El mito del riesgo cero es uno más de esos mitos que pueblan la conciencia colectiva de las sociedades avanzadas. Se nos ha convencido de que estableciendo protocolos y dejándolo todo escrito, conseguiremos que el riesgo desaparezca, cualquier riesgo. Así que si se produce un contagio de Ébola, el fallo está única y exclusivamente en los protocolos, o en el material utilizado.
Si se produce un descarrilamiento de tren, el fallo está también de forma exclusiva, en el diseño del trazado o de la mala señalización. Si además tenemos en cuenta la politización de cualquier asunto, los responsables últimos, o los primeros, son los políticos. El mito funciona a las mil maravillas cuando se trata de casos de fuerte impacto mediático (como este del ebola o el del accidente del alvia) y se va desinflando cuando se trata de cuestiones más domesticas (como los accidentes de tráfico).
Gracias a este mito, colectivos como los médicos y los sanitarios no cometen fallos, sus acciones no están sujetas a la naturaleza humana, sino que se encuentran en el ámbito de lo sobrehumano, de lo sobrenatural. Pero lo cierto es que la naturaleza humana introduce variables que impiden la predicción absoluta. Las personas tenemos la posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos, ya sea por desinterés, por error o descuido, e incluso por decisión premeditada. Hace unos días, hablaba con mis alumnas sobre el estudio clásico de Durkheim del suicidio y sus causas sociales y psicosociales, de cómo había elaborado una serie de tipos, acotando esas causas, y les conté la historia de un familiar lejano, al que no quisieron llevar a una celebración social (un bautizo o una boda, no lo recuerdo bien), y que para forzar la voluntad de sus familiares amenazó con tirarse por la ventana del primer piso en donde residía. Se tiró, e imprevisiblemente dada la altura, se mató. ¿Dónde encajar este suicidio?
El factor humano forma parte de los acontecimientos, por mucho que nos cueste admitirlo, en circunstancias similares, unas personas reaccionan de una manera distinta a la de otras, hasta el punto de hacer justo lo contrario que se espera de nosotros. Probablemente ante una situación de riesgo de contagio de ébola, otra enfermera o enfermero habría actuado de forma distinta. Ante el temor al contagio, la médico de cabecera que atendió a la enfermera ha solicitado su ingreso para no poner en riesgo a su familia. Hay condicionantes y circunstancias personales que modifican nuestro comportamiento, e incluso a veces tomamos decisiones de las que luego nos arrepentimos pero que en su momento tomamos sin saber muy bien porqué. El factor humano está detrás de acciones no previstas e incluso ilógicas. Cuando la enfermedad del ébola se ha convertido en una epidemia que se ha llevado por delante a miles de personas y cuando hay riesgo de que nuestra propia sociedad la sufra, el factor humano introduce algo imprevisto, como ha sido la defensa desaforada de la vida de un perro.
Cuando lo lógico es que se cumplan los protocolos, a los que por otro lado se culpa por no ser suficientes, y se sacrifiqué a los animales que han estado en contacto con el virus, hay quien llama asesinos a los que aplican ese protocolo. El factor humano de estos animalistas que anteponen la vida de un perro al riesgo de contagio a las personas, introduce algo no previsto, como es valorar la vida de los animales por encima de la de las personas. El factor humano hace que contra toda lógica, en nuestras sociedades, sacrificar a un perro sea considerado un crimen y abortar un derecho. O que dos periodistas de El País, se cuelen en el hospital a riesgo de sacar el virus, tan solo por una primicia. El factor humano.