Categorías: Opinión

El gusto por la palabra

El deseo de expresarse y comunicarse nos lleva a buscar herramientas que nos conduzcan a formarnos, sumando experiencias para alcanzar un nivel lingüístico que nos permita avanzar y socializarnos. Cuanto más amplio y fundamentado sea ese desarrollo mejor posicionado nos encontraremos para llegar a los demás y darnos a conocer desde la corrección necesaria del lenguaje.
Obtener cierto grado de conocimiento del poder de la palabra hará que no caigamos en posibles errores y sepamos manifestar cada inquietud, cada sentimiento, cada percepción de vida, siempre apoyados en una cultura y en el rico uso de la palabra de nuestro discurso. Sólo con ese tipo de disposición podremos defender un criterio de una manera estructurada, con recursos que de alguna forma nos permitirán tener ventaja ante los partidarios del silencio y los vehementes, acrecentando las carencias y dejando en evidencia a aquellos vacíos de retórica que destruyen sus mensajes por la sequía de una técnica comunicativa depurada.
Aunque dispongamos de una amplia paleta de soluciones para destacar nuestro discurso no debemos imponer nuestra forma de proceder, sino sólo mostrarlo, sin la avaricia de la rotundidad, pero desplegando un caudal de razones bien expresadas. El desorden de los argumentos, la falta de coherencia y cohesión siempre supondrán un impedimento para aquel que quiera rebatir con garantías aspectos de una opinión bien desarrollada.
El afán de anteponer las ideas por encima de las formas, sin un guión, sin unas pautas, sin un método adecuado nos acercará al precipicio del fracaso más rotundo. Aun así, siempre debemos tener ciertas consideraciones, como que la audiencia sea objetiva y esté lo suficientemente preparada para asimilar ciertas afirmaciones, unido a la capacidad para sintetizar las habilidades y recursos morfológicos del emisor. Todas las ofuscaciones previas y prejuicios hacia la persona que defiende un discurso pueden condicionar las respuestas a una opinión, mostrando el receptor manías persecutorias y falta de franqueza (propio de sujetos poco iniciados en el debate puro, sin sustancia en sus palabras y más interesados en tensar e intoxicar el mensaje para esconder de manera notoria la inmadurez de forma y fondo de su posicionamiento).  Si bien, una respuesta escasa de valor y de sentido puede servirnos de baremo para calcular los conocimientos y la falta de destreza de quien intenta la confrontación verbal (en muchas ocasiones para mantenerse en boga, dejando al aire sus vergüenzas con la única y fundamental pretensión de dejarse ver en un escenario para el cual no están preparados). No obstante, es preferible la diversidad de opiniones, abstrayéndose de los silenciosos que malinterpretan la realidad y buscan el doble sentido donde no se encuentra. Frágil camino, el del silencio, para quien no puede decir todo aquello que quisiera ni es apto para expresarlo. Aportar distintos pareceres, plasmándolo en el azabache de la letra impresa, es un tributo a la pluralidad y un convencido alegato de aquellos que saben contribuir ilustrando de un modo genuino una desvirtuada realidad.

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