidades auxiliares). Con estas escasas fuerzas, sin una dirección centralizada de las operaciones navales, esta fuerza naval inició, en coordinación con el jefe del Ejército del Norte, una campaña destinada a entorpecer el aprovisionamiento por mar a la zona del norte en poder de la República (Asturias, Santander y País Vasco) y a apoyar las operaciones terrestres destinadas a la ocupación de dichos territorios.
Mientras tanto, en el sur, los sublevados necesitaban urgentemente pasar tropas y material desde el Protectorado de Marruecos a la Península para precipitar un rápido final del enfrentamiento. Esta necesidad se veía muy dificultada por el bloqueo naval que ejercía la Flota republicana de los puertos del norte de África y del sur de la Península en manos de los nacionales. Para paliar este problema, el recurso a un puente aéreo que comunicaba el Protectorado con Sevilla y Cádiz, aunque eficaz, se demostró insuficiente por el volumen de tropas y material que era capaz de transportar. Pese a la ruptura del bloqueo naval republicano por un convoy encabezado por el cañonero Dato el 5 de agosto -una arriesgada operación cuyo éxito se debió en gran parte al eficaz empleo de los medios aéreos en el Estrecho por parte de los nacionales frente a la nula presencia de la Aviación republicana en dicho teatro de operaciones- el 7 de agosto y días sucesivos la Flota republicana, con el bombardeo de Algeciras, Cádiz, Arcila, Larache y Ceuta, hizo sentir su presencia en el Estrecho y demostró con hechos que el bloqueo seguía en pie y era efectivo. El tráfico marítimo en el Estrecho volvía a ser imposible para los sublevados contra el gobierno.

 

Cambio en la estrategia naval de la República: del Sur al Norte

Así estaban las cosas cuando el 5 de septiembre, tras una reorganización gubernamental, se nombró ministro de Marina y Aire al diputado socialista Indalecio Prieto. El ministro Prieto, muy ligado al País Vasco por su condición de diputado por Bilbao, ciudad en la que había transcurrido gran parte de su vida, se enfrentaba a una situación muy comprometida para los intereses de la República en la zona norte de España, en la que las fuerzas leales al gobierno estaban en desventaja debido, entre otros factores, a la eficacia con que las escasas fuerzas navales de los nacionales llevaban a cabo el hostigamiento al tráfico marítimo republicano y el apoyo a las operaciones terrestres. Para darle la vuelta a la situación, Prieto tomó una decisión que por muchos historiadores se ha calificado como uno de los mayores errores estratégicos cometidos por los responsables de la República durante la guerra: el traslado del grueso de la Flota republicana al Cantábrico a costa de reducir su presencia en el Estrecho.
Esta decisión obedecía a la necesidad de apoyar a las fuerzas que resistían el empuje de los sublevados asegurando su protección frente a los ataques que recibían desde el mar; al mismo tiempo se garantizaba la llegada de suministros imprescindibles a los puertos de la zona norte republicana. Desde el punto de vista político, se transmitía a las autoridades de la zona el mensaje de que la República necesitaba mantener el dominio del Norte y no iba a abandonar a esos territorios a su suerte.
Vista exclusivamente bajo este punto de vista, no se podía negar el acierto de la decisión, pero el Ministro no contó con el respaldo de un completo análisis que determinara los riesgos que se asumían al tomarla. La falta de un verdadero Estado Mayor de la Armada provocó que no se evaluara la información disponible sobre el enemigo, la fiabilidad de sus fuentes y la necesidad o no de más información. Por ejemplo, el crucero Canarias en construcción en Ferrol, fue el blanco exclusivo de un ataque aéreo el 22 de agosto, tras el cual las fuerzas atacantes lo dieron por alcanzado y averiado gravemente, noticia que se difundió por todos los medios de comunicación de la zona republicana; en realidad el crucero no fue alcanzado y aparentemente nadie sintió la necesidad de contrastar la noticia por otras fuentes. No se intentó recabar información de personas simpatizantes con la causa de la República que trabajaban en el astillero del Ferrol -que las había, como posteriormente se puso de manifiesto con la desarticulación de un grupo que pretendía capturar el Baleares en su primera salida a la mar y llevarlo a un puerto en poder de la República- para confirmar o desmentir el éxito del ataque.
Todo esto trajo consigo que en el plan de operaciones de la Flota de la República no se considerasen las posibles reacciones del enemigo. Tal fue el desprecio a sus posibilidades reales que no se planteó el bloqueo de la base del Ferrol para impedir su salida u obligarle a presentar batalla en unas condiciones muy desventajosas. Al mismo tiempo, aparentemente, tampoco se evaluó el peligro que implicaba disminuir las fuerzas que ejercían el bloqueo del Estrecho, auténtico centro de gravedad estratégico de los sublevados en aquel momento, ni la ausencia casi permanente de la Aviación gubernamental en dicho teatro de operaciones.

 

El Plan de los sublevados: una retirada que se convierte en ofensiva

Al contrario que los republicanos, en casino jameshallison el bando rebelde sí se habían establecido mecanismos para obtener información sobre los movimientos de la Flota enemiga, dada la necesidad vital que tenían de aprovechar cualquier descuido en el bloqueo del Estrecho, cosa que hasta aquel momento no había sucedido. Esta situación cambió cuando desde Tarifa y Ceuta se informó el 21 de septiembre del paso de varias unidades enemigas, cruceros y destructores, a diferentes rumbos; el 22 el crucero alemán Nürnberg (teóricamente en misión de salvaguarda de sus intereses nacionales) informó al mando nacional del avistamiento del grueso de la Flota republicana en el Atlántico rumbo al Norte. Esta información la confirmó un hidroavión de la Aeronaútica Naval con base en Ferrol que descubrió al mediodía del 24 a la Flota republicana a 120 millas al norte del cabo Ortegal.
Ante la evidencia de la irrupción de la flota enemiga en el Cantábrico (constituían la fuerza el acorazado Jaime I; los cruceros Libertad y Miguel de Cervantes y los destructores José Luis Diez, Almirante Valdés, Escaño, Lepanto, Almirante Antequera y Almirante Miranda) el mando nacional, frente a la desproporción de fuerzas, ordenó la retirada de sus unidades a la base del Ferrol, con lo que el primer objetivo de la operación republicana estaba conseguido: el Cantábrico quedaba libre de buques enemigos y la escuadra republicana entraba en Gijón, Santander y Bilbao llevando gran cantidad de suministros de guerra. Como consecuencia inmediata de la presencia de la Flota republicana en el Cantábrico, el tráfico marítimo con estos puertos se reanudaba con normalidad y el bando rebelde tenía que bajar el ritmo de las operaciones terrestres al perder el apoyo artillero del crucero Almirante Cervera y del acorazado España
En esta situación de franca desventaja en el Cantábrico, el capitán de navío Francisco Moreno, recientemente nombrado jefe de la Flota Nacional, planeó de común acuerdo con el general Mola, jefe del ejército del Norte (aún no existía unidad de mando en el bando sublevado) una incursión sobre el Estrecho para sorprender a las escasas unidades republicanas en la zona y, al menos durante un tiempo limitado, romper el bloqueo y facilitar el paso de tropas y material desde el Protectorado a la Península.
Para llevar a cabo esta operación, en la que eran imprescindibles la velocidad y la potencia artillera, el mando nacional disponía de dos unidades: el Almirante Cervera (gemelo de los republicanos Libertad y Miguel de Cervantes) y el Canarias, recién entregado a la Marina nacional, tras un apresurado alistamiento1, el 16 de septiembre.
El mando nacional conocía, por la información proporcionada por la aviación y los vigías de Ceuta y Tarifa, que en el Estrecho patrullaban normalmente dos destructores que desempeñaban con eficacia su misión de mantener el bloqueo de los puertos de Ceuta y Algeciras.
Definida la misión, el 27 de septiembre por la noche se hicieron a la mar rumbo al Estrecho los dos cruceros, navegando a gran velocidad y siguiendo una derrota alejada del tráfico mercante. Durante toda la navegación se observó un silencio radio absoluto, que sólo se rompería en caso de extrema necesidad y siguiendo un código de cifra especialmente diseñado para la operación. Se trataba de lograr algo imprescindible para el éxito de la operación: la sorpresa.

 

El combate del Estrecho

En la madrugada del 29 de septiembre, los cruceros llegaron a la embocadura oeste del Estrecho, avistándose desde el Canarias un destructor en las inmediaciones del cabo Espartel, destacándose para reconocerlo e identificarlo el Cervera2. Mientras tanto, el Canarias continuó su incursión en el Estrecho, avistando a 0630 a levante de Ceuta a un destructor que, apercibido de la presencia de un crucero no identificado, puso rumbo al Este para mantener distancias. Hay que señalar aquí que el desconocimiento que tenían los mandos gubernamentales sobre posibles movimientos del enemigo en estas aguas era tal, que el Almirante Ferrándiz, que era el destructor avistado por el Canarias, no tenía su planta propulsora alistada para dar la máxima velocidad. Por esta causa, a pesar del intento del destructor de mantener distancias con el crucero, no pudo evitar entrar dentro del alcance de la artillería de éste, resultando alcanzado por varios impactos a distancias que oscilaron entre los 21.000 y 16.000 metros, a pesar de que el Ferrándiz llevó a cabo constantes cambios de rumbo y lanzó cortinas de humo, tratando de dificultar la precisión del tiro del Canarias. A las 0745, el Ferrándiz se hundió envuelto en llamas aproximadamente a 36 millas al NE de Punta Almina, sin haber podido emplear su artillería ya que el Canarias no llegó a estar nunca dentro del alcance eficaz de ésta. El crucero recogió a 31 supervivientes, mientras que el mercante francés Koutubia, que navegaba por la zona, rescató a otros 25. Otros 98 tripulantes del destructor republicano desaparecieron con el buque.
Mientras esta acción tenía lugar, el Cervera, una vez identificado el destructor avistado como el Gravina inició su persecución. En este encuentro, el alto grado de alistamiento de las máquinas del destructor le permitieron superar en velocidad al crucero, a pesar de que éste alcanzó los 32 nudos; esta ventaja en velocidad, unida a un hábil empleo de las maniobras evasivas y las cortinas de humo (algo que también intentó el Ferrándiz sin éxito) permitió al buque refugiarse sin bajas en el puerto de Casablanca, donde quedó internado. El Gravina encajó tan sólo un impacto en la proa, pese a que el Cervera efectuó 292 disparos con su artillería de 152 mm. En este caso, el mal estado de la desgastada artillería del crucero, debido al gran número de disparos que había efectuado durante la campaña del Cantábrico, unido al buen rendimiento de la planta propulsora del destructor y las acertadas maniobras evasivas que éste llevó a cabo, evitaron la pérdida del buque, aunque lo alejaron de su zona de patrulla, al quedar de momento internado en un puerto neutral. Al tener noticias del combate, las autoridades republicanas supusieron que había sido llevado a cabo por el Almirante Cervera en solitario. Sólo unos días después, cuando un destructor británico entró en Málaga y su comandante informó a las autoridades de la Base que el buque que hundió al Ferrándiz había sido identificado desde Gibraltar como el Canarias, comprendieron el grado de desinformación que habían manejado hasta entonces.

 

Las consecuencias

Como consecuencia del éxito táctico alcanzado por los cruceros nacionales en el Estrecho, la vía marítima entre el puerto de Ceuta y los del sur de la Península quedó abierta: en las 72 horas siguientes al combate, se trasladaron por este camino 12.000 hombres con toda su impedimenta y material3.
Pero la principal ventaja de este éxito táctico fue la ventaja estratégica de obtener el dominio de las comunicaciones marítimas entre Ceuta, Melilla y la Península durante el resto de la Guerra. El combate del Estrecho fue un golpe moral para la Marina gubernamental, cuyo jefe, el Capitán de Corbeta Buiza, envió un mensaje al Ministro Prieto quejándose amargamente de la situación de indefensión en que se encontraron las unidades atacadas, privadas de todo tipo de información y apoyo aéreo. A este mensaje el ministro contestó con uno en el que rechazaba el reproche del marino y achacaba la falta de apoyo aéreo a la escasez de medios que obligaba a priorizar misiones. No cabe duda que, al gestionar unos medios aéreos escasos, los responsables del planeamiento estratégico de la República no tuvieron en cuenta la importancia vital que tenía para sus intereses, en aquellos primeros momentos de la guerra, evitar el paso de refuerzos del bando rebelde a través del Estrecho.
El resultado final fue que, aunque la Flota republicana consiguió regresar al Mediterráneo a mediados de octubre de 1936 sin que los buques ni la aviación nacionales lograran interceptarla, la misión de bloqueo del Estrecho nunca se reanudó. Desde entonces, ante la amenaza al tráfico marítimo republicano de los cruceros nacionales desde su nueva base de Cádiz, a la que se une a finales de año la de Palma de Mallorca, la Flota republicana pasó a desempeñar misiones de protección del tráfico propio para asegurar el suministro de armas que, desde la U.R.S.S. le llegaba por el Mediterráneo. Mientras tanto, el puente logístico entre Ceuta y Algeciras ya no se interrumpió nunca más. Hasta el 31 de diciembre de 1936, 42.569 hombres equipados con todo su material pasaron el Estrecho.
A lo largo de toda la campaña emplearon esta vía de comunicación casi 70.000 hombres equipados encuadrados y adiestrados en centros de instrucción del Protectorado.

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