Mediados los años 40 del pasado siglo, la vida en Ceuta no era precisamente fácil. Cartillas de racionamiento, pelotas de trapo, comedores de Auxilio Social, prendas de vestir vueltas para que luciera su parte interior cuando la exterior estaba ya gastada y deslucida, escasos y viejos automóviles particulares y, sobre todo, oficiales, circulando por las calles…
Recuerdo cómo mis padres miraban con nostalgia el coche que nos habían requisado al inicio de la Guerra civil, “por altos motivos patrióticos”, Solía parar ante la calle Machado, muy cercana a mi casa, para llevar y traer del cuartel a un militar de no muy alta graduación que vivía en dicha calle. A veces, quedaba allí aparcado, para mayor nostalgia de mis mayores. Estaba yo en uno de los primeros cursos de aquel bachiller de siete años, cuando, de pronto, irrumpió en las vías públicas de Ceuta un coche extraordinario, aerodinámico, increíble, que dejó pasmada a toda la población. Los caballas lo mirábamos con la boca abierta. Pronto se supo que era el coche del torero mejicano Carlos Vera “Cañitas”, reconocido por su arte y, sobre todo, por su valor. “Cañitas” acababa de contraer matrimonio con una chica emparentada con el juez Francisco Bocanegra, quien vivía en una de las primeras casas de la calle Real (entonces “Falange Española”) a cuya familia vinieron a visitar los recién casados Durante los días que estuvieron en Ceuta, el coche de “Cañitas” solía estar aparcado en ese tramo, y generalmente se le podía ver rodeado de curiosos que examinaban su interior y su exterior. Era de una marca estadounidense que ya no recuerdo. En realidad, se trataba del primer “haiga” que pudimos contemplar los ceutíes. Ese curioso apodo de “haiga” se debió a una peculiar circunstancia Según la percepción popular, los únicos españoles que en aquella época podían adquirir un vehículo de esa clase eran los que se habían enriquecido con el estraperlo, algo usual en esos años de escasez. Se suponía que cuando uno de tales nuevos ricos, poco cultos, se disponía a comprar un coche, decía siempre: “el mejor que haiga”. Y así se les llamó. El torero “Cañitas” logró triunfar en muchos cosos mejicanos y españoles, sufriendo, por su arriesgado valor, numerosas y graves cogidas. En 1960. a consecuencia de la gravísima que sufrió en la Plaza “El Toreo”, de la capital azteca, hubo de retirarse, pues le fue amputada la pierna derecha. Según cuentan, trabajó después para la Policía mejicana, aunque no debió quedar en buena situación económica, porque sus compañeros de profesión ofrecieron, años después, una corrida en beneficio de “Cañitas”. Murió a los 58 años, en 1985, a consecuencia de un infarto. Pero en la retina de todos cuantos vimos aquel majestuoso “haiga” y podemos contarlo todavía, siempre quedará la imagen de un automóvil que nos parecía algo así como venido del espacio. Nada menos que el primer “haiga” que rodó por nuestras calles. Como verán, hoy no hablo de política. Confieso, eso sí, que no me agrada el panorama.