Categorías: Opinión

El gran ilusionista

Juan Vivas es un reputado prestidigitador. Único en su especie. Encandila a su infantil auditorio con una extraordinaria habilidad para la simulación. El público disfruta y aplaude a rabiar una realidad inexistente presentada como un rutilante espectáculo que absorbe todos los sentidos. Cuando acabe la función, se apaguen los focos y el artista se baje del escenario, la desilusión se adueñará de la concurrencia al comprobar que de los sombreros no salen palomas, ni los cuerpos partidos en dos mitades por una sierra vuelven a su ser como si tal cosa.
El mandato de nuestro encantador presidente se extiende ya durante una década. Ha gobernado siempre con mayoría absoluta (aunque los dos primeros años sumando los retales del extinto GIL) y ha gestionado el mayor volumen de recursos económicos de la historia de Ceuta (gran parte de ellos procedentes de la instituciones europeas). El electorado entusiasmado le brinda, de manera reiterada, un apoyo inmensamente mayoritario. De todo ello se podría deducir que, por fin, Ceuta guiada por un líder resolutivo está logrando superar los graves problemas estructurales que mantenían bloqueado su desarrollo socioeconómico amenazando el futuro. Y sin embargo, resulta todo lo contrario.
Nuestro régimen autonómico se mantiene invariable al margen de la Constitución avalando la tesis anexionistas de Marruecos. La economía se pudre lánguida e inexorablemente (durante este tiempo el desempleo se ha multiplicado por tres, superando ya la barrera de los diez mil parados). El Régimen Económico y Fiscal especial muere de inanición y obsolescencia, mientras que en Europa nos hemos quedado en tierra de nadie. Las cifras de fracaso escolar, lejos de mejorar, alcanzan cotas escandalosas. El espacio fronterizo es un creciente y confuso magma de variopintas relaciones económicas sin acomodo legal. La protección social descansa sobre caritativas entidades privadas (como en la España de Franco). La integración entre cristianos y musulmanes, vital para garantizar una convivencia armónica sobre la que edificar el futuro, se encuentra  paralizada si no en franco retroceso. Durante diez años, en todas estas cuestiones fundamentales, no hemos experimentado más que declive, frustración y resignado abatimiento.
Lo mismo cabe decir del controvertido asunto de la travesía del estrecho que ha sido objeto de debate durante las últimas semanas. Su tratamiento constituye un elocuente paradigma de un modo de gobernar sustentado en la trampa.
Existe una convicción unánime de que el secuestro de nuestro cordón umbilical con la península, a manos de implacables empresas privadas sin escrúpulos, supone un estrangulamiento insuperable que afecta, tanto al desarrollo económico de la Ciudad, como a la calidad de vida de los ceutíes. Este argumento es factor común en todos los informes elaborados sobre la vulnerabilidad presente y futura de nuestro sistema económico. La queja sobre el precio y las condiciones del servicio es un incontenible clamor popular. Ante la envergadura del diagnóstico, solo cabe deducir que éste es un asunto prioritario en la agenda de nuestro gobierno. Nada más lejos de la realidad. En diez largos años, el Gobierno de Juan Vivas no ha sido capaz de adoptar ni una sola medida para resolver este gravísimo problema. Nunca se ha sentido concernido. Se ha comportado como un espectador de lujo, cuando no como un fiel colaborador de estos grupos empresariales siempre subterráneamente vinculados a los partidos políticos. No deja de ser llamativo y paradójico.
Ha quedado cruelmente demostrado que la libre competencia no garantiza el grado de eficacia y eficiencia del servicio de transporte marítimo que exige el interés general. No podemos olvidar que más que un servicio esencial es un servicio vital. Y los intereses privados (el insaciable beneficio) no son compatibles con los intereses colectivos (precios asequibles). Esta fue una decisión política apoyada enfervorizadamente por el PP. Todos estamos pagando las duras consecuencias. Un coste muy elevado que está causando estragos irreversibles.
La única posibilidad de intervenir aportando soluciones efectivas a corto plazo, es rescatar, en todo o en parte, el carácter público de este servicio. Es indispensable que al menos una compañía sea gestionada con criterios de rentabilidad social. Tanto por su impacto directo como por los inducidos. En esta perspectiva cobra su pleno sentido la creación de una naviera municipal. Es una propuesta intrínsecamente buena para Ceuta. El gobierno del PP la ha rechazado de plano aduciendo dos tipos de argumentos: es de dudosa legalidad y muy costosa. Dos falacias adornadas de un obsceno cinismo. No parece muy decente blandir excusas jurídicas abusando de la ignorancia de los ciudadanos. En Ceuta la ley es un material voluble que siempre termina adaptándose a la voluntad política del que manda. Están mintiendo porque es perfectamente posible instrumentar un proyecto empresarial de esta naturaleza ajustado a la normativa comunitaria. En relación con el coste económico del proyecto, caben dos observaciones. En primer lugar no es muy riguroso pronunciarse sin aportar un sólo dato ¿para qué sirve PROCESA? Pero es que además, éste es un argumento ridículo proviniendo de un Gobierno experto en el despilfarro más atroz. Algunas cantidades nos ilustran. El gobierno de la Ciudad gasta trescientos cincuenta millones de pesetas al año en el club de futbol, quinientos en sueldos de los políticos, ochocientos en mantener medios de comunicación, dos cientos cincuenta en el Parque del Mediterráneo… ¿de verdad se puede decir públicamente que el Ayuntamiento de Ceuta no puede acometer esta iniciativa empresarial? Mienten deliberadamente.
Lo que ocurre es que ellos saben perfectamente que su inhibición en este asunto no tendrá coste electoral (lo único que realmente les importa). El mago se enfundará la capa, y agitando su varita, dirigirá un emotivo y prometedor discurso a la ciudadanía que correrá solícita a votarlo. La situación se mantendrá tediosamente idéntica . Todos se quejaran en tono lastimero,  mientras el ilusionista  se mofa en privado de la inagotable candidez de un pueblo carente de amor propio.

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