Hay mucho nerviosismo, intranquilidad y falta de confianza entre nosotros, los españoles, sobre el futuro de nuestro país y, naturalmente, sobre el futuro de quienes vimos la luz de la vida en cualquier lugar –pequeño o grande– de España. La vida se ha vuelto, desde hace algún tiempo, bastante dura y ello está obligando a aceptar algunos cambios en nuestra vida que provocan, en principio, inadaptación, falta de confianza en uno mismo y pretender, en muchos casos, que las cosas las arreglen otros sin el menor esfuerzo personal como si esa difícil situación no requiriera el esfuerzo personal de todos y cada uno de nosotros mismos. Un padre me decía ayer que su hijo mayor, con 26 años, vive en casa de los padres –que viven estrechamente– sin hacer nada para intentar arreglar su situación personal.
Es triste esa situación personal –que, por desgracia, es bastante corriente– y esa realidad obliga a buscar las soluciones que sean adecuadas con la mayor serenidad posible y con la mente clara. En principio parece, más bien, que son bastantes los que piensan que ese problema se lo han de solucionar otras personas, a las que apremian por medio de manifestaciones públicas en las que se protesta de casi todo, especialmente de lo que suponga un esfuerzo personal bien orientado, que tiene su comienzo a edad muy temprana. No es lo mismo estudiar seriamente desde edad muy temprana, que dedicar el tiempo a la diversión, en su sentido más amplio. Es frecuente ver a gente joven dedicada a actividades deportivas en las playas con las que satisfacen su dominio sobre las olas con la ayuda de una tabla.
Bien está el deporte para cuidar la forma física de toda persona pero sin ir más allá de lo aconsejable por quienes entienden de ello; es un complemento agradable y necesario pero hay que dejar el campo a los profesionales para que ellos sean los que nos puedan entusiasmar con sus victorias. El pasado sábado estaban a rebosar los bares y otros locales en los que se podía ver el partido de fútbol entre el Madrid y el Barcelona. Esto viene bien para descargar algunas emociones y para saber encajar, con buen ánimo, la derrota del equipo preferido. La serenidad ante la derrota hace ver los defectos con toda claridad y esto nos viene muy bien porque enseña mucho, nos pone ante la realidad y en ella es donde debemos encontrar lo que traiga paz al ánimo y enseñanza para actuar mejor en el futuro.
Hemos de actuar en la vida como personas que saben poner su esperanza en el planteamiento de su actitud personal desde muy jóvenes, casi niños. No se debe perder el tiempo pues hay que competir, en calidad, con el resto del mundo, o sea con muchísima gente que presentará sus méritos en lucha con los que puedan ser presentados por otras muchas personas. Es necesario el crecimiento de la calidad personal, sin olvidar que ésta no es sólo la de unos determinados estudios y prácticas profesionales sino que hay que basarla en la calidad humana, en esa fuerza interior que proyecta, en toda ocasión, la rectitud de nuestra conciencia. Rectitud que es amor por lo bien hecho, por la ayuda que se haya prestado a quien la necesitaba, por ese darse a los demás –sin pedir nada a cambio– porque lo necesitan.
El fruto de la serenidad es la puesta en camino hacia la verdad. ¿Por qué se ha de estar juzgando continuamente a los demás y apreciando sólo errores y malas intenciones? Veamos las cosas con serenidad, con la paz de la verdad y el amor a la gente, y esa dedicación –cuajada de muchos sacrificios personales– nos proporcionará la paz interior que toda persona precisa para que su labor sea plenamente beneficiosa para los demás.
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