Estamos abocados al fracaso como sociedad si hacemos eco de todo lo que dicen oradores exaltados por cualesquiera de los púlpitos que existen en esta ciudad. Peor andaremos si les ofrecemos estos púlpitos donde pronunciar sus protérvicos pensamientos y además los difundimos; y mucho peor nos irá si los partidos políticos les ofrecen protección jurídica a modo de amenaza tapa bocas.
Desconozco si uno de estos conferenciantes ha leído algo sobre la zoología antropológica de Desmond Morris, pero menuda interpretación ha realizado del perfume, título de la exitosa novela del escritor alemán Patrik Süskind, que ha transformado, en medio de esta vitoreada mullticulturalidad, en un tufillo, hedor de rancio anacronismo o pestilencia de llamamiento a la violencia.
Con la lengua se cometen muchas maldades, se abonan tempestades y se hacen notorias muchas de nuestras carencias que, para más inri, nos dejan en evidencia. A veces las afirmaciones desvelan el pensamiento oculto que hay tras de ellas. Si un orador es perverso, es normal que afloren perversidades, si un orador es un mensajero de bondades, lo normal será que emanen bondades.
Nadie cuestiona al Islam por las palabras que en sus púlpitos se pronuncian. Es más, es el mismo Islam el que cuestiona a estos oradores: no creo que el Islam apruebe pensar mal o desear mal a alguien, además de otras cuestiones teológicas y exégeticas que contradicen abrumadora y claramente las frases de la discordia. No sólo hay que respetar al Islam, también hay que defender la práctica de esta religión que estos oradores perjudican.
No existen ellos y nosotros. La creación de dos grupos artificiales sólo interesa a quienes viven de ello: políticos con sesgo y oradores radicales. Existe una sola parte: el Estado de Derecho al que todo está sujeto, y todo aquel que lo incumpla deberá purgar sus culpas ante la sociedad. Ya está bien del manido discurso victimista sobre racismo cuando lo único que se pretende crear con ello es un Estado de excepción, de racismo positivo malentendido que perjudica a todos, de manipulación nauseabunda que provoca los efectos contrarios a los deseados. El mal solo genera mal.
¿Tan mal está la democracia en nuestra ciudad que un partido político tiene que salir a defender oradores religiosos? ¿Tan ocupado anda el Gobierno para no prestar atención a lo que se dice en la televisión que sufragamos todos los ceutíes? ¿Desde cuándo existe el derecho a manifestarse a favor de ideologías anticonstitucionales? Y sobre todo ¿Quién es el pasmado: el orador o el que le da pábulo?
La serenidad debe prevalecer en los hombres de estado, como así lo ha demostrado el delegado del Gobierno que sin hacer aspavientos de ningún tipo ni darse golpes de pecho, ha puesto a disposición de la Fiscalía lo que aparentemente pudiera ser constitutivo de delito. Así se acaba con la polémica, con firmeza y discreción. Todo lo demás, eco de babiecas.
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