Categorías: Opinión

El hombre del Presidente

La subvención que el Gobierno de la Ciudad concede a la Asociación Deportiva Ceuta es una malversación moral de fondos públicos. No se trata de una aportación complementaria basada en alguna justificación de carácter social, tal como el fomento del deporte base o similar. Es un equipo financiado casi íntegramente por los impuestos de los contribuyentes y gestionado caprichosa e impunemente por particulares. Una ciudad fustigada por la necesidad, en la que miles de ciudadanos subsisten en el alambre de la precariedad asediados por la miseria, no puede malgastar trescientos millones de pesetas anuales en esta frivolidad. Es una obscenidad sin paliativos. La región con más paro de España, que mendiga constantemente y sin pudor ante las instituciones nacionales y comunitarias alegando desequilibrios estructurales, se permite el lujo de destinar parte de sus presupuestos a sostener artificialmente a una entidad deportiva privada. Si en Ceuta quedara una brizna de conciencia social el Gobierno sería desalojado a empellones por indecente. Para un mayor escarnio, la tropelía la comete el mismo partido (PP)  que nos martillea infatigablemente con un cínico discurso sobre la importancia de la austeridad.
La Asociación Deportiva Ceuta debería mantenerse con las cuotas de sus socios. Es lo justo y lo razonable. Ello no es óbice para recibir apoyo institucional (cesión de uso de un estadio remodelado con fondos europeos) e incluso una subvención moderada con su correspondiente contrapartida. El modelo actual es la negación del concepto de solidaridad, una agresión al sentido común y un atraco al principio de justicia social. Algunas cifras comparativas ayudan a comprender con más facilidad el calibre de la barbaridad. El Gobierno de Ceuta dedica seis veces más al equipo de segunda be que a las políticas activas de empleo y más del doble que al salario social.
Otro problema muy distinto, una vez instalados en el disparate, es el modo en que se administra esa subvención y la fiscalización que de ella se hace. El dinero del fútbol suele fluir por las cloacas.
Nadie sabe lo que se paga. Es un terreno opaco, dominado por intermediarios y directivos sin escrúpulos, cuya única dimensión visible son lo goles que se marcan cada domingo. En Ceuta tenemos un claro ejemplo. A pesar de recibir ingentes cantidades de dinero, la Asociación Deportiva Ceuta, dirigida por un presidente de infausta memoria, llegó a deber más de trescientos millones de pesetas sin que nadie sepa, todavía, el origen ni los beneficiarios de aquel descalabro que, por supuesto, también están costeando todos los ceutíes.
En un rapto de sensatez, el Presidente de la Ciudad optó por confiar en personas serias, honradas y trabajadoras. La directiva saliente ha hecho una labor impecable desde el punto de vista de la transparencia de la gestión económica, sin desmerecer en lo deportivo (los resultados han sido idénticos). Pero en Ceuta la honradez está penalizada. Así que el Presidente decidió, hace ya algunos meses, cesar a esta directiva y reponer al frente del club al que ahora, sorprendentemente, es uno de sus hombres de confianza. Lo ha hecho guardando estricta fidelidad a su estilo pérfido y taimado. Prodigando abrazos como dagas, halagos venenosos y maniobras de seda, ha conseguido su objetivo. Hemos regresado al pasado sórdido y horrendo. Embargos. Crujir de dientes de futbolistas impagados y  amedrentados. Trabajadores humillados. Pleitos. Amenazas. Deudas. Negocios turbios. Cuentas inexplicables. Pero no importa; nuestro Presidente piensa que de este modo, cabalgando a lomos de la más infame trapacería, será más fácil ascender al equipo coincidiendo con la campaña electoral para su reelección. Saludará ufano y sonriente como artífice del sueño de la afición. Aunque lo haga sobre una invisible ciénaga de corrupción e inmoralidad.
Él sabe (contribuye poderosamente a ello) que la honestidad se considera un atributo perfectamente prescindible, e incluso molesto, en nuestra Ciudad.
La degeneración ha llegado a tal extremo que la mayoría de los ceutíes ha reducido su código ético a la voluntad de su venerado Vivas. Lejos de ser reprobado será vitoreado.

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