El genio que no ha sido

La sociedad del mundo actual tiende a dotar de caracteres cuasi legendarios a toda persona con fama mundial que muere dejando tras de sí un fuerte impacto mediático en las masas ya sea (entre otras razones que se escapan del tema principal) por su anterior relación con la sociedad o por la celebridad social de sus creaciones, al margen de que su importancia sea real o no. Si esa persona con los mismos méritos o incluso mayores, reteniendo la fama mundial, falleciera sin halos mediáticos, no llegaría a consagrarse ante la opinión pública, la mayoritaria, la del pueblo. Cuestión obvia, pensarán ustedes, pero que no está de más recordar por lo reprochable de su crueldad.
Ocurrió con Billy Wilder en el año 2002, probablemente el director más prolífico e importante de la historia del cine internacional, cuando abandonó este mundo entre una indiferencia general asombrosa. Es más, pese a su reconocida carrera, estoy seguro de que de cuantos lean estas líneas solo dos o tres de cada diez personas conocerán la figura de Wilder siendo su relevancia, sin ninguna duda, superior a la de cualquier defunción acontecida dentro de la mastodóntica pompa de la fama desde entonces hasta el día de hoy, con pocas excepciones, discutibles.
Desde luego si alguien no forma parte de una estas excepciones es Steve Jobs, y mucho menos para revolucionar el alma de millones de personas a lo largo del mundo como hemos podido contemplar, en mi opinión de manera sobre esforzada y con ciertos síntomas de esnobismo. Personas, aquellas, que han conocido a Steve Jobs por su segunda etapa en Apple, cuando izó una serie de creaciones destinada fundamentalmente al ocio digital, logrando alcanzar mediante dichas creaciones una repercusión social impresionante que dio a luz a la “generación i”. Antes de esta aventura pocos conocían las hazañas pasadas de Jobs en Apple, menos aún tenían noticias de su peso dentro de las grandes producciones de Pixar, que por otro lado nunca fue tan importante como tras su muerte se ha querido reseñar.
Si hablamos de su aportación “original” estamos obligados a dirigir la mirada a su última etapa en Apple, cuando fijó su objetivo en entregar lo máximo en la menor extensión material posible a través de la elaboración de productos destinados a un público ocioso, ávido de novedades dentro del género portátil. Esta es la contribución de Steve Jobs, y remarco lo de “original”, entre comillas, dado que desde la prehistoria el ser humano ha hecho evolucionar sus útiles cada vez con más minuciosidad y a menor escala. Baste este ejemplo (ampliable, cómo no) para poner entredicho que, sin dudar de la creatividad de Jobs, se pueda aseverar que sus productos son una auténtica revolución en cuanto a su planteamiento y ejecución, pues, al contrario, ambas ya existían.
En todo caso, Apple mantuvo lo que se comprende por una evolución congruente. Nada del otro mundo, nada que no estuviera llegando  de mano de otras empresas, nada que debiera convertir a Steve Jobs en un ser de inconcebible sabiduría de cuya boca y de cuyos puños todo lo que brotaba era irrebatible genialidad. Esto último jamás lo demostró, ni siquiera en su primera etapa (la cual merece ser comentada aparte), por más que ahora lluevan (estúpidas) comparaciones con un hombre de un extraordinario talento inmediato como Leonardo Da Vinci, cuya capacidad de estudio no se quedaba atrás.
¿Quiénes son Julius E. Pitrap y Herman Hollerith? O yéndonos a tiempos mucho más recientes, por no llamarlos contiguos dada su cercana muerte, ¿quién es Dennis Ritchie? Entre otros tantos, estos tres hombres sentaron bases de un valor incalculable y sin embargo sus nombres se han olvidado con extrema facilidad, siendo la repercusión del fin del señor Ritchie tan exigua como fría, ya que la sociedad mundial no ha creído que mereciera una despedida mejor. Pero, ¿por qué ha sido así?, ¿dónde está la diferencia entre, por ejemplo, Ritchie y Jobs? Quizá en que el primero jamás fue un producto de marketing y el segundo, por el contrario, tuvo que convertirse en ello para que Apple fuera lo que hoy es. Para qué escribir ni una sola palabra más.