Cuentan los relatos de la época que el emperador Zhu Di (dinastía Ming, 1402-1424) sólo encontraba la paz en los jardines que rodeaban sus aposentos.
Las cronistas aseguran que la magia que desprendían esas parcelas de paraíso era tal que el monarca sólo hallaba la inspiración, y las claves del buen gobierno de su vasto imperio, en el ejercicio de la meditación mientras contemplaba cómo la vida fluía en las aguas de sus majestuosos estanques.
Las botánicas más prestigiosas de la época se afanaban con esmero en el cuidado de las miles de exóticas especies florales que convertían esos espacios naturales en la más alta expresión de la belleza. Para velar sobre el estado de los lagos artificiales, el emperador puso a su servicio a una reputada jardinera que había llegado de lejanas tierras aún desconocidas para su pueblo.
Aunque sus consejeras opinaron desfavorablemente acerca de la especialista por su carácter indolente, Yonglé (nombre que adoptó el emperador al ser coronado y que significa “eterna felicidad”) terminó por contratar a la extranjera, a la vista de sus enormes conocimientos.
El sueldo era astronómico y la vida en palacio, un sueño. La única e inapelable condición era que debía cuidar del estanque. El trabajo, cómodo y sencillo, consistía en vigilar las aguas para evitar que los gigantes nenúfares se extendiesen por la kilométrica extensión. La razón era sencilla: la luz y el oxígeno no podían faltarle a los multicolores peces que tanto ayudaban al emperador a reflexionar sobre los múltiples problemas que le acarreaba gobernar. A la jardinera la habían avisado: si fallaba en su misión de custodiar la vida del estanque, le esperaba la muerte sin posibilidad de perdón.
Durante los primeros meses, la extranjera se afanó en su trabajo y las plantas acuáticas asesinas eran apenas una anécdota en medio de tan líquida inmensidad.
Pero la vida en palacio estaba tan repleta de lujos y placeres que la jardinera fue, poco a poco, olvidando su tarea. Al principio, algunas consejeras del emperador la advertían de su falta de rigor en la tutela del estanque, pero comprobando que de nada servían los consejos, la dejaron por imposible.
Para la jardinera, cualquier labor relacionada con la protección encomendada suponía un eterno aplazamiento. Todo podía esperar. Nada representaba un peligro inminente, hasta que sobre el imperio se ensañaron unos temporales que trajeron consigo interminables lluvias torrenciales que, combinadas con un sofocante calor, provocaron la infinita multiplicación de las plantas que tanto debía evitarse.
Cuando la jardinera quiso poner remedio, era tarde. Hacia el horizonte se extendían kilómetros de verdes plantas que, por desidia de la foránea, habían acabado por sofocar cualquier atisbo de vida en el majestuoso estanque del emperador Yonglè.
Tras el certero golpe del verdugo, la cabeza de la jardinera se perdió en las negras aguas podridas sobre las que ya reinaban los implacables nenúfares, indiferentes ante el letal destino de la extranjera.
Recuperar la vida en los estanques tardaría décadas, aunque eso había dejado de ser relevante para la que fuera despreocupada jardinera. Todo carecía ya de importancia. La nada se había apoderado de todo.
Y en esas estamos.
En unos tiempos turbulentos, en que la crisis ha sabido una vez más reducirlo todo a escenas más o menos actualizadas de Las uvas de la ira, nadie parece capaz de formular las preguntas correctas. Un clásico.
Nadie se pregunta por qué las que dicen mandar en el mundo político (no todas, lo volvemos a reiterar) han elegido ponerse del lado de las banqueras y aseguradoras que han provocado la crisis, y no del bando de quienes la sufrimos. Fácil de ver.
A nadie parece importarle que todo el sistema público esté siendo eutanasiado por las lobas de las finanzas, mientras que las que deberían velar por nuestros intereses prefieren mirar para otro lado, cuando no aprovecharse del viento a favor. Ejemplos no faltan. ¿Seguro que no le suena?
Nadie se indigna cuando las carroñeras de lo social afirman, miles de dossieres en mano, que la solución está en hacer desaparecer los impuestos. Obviamente, y como el pensamiento crítico nos ha sido concienzudamente borrado, nadie cae en la cuenta de que sin fondos públicos para sufragar lo que hace sólo una década era calificado como “servicios esenciales”, sólo las poderosas van a tener el privilegio de poder pagarse un médico, una escuela o la seguridad de su casa. Por el contrario, en lugar de indignarnos, aplaudimos la propuesta. Lamentable.
Nadie parece querer darse cuenta de que la subida de la extrema derecha (ahora llamada “derecha pura”) sólo es fruto de una frustración que sabiamente inyecta odio hacia las de siempre con consignas que -aunque sofisticadas en la forma- siguen, en el fondo, tan burdas como siempre. Tan perverso como eficaz.
El ideario no es, ni mucho menos, nuevo. Sus chimeneas, tampoco.
Nos hacen odiar a la inmigrante, como si los desfalcos a gran escala o la corrupción llegasen en patera.
Nos convencen de escupir sobre la distinta para que la culpable ideal expíe nuestros males. Nada nuevo.
Acabamos denigrando la Libertad llamándola libertinaje, como un estúpido mantra que repetimos sin pensar pero que ha calado en nuestro inconsciente.
Negamos la más básica de las solidaridades a las que nada tienen bajo el pretexto de que las ayudas se las llevan “las de siempre”, comulgando con una doctrina en la que la aporofobia lo preside todo a mayor beneficio de las que todo lo poseen.
Las ideas basura están resurgiendo de los avernos para reinstalarse de nuevo en nuestra sociedad. No aprendemos.
Lamentablemente, todo indica que vamos a tener que acostumbrarnos a esta filosofía de la inmundicia, si es que nadie lo remedia; sin caer en la cuenta de que esas “NADIE” somos “NOSOTRAS”. Ceguera social en grado sumo.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero si sigue con esta suicida política de la avestruz, en muy poco tiempo ni siquiera le permitirán tener alas para esconderse, y cuando llegue ese momento, quizás caiga en la cuenta de que debería de haber puesto muchísimo más cuidado en proteger al estanque de la invasión de los nenúfares.
El cantautor Serge Utgé-Royo (referencia ineludible) ya lo advierte en su poesía Amigos, bajo la ceniza:
“A mí, que duerme el fuego, Hermanos a vigilar,
se va vistiendo de odio la noche secular.
Han levantado la veda del humano de color,
el puño aplasta la palabra y el discurso la canción.
Una orden coserá la boca que pida demasiado amor
Y jovenzuelos ladrarán contra los mudos y los sordos… ”. Brutal.
Los nenúfares siguen ahí, sólo ha cambiado el lugar del estanque.
Y seguimos sin verlo. Y seguimos sin aprender. De puta pena.
Nada más que añadir, Señoría.
El agua debe volver a su cauce y la mejor manera de hacerlo, es consiguiendo…
Otra nueva estafa que podría llegar a Ceuta. La autoridades de Canarias, Andalucía, Madrid o…
El Poblado Marinero ha sido testigo de otro evento solidario para ayudar a los afectados…
Desde la Asociación Española de Consumidores (Asescon) alertan de una nueva estafa que puede afectar…
El Sporting Atlético de Ceuta consiguió un gran triunfo en esta jornada 14 del grupo…
Ritmo alto en cada acción durante los primeros veinte minutos con Ceuta jugando de poder…