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El Gran Capitán

Corría el año 1506 cuando el Rey Fernando el Católico le pidió a Gonzalo Fernández de Córdoba el detalle de los gastos en los que éste había incurrido durante la campaña de Nápoles, en la que sus tropas habían derrotado al ejército francés. El “Gran Capitán” le relacionó una serie de gastos exagerados y absurdos, siendo su frase más famosa “en picos, palas y azadones, cien millones”. Desde entonces ha quedado la expresión “las cuentas del Gran Capitán”, que ridiculiza la  presentación de un detalle de gastos difícilmente creíble.
Recientemente estamos viviendo las consecuencias de la gestión inadecuada de los fondos públicos. Ayuntamientos, autonomías, y el mismo Estado han tenido que reconocer que, con los ingresos, no se cubren los gastos ni de lejos. Ello además tras estar situados en el límite legal de endeudamiento. O lo que es lo mismo, que ni siquiera nuestros gobiernos pueden pedir prestado.
Si observamos la situación del Estado, vemos que estamos sobreviviendo gracias a emisión tras emisión de deuda pública, por las que nosotros y nuestros hijos vamos a tener que estar pagando, y además a intereses inaceptablemente altos. Eso nos ha acabado preocupando a todos. ¿Quién sabía lo que era la “prima de riesgo” hace unos meses? Hoy nos desayunamos con esa “prima” cada día.
Ya se sabe que si eres débil económicamente, los prestamistas (en este caso los inversores) te exigen más que si eres fuerte. Y España es económicamente débil. Políticas de compra de voluntades autonómicas para asegurarse año tras año la aprobación de los presupuestos generales del Estado; bandazos en decisiones económicas como quitar y poner sin criterio ni lógica; o ceguera política que les impide reconocer a nuestros gobernantes que la verdadera sangría económica proviene de un irracional traspaso de competencias con la consiguiente duplicidad y triplicidad de los gastos, han provocado que España, con un PIB más que suficiente para estar entre los países más desarrollados (si se emplearan los recursos con cordura), se encuentre en la actualidad en una situación peor que delicada. Urge que los ciudadanos den su confianza a un partido nacional, que no “nacionalista”, con altura de miras suficiente para que, el que gobierne, no se sienta condicionado por los PNV, Ezquerras, Bloques, y similares, auténticos vampiros de nuestro país. (Y, para los que sientan la tentación fácil de tacharme de “facha” o similar, les comunico que no me afecta por lo diametralmente opuesto que me encuentro de esa corriente, y porque siempre ha habido necios que, cuando alguien señala algo con el dedo, se fijan en el dedo).
En Ceuta, dependiente antes y ahora de los dineros del Estado, la situación no es mejor. La ciudadanía percibe que las cosas no van bien, por mucho que nuestro Gobierno local insista en que le cuadran las cuentas. Hay quienes dicen que el importe de cualquier contrato con la Asamblea se engorda porque no hay empresa que sobreviva a una demora en los pagos de 12 meses y más, y los empresarios repercuten “gastos financieros” por adelantado. Otras malas lenguas aseguran que se “pierde” demasiado dinero en esos procelosos caminos (léase bolsillos) de los contratos que se firman dividiéndolos en varias facturas para no tener que pasar por los Plenos. Y los más deslenguados afirman que los gastos se multiplican por las dos razones anteriores que, a veces, son complementarias.
Todo ello acaba en la perplejidad que produce la afirmación del Gobierno local de que debemos 20 millones, y la afirmación de la Oposición de que en realidad son 50 millones los debidos. Lo peor de todo es que, seguramente, ambos pueden presentar datos y documentos que corroborarán sus afirmaciones. Por increíble que parezca, parecerá (solo parecerá) que ambos llevan razón. Al final, votación: 18 contra 7. Queda aprobado lo que sea, y cada uno a su casa y D’ios en la de todos. Y a los demás, a los que sostenemos este tinglado se nos queda una carita…. La realidad es que nuestras cuentas, las de Ceuta, son tan absurdas como las del laureado militar que se permitió tomarle el pelo a todo un Rey presentando unas cuentas ridículas. Parecidas a las que a diario nos presentan nuestros políticos. Nosotros, igual que Fernando el Católico, tampoco nos las creemos, aunque nos veamos obligados a aceptarlas sabiendo, como Su Majestad, que nos están tomando por tontos.

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