El fracaso del fútbol distendido

Sin importar la nacionalidad, los especialistas de los países que pueden presumir de ser potencias futbolísticas siempre reseñan una clave esencial para competir en el balompié moderno: la intensidad ordenada y estable. Pese al consenso sobre la importancia de esta cuestión, su consecución es compleja.
En este sentido, algunos de los grandes equipos europeos están viviendo una experiencia traumática tras el cambio de entrenador, siendo el Real Madrid la pieza más representativa. A los blancos se les achaca una actitud blanda y poco colaborativa que produce el naufragio de los planteamientos de Ancelotti. Sin embargo, el problema es previo a dicha actitud: no existen ideas claras. El entrenador italiano está absolutamente perdido en la inmensidad de una plantilla polivalente que puede adaptarse a cualquier sistema y filosofía de juego, pero el conjunto, como es lógico, requiere del asentamiento de un estilo que pueda desarrollarse posteriormente en numerosas ramificaciones. Es muy complicado empezar una casa por el tejado y salir airoso, sobre todo cuando compites contra otros tantos arquitectos que la construyen desde abajo. Los planteamientos dubitativos de Ancelotti están haciendo mella en la confianza de unos jugadores que aún no han automatizado los resortes de su juego, impidiendo, en buena medida, que su actitud pueda ser la necesaria para alcanzar la tensión competitiva adecuada a las exigencias de un club estratosférico. No basta con que la intensidad individual de Cristiano Ronaldo o el centelleante talento de algunos de sus jugadores salven determinados lances, el Real Madrid necesita la continuidad de un esquema base que salve las dudas con una rica gama de variantes, y que, al mismo tiempo, convenza a los jugadores y exalte su actitud. El gran problema del equipo blanco es que la temporada está lanzada y los malos resultados han activado las alarmas. Como suele ocurrir en estos casos, la situación de emergencia forzará a buscar soluciones inmediatas que difícilmente podrán dotar al equipo de la profundidad táctica que necesita, a lo que se suma la hasta ahora evidenciada incapacidad de Ancelotti para retocar sus planteamientos en los momentos claves de los partidos. El reto es enorme.
En Inglaterra, el Manchester United vive una situación parecida, con la enorme diferencia de que su plantilla es mucho más mediocre que la del Real Madrid. Sin embargo, esa plantilla mediocre que el año pasado sí funcionaba con Sir Alex Ferguson, no lo está haciendo con David Moyes al mando. El problema es el mismo de siempre: la intensidad, producto de un planteamiento difuso y unas variantes también indefinidas, que animan poco o nada la actitud de unos jugadores que no pueden confiar en un sistema aún por ordenar. El propio Barcelona de la temporada pasada e incluso el de la actual peca, aunque en menor medida, de falta de intensidad en su trabajo, lo que agrava considerablemente sus preexistentes problemas defensivos y congestiona la fluidez de su juego.
A pesar de que es un término muchas veces etéreo, utilizado por los seguidores del fútbol como si se tratara de una lección que puede aplicarse en dos tardes y media, la intensidad es el punto más complicado de alcanzar dado que conlleva un trabajo organizativo exhaustivo. Si a ello sumamos la presión que se suele sentir en los banquillos de los clubes más importantes del mundo para conseguir éxitos inmediatos, nos podemos hacer una idea de lo extraordinariamente difícil que es triunfar en el nivel más elevado del fútbol profesional. Sólo desde esta perspectiva se puede apreciar la delicada y pesada labor a la que tienen que hacer frente los técnicos de los mejores clubes del mundo.