El próximo curso escolar será peor. El número de alumnos por grupo sigue creciendo ante el culpable cinismo de las autoridades, la inconsciente abulia de la ciudadanía y la incomprendida desesperación del profesorado. Las aulas comienzan a dar síntomas de un vergonzoso hacinamiento ya indisimulable. Las plantillas de los centros menguan, lenta pero inexorablemente. El inmovilismo pedagógico gripa el sistema, imponiendo una rutina obsoleta que impide la adaptación de la labor docente a todas las variantes de una realidad extraordinariamente compleja. En estas condiciones, el fracaso escolar es casi obligatorio. Lo hemos asumido como una seña de identidad. Ceuta acumula un déficit en la formación de su capital humano pavoroso. Creciente. Es una situación objetivamente estremecedora que, sin embargo, no despierta la menor preocupación social, más allá de la inquietud de un reducido grupo de personas enamoradas de la enseñanza. Esta actitud indolente contrasta fuertemente con los hipócritas discursos oficiales, en los que siempre hay un lugar preferente para ensalzar la importancia de la educación.
Los dos partidos que se alternan en el Gobierno de España, desde hace treinta años, han dado muestras más que suficientes de su falta de compromiso con la enseñanza pública en nuestra Ciudad. La inexistente política de construcciones escolares se revela como una prueba irrefutable. A pesar del estado de manifiesta necesidad, ni el PSOE (que ahora se pasea enfundado en camisetas verdes, a modo de anzuelo para que la ciudadanía vuelva a picar), ni el PP, se han tomado en serio este problema. Más de veinte años han transcurrido desde que se construyó el último colegio de Primaria. Este insultante periodo se prolonga indefinidamente. Han blandido las más variopintas y pintorescas excusas, pero lo único cierto es que no hay aulas. ¡Y no será por falta de espacio! Cuando ellos han tenido interés (nueva prisión) han encontrado rápidamente un cuarto de millón de metros cuadrados.
Analizando fríamente los hechos, se diría que estamos ante un auténtico enigma. Todo el mundo considera que la educación es clave para el futuro de nuestra Ciudad y así lo proclaman constantemente con gran solemnidad, y todo el mundo conoce, y reconoce, las escandalosas cifras de fracaso escolar diagnosticadas hasta la saciedad; y sin embargo, nadie hace nada para revertir esta situación. Irritante pasividad.
En realidad sólo es un enigma aparente. Los hechos siempre obedecen a una causa. En este caso aberrantemente lógica. Lo sectores influyentes de la sociedad, quienes controlan todos los resortes de poder, incluida la representatividad política, se sienten muy cómodos en este escenario. Es más, un cambio profundo que implicara la restitución del principio de igualdad, perjudicaría notablemente sus intereses. Explicaremos esto con un dato que ha pasado desapercibido, a pesar de su importancia. En las pruebas de diagnóstico realizadas en todo el territorio nacional, Ceuta ha quedado en último lugar (junto con Melilla); pero si analizamos sólo los resultados obtenidos en la enseñanza privada, Ceuta se sitúa a la cabeza. Esto demuestra que el sistema de segregación que practicamos aquí, funciona perfectamente. Las élites están blindadas de cualquier interferencia nociva en los procesos educativos de sus hijos durante las etapas más difíciles (infantil, primaria y secundaria), refugiados en la escuela privada.
Los que deciden no sufren los problemas del sistema educativo. Lo ven como algo muy lejano. Por su parte, las víctimas carecen de la necesaria proyección social para exigir sus derechos con el nivel de contundencia que requiere una demanda de esta naturaleza. Es otra consecuencia de la esquizofrenia que domina esta Ciudad. El fracaso escolar no preocupa porque el porvenir de la inmensa mayoría de los afectados nos resulta absolutamente ajeno.