Categorías: Colaboraciones

El final del Sáhara que nunca existió

Este es el clásico artículo que un profesional de las relaciones internacionales nunca quisiera escribir, porque no sólo confirma las imperfecciones del derecho internacional y las servidumbres de la política exterior, sino también porque, en definitiva, da el blessing a la primacía de la política sobre el derecho, lo que desde cualquier óptica y más ya avanzando el siglo XXI, resulta recusable al hacer prevalecer los intereses sobre los principios.

Ahora bien, sentado lo anterior, desde el prisma contario resulta igualmente obligado en cuanto contribución a la búsqueda de alguna solución que habrá que asumir ya.
Por si quedaban dudas acerca de la fijeza de la posición alauita sobre el Sáhara, la fracasada visita de Ban Ki Moon, este marzo –efectuada muy tardíamente cuando sólo quedan meses para la finalización de su década onusiana y con un adjunto que tras casi otra década tan llena de buena voluntad como baldía- certifica que Rabat ha ganado la contienda bélica y la batalla diplomática. Y que el Sáhara Occidental sólo existió en cuanto territorio sobre el que se asentó oficialmente España en pleno colonialismo consagrado por la Conferencia de Berlín. Casi un siglo después, en 1976, se crea la RASD, que si bien ha sido reconocida por varias decenas de países, no ha podido acceder a su personalidad jurídico internacional plena, ingresando en Naciones Unidas, donde el requisito sine qua non de su reconocimiento no es predicable de ningún miembro del Consejo de Seguridad, amén de que con un solo veto de cualquiera de ellos y ahí están potencialmente Francia y Estados Unidos para refrendarlo, sería suficiente para su reprobación.
Con este cuadro de situación y más allá de las incorrecciones de diversa índole que llenan todos nuestros libros y artículos y las referencias a ellos y que no volveremos a escribir, una conclusión emerge enhiesta: Así, tras cuarenta años que terminan de cumplirse de lucha nacional fallida y de generación y media de saharauis frustrada en la no consecución de la independencia, no se puede seguir. Alguien, del numeroso reparto del drama saharaui, alguno de los corifeos, tendrá que reconocerlo y por tanto, que asumirlo. Esta etapa ha terminado.
Por parte saharaui, la vuelta a las armas no sería suficiente para destrabar el diferendo. ¨Nunca conseguirán la independencia¨, me repite un coronel-CNI, A.M., experto en el tema. Y el camino de la diplomacia, más que esquivo, lo tienen prácticamente cerrado, por encima de victorias parciales desde instancias europeas, donde por otro lado ningún país del continente les reconoce. Mientras que Marruecos sigue dosificando el tremendo valor de los hechos consumados y fuerte en su posición se limita a ofrecer una salida autonómica. Siempre en el terreno necesariamente resbaladizo del pronóstico, aunque aquí más que fundado, no se ve que ninguna de las demás partes interesadas vaya a moverse, ni en la acción ni en los planteamientos.
Ya es el momento de la realpolitik, que excluye posturas maximalistas tanto por parte de Marruecos como de la RASD. O dicho en otros términos, en el horizonte contemplable el statu quo, más o menos matizado si se quiere, parece insostenible. Rabat, a quien no debería de negarse total falta de legitimidad en el diferendo puesto que tuvo a diversas tribus sometidas a vasallaje, no puede seguir soportando olímpicamente la presión internacional de condena en cuanto país anexionista y conculcador de los derechos humanos, además de que por mucho que sea el valor de los hechos consumados en el campo internacional, que lo es, resulta inconcebible que una nación pueda desaparecer. Y los polisarios no pueden seguir perpetuando en vano su justa aspiración a la independencia, proclamando desde su forzado conformismo que si no ellos o sus hijos, verán la independencia los hijos de sus hijos, lo que incluye en el análisis categorías facticias. Por lo demás, los países pierden territorio en las guerras y ya se ha recordado que México perdió el 55 por ciento del suyo a manos justamente de Estados Unidos, el principal interviniente junto con Francia en el conflicto saharaui.
La realpolitik, pues, llevaría a posiciones de compromiso, con sólo un límite, el derivado del juego de soberanías. De ahí, la bondad de la partición, única figura que faculta para asignar una soberanía propia –no se trata de ninguna cosoberanía- a las dos partes y en cuanto solución salomónica, por definición, daría como resultante dos soberanías sobre dos territorios, el norte para Marruecos y el sur para los saharauis.
Y por supuesto, también es el momento de España. (El País hiperboliza en general sobre la diplomacia de Madrid en ¨La nada exterior¨ aunque ciertamente pudo titular, con más propiedad, ¨El déficit exterior ¨). Quizá fuera suficiente en los primeros compases de esta etapa realista que se abre y que coincide con un nuevo gobierno en Madrid, el nombramiento de un representante, que coadyuve con los de la ONU y la OUA y que sirva al mismo tiempo para testimoniar una mayor, obligada implicación española en la controversia. Como se ha reiterado, hace tiempo que el Instituto de Estudios Ceutíes, en primera línea de nuestras disputas territoriales, pidió públicamente que se me asignara a los contenciosos por mi gran especialidad y singular experiencia, desde que fui el primer y único diplomático en el Sáhara ocasionalmente ya hace casi cuatro décadas, y por otra parte, son distintos los analistas que coinciden en ello.
España es un país medio-alto del flanco sur europeo. Pero también cuenta con una historia grandiosa que la llevó a ser primera potencia mundial. Los restos irresueltos de esa historia privativa, son los contenciosos diplomáticos españoles. Asumirlos y responsabilizarse de ellos debidamente, constituye hoy la gran misión a cumplir.
Amén. Āmīn.

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