Categorías: Opinión

El final depende del principio

El pasado martes, día 11, hizo exactamente once años del criminal atentado a las Torres Gemelas y a una de las fachadas del Pentágono, en Virginia, a manos de terroristas de la organización al-Qaeda. A este respecto, el presidente de la Comisión norteamericana que investigó en su momento los sucesos del 11-S declaró que, entre otras causas, las deficiencias en los controles de la inmigración podrían haber causado el 11-S. Al hilo de lo manifestado por el presidente de la citada Comisión, ¿qué se podría decir de España? Las avalanchas de inmigrantes ilegales que hemos sufrido en los últimos quince años han sido tan enormes que desconocemos quiénes se han instalado aquí entre nosotros y con qué intenciones. No perdamos de vista que en esos quince años la inmigración en nuestro país ha saltado del 1% al 12%, lo que en números viene a representar alrededor de seis millones de inmigrantes, de los cuales al menos las tres cuartas partes de ellos han entrado ilegalmente y luego han sido legalizados. España ha pasado a liderar la lista de países de la UE con más inmigrantes, en quince años, tan sólo por detrás de Luxemburgo. Un auténtico escándalo. No sólo es un escándalo, sino que es un peligro a todas luces.
Sin siquiera habernos movido de nuestros domicilios hemos cambiado de país sin que, obviamente, nadie nos haya preguntado nada al respecto. Nuestros gobernantes, en complicidad con los sindicatos, las ONGs, partidos políticos, elementos de la iglesia católica y demás secuaces, han hipotecado nuestro futuro admitiendo a miles de inmigrantes que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia. A este respecto, la eficaz propaganda de las ONGs –y no solamente ellas– ha conseguido hacer creíble la gran mentira de la inocuidad de esta inmigración por el viejo método de repetir la mentira una y mil veces. Ya el 8 de noviembre de 2000 escribía Baltasar Porcel en La Vanguardia: “No se trata únicamente de enfocar la inmigración desde el ángulo de la justicia o de la ética, que hoy centra casi toda la preocupación, sino de los valores y constitución de nosotros mismos”. ¡De esto, hace doce años! Pero no hemos aprendido nada. Tan ‘nada’ hemos aprendido que nos rasgamos las vestiduras porque se han devuelto a Marruecos los ilegales que desembarcaron en la isla de Tierra (auténtico chantaje humanitario) y porque a los inmigrantes que han entrado ilegalmente se les ha retirado la tarjeta sanitaria, cuando nunca se les tenía que haber concedido. Y los cincuenta mil inmigrantes ilegales que han entrado en Ceuta desde Marruecos en los últimos quince años deberían haber sido devueltos a pie de frontera en virtud del ‘Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación’ entre el Reino de España y el de Marruecos, firmado en Rabat el 4 de julio de 1991, por Felipe González y el Primer Ministro marroquí Azedine Laraki. Tratado que fue ratificado por el ‘Convenio sobre readmisión de inmigrantes’ de 1992, suscrito por el ministro del Interior Corcuera y por Driss Basri.   
La manipulación a la que ha sido sometido el ciudadano de a pie para vencer su normal resistencia a aceptar este estado de cosas –las invasiones de los últimos quince años– ha sido verdaderamente vergonzosa y de juzgado de guardia. En un principio se le anestesió con el argumento de que habíamos sido un país de emigrantes y aún había dos millones de españoles en el extranjero, y que tan sólo teníamos un uno por ciento de inmigrantes, mientras en Europa había países que tenían hasta el 8%; más tarde se le convenció de que la sociedad multicultural era beneficiosa para la sociedad de acogida por aquello de la riqueza del contacto con otras culturas; después, ante la resistencia del ciudadano, se le dijo que venían a hacer los trabajos que los españoles no querían hacer y que nos íbamos a jubilar antes de tiempo. En fin, mentiras tras mentiras para vencer la resistencia del ciudadano español a tragar con las invasiones por los cuatro puntos cardinales. Cuando el españolito de a pie se dio cuenta de que sus barrios habían sido tomados por los foráneos que venían dispuestos a cometer toda clase de tropelías ya era tarde. Ahora, aquellos responsables de este estado de cosas se han quitado de en medio y se han puesto, ellos y sus familiares, a buen recaudo de las tropelías de los inmigrantes, y han dejado que el ciudadano sea el que lidie e integre a los extranjeros. Pero, eso sí, todo aquel que ofrezca resistencia, de palabra o de obra, a esta invasión no sólo será descalificado en la plaza pública, sino que será amenazado y denunciado para que deje de incordiar y se calle la boca. El final que nos espera a los españoles, en un futuro, depende del principio, y como el principio ha sido miserable y corrupto, es fácil colegir cómo será el futuro para España. En palabras de Muñoz Molina, estamos “entre las certezas del ayer y los malos augurios del porvenir”.

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