Viene aquí una reflexión sobre la mente, sin ánimo de ser controvertida en los foros de la ciencia, ya que lo único que pretendo es contar una experiencia individual de lo que ocurre a este lado de la luz.
La tesis que mantengo es, por un lado, que la mente es un órgano en constante creación, un órgano evolutivo, y por otro, que la calidad de los pensamientos que genera está íntimamente relacionada con la información que recogen los sentidos.
Es así, con veinticinco años me encuentro postrado en el fondo de mi habitación. Sin nada que hacer no encuentro tiempo para hacer nada. La noción del tiempo ha sido alterada. Simplemente he entregado mi destino. Mi experiencia sensitiva se reduce a ver la televisión, y a escuchar la radio; son mi escudo protector.
Después de dos crisis psicóticas seguidas, y sus correspondientes ingresos, y del frenesí de pastillas antiguas que te congelan la razón, me conformo con el “no sufrimiento”.
Sin embargo, con ser necesaria la información que te sirven los “mass media” (anuncios, series, películas, cotilleos…), la calidad de los pensamientos que alumbra tiene muy poco recorrido, y arden fácilmente en las brasas del olvido. Los grandes asuntos que conforman y constituyen nuestra identidad como seres humanos no encuentran sustento.
Entonces, al borde del colapso endocrino y el vacío existencial, ocurrieron dos hitos que supusieron el despegar de mi mente.
Guiado por una energía de origen desconocido comencé a recorrer los senderos del Monte Hacho como si no hubiera un mañana. Fue tanta mi devoción por los paisajes de Ceuta, que pronto entré en contacto con la voz que nos sugiere la naturaleza, y que nos invita a conocer los secretos de la vida en plenitud.
La física que se oculta a los ojos, pero que rodea a todos los seres vivos y nos hace preguntarnos por el libro de los motivos: ¿hubo un porqué en el hecho de la creación, cuando se sustanciaron las esencias?
La idea de verme a diario en medio del mundo mineral, y del porqué de esa palmera en medio del matorral, me hizo entrar en conexión con una clase de hombres y mujeres que vivieron en la antigüedad, y que hicieron de la observación la primera forma de conocimiento.
Al mismo tiempo, las dos estanterías de libros, que desde siempre dormían el sueño eterno de la esperanza en el salón de mi casa, abrieron los ojos, y me contagiaron de vida con sus letras; algunas sugerentes, otras geniales.
La conjunción de estos dos mundos multiplicó la longitud de mis pensamientos, y por tanto su calidad, concentrados ahora en conquistar una sociedad que en el principio me fue negada. Ahora mis pensamientos son círculos concéntricos, que giran en torno a un mismo punto o razón. Ahora el orden es mi aliado. Pronto llegarían la lectura comprensiva y la capacidad de estudio. Pronto llegaría una oportunidad.
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