El hombre de las mil gramáticas

No habléis con verdades escondidas, sino con palabras juiciosas; mil caminos tiene la vida, tantos como caminos llevan a Roma. No hay camino tan triste que basar tu alegría en la frustración del contario y en su derrota; más bien, la historia guarda un lugar de privilegio al diálogo y a la concordia. Es bueno resarcirse de opiniones, y tenerlas en alto grado; sólo lo imposible jamás verá su estado.
Mirad en los adentros, por si hay restos de esperanza, y recordad: los idiomas son obra de amor, no campos de batalla; no mancilléis el honor de los que fundaron las palabras.
Las palabras traerán progreso, y en el día mejor de España, una madre con su hijo, señalando al sol que se acaba, exclamarán: “¡Hay vida en el mañana, hay vida en el mañana!
Por el contrario, quien cultiva la flor del miedo, cultiva lo peor del alma; y el tiempo no traerá justicia, el tiempo traerá venganza.
Ahora, la lluvia sobre el mar entretiene mi alma tranquila. Han sido quince años de mucho remar, y no simpre por oficio. Quizá por eso la brisa me quiso enseñar, tanto a mi alma como a mis principios.
Pero, ¿adónde se dirige el mar en los tiempos que vivimos?
“¡Hacia el precipicio, hacia el abismo!” - dice el observador distraído.
“¡Hacia Ceuta La Celeste, hacia Ceuta La Celeste!” - dicen los astros, dicen los libros.
Es así que la dudosa realidad nos hace proclives al invento, quizá en forma de mito, en parte como recuerdo, quizá como consejo.
Al tanto, oigo una voz que viene de lejos: “¿Es la Historia un universo inventado, o es un cúmulo de sucesos? ¿Rige en ella la Providencia, o somos coordenadas de casualidad y de tiempo?”
Elegí el oficio de remero por la limpieza del aire que se respira, por el azul del mar que se pierde de vista, y por la sombra agradecida que me regala la noche que me da la vida.
Fúndete con la noche hasta que su imagen quede impregnada en la retina de tu memoria. Fúndete con la Historia, hasta que el impulsor de los tiempos decida tu libertad, sin los pesos que nos ahogan.
Mi entrañable compañero de asiento de despidió en el día anterior a mi suelta: “Sólo queda una lluvia para que nos digamos adiós. Cuantas palabras, cuantos silencios compartidos. Hemos hablado de Dios y de las cadenas que nos atan, pero peores son las cadenas de la ignorancia. Aquí te dejo mi legado: el libro de las mil gramáticas. Guárdalo en tí, como si fuera tu propio alma.”