Categorías: Opinión

El día que acabaron con todo

Mientras que las calles de la mayoría de ciudades españolas aparecían llenas de pancartas y de gentes que están hartas de tanto recorte, los especuladores de los mercados financieros seguían haciendo de las suyas. Según las informaciones publicadas, la prima de riesgo se situaba por encima de los 600 puntos. Todo un record histórico, a juicio de los expertos. El gobierno ha cruzado la línea roja de los recortes a los funcionarios suprimiendo una paga extra. Pero la injustificada presión de los mercados también, situando el interés por nuestro bono soberano a 10 años por encima del límite del 7%, que al parecer es el indicador de que la economía española ha de ser intervenida, como antes lo fueron las de Grecia, Portugal e Irlanda.
No sé que quieren más esta pandilla de sinvergüenzas (me refiero a los especuladores financieros y a los que los apoyan). No tenemos dinero.  Pero tampoco la máquina que lo haga.  Este es nuestro drama. Y el de Europa. Carecemos de un Banco Central con capacidad de acudir en ayuda de aquellos países que la necesitan (si la necesitada fuera Italia, no sé qué haría Mario Draghi). La única solución, según los bancos alemanes, franceses y holandeses, que son los que están haciendo el agosto con la crisis, son los recortes. Por el mismo importe de la ayuda que nos van a dar. De esta forma el Gobierno quiere contrarrestar el castigo de los especuladores a nuestra deuda, por el simple hecho de que tenemos que garantizar el pago de una deuda privada. Pero el problema es que esto nos está hundiendo en una crisis aún mayor. En un estancamiento de tal calibre, que peligra todo el sistema. Nuestro ministro de Hacienda dice que no tenemos dinero ni para pagar las nóminas de los funcionarios, lo cual ha provocado un tremendo revuelo en los mercados. Algo así como si un bombero utilizara gasolina para apagar un fuego.
Hace ya bastantes años, un grupo de jóvenes economistas nos hicimos cargo de la gestión de uno de los mayores hospitales públicos de Andalucía. La idea que nos unía era la creencia en el sistema público de salud y en su superioridad frente al sector privado. Sin embargo, las élites gobernantes estaban imbuidas del espíritu neoliberal. Este era nuestro mayor escollo. Toda la propaganda oficial giraba en torno a la externalización y privatización de servicios. Llevaba ya mucho tiempo gobernando en esa Comunidad el Partido Socialista (ahora lleva más). Nuestro recibimiento fue con una huelga de limpieza. Y sin apenas presupuesto. Ni siquiera para dar de comer a los enfermos. Eran otros años. Los de la abundancia de dineros llegados de Europa. A pesar de ello, la sanidad andaluza carecía de cobertura presupuestaria. Las malas lenguas decían que hubo desviaciones presupuestarias de partidas finalistas a la Expo’92. Yo nunca pude comprobarlo. Lo que sí pude constatar fue que en el mes de agosto de aquél año (cuando llegamos) se carecía de presupuesto para atender las necesidades básicas del hospital.
No se disponía de las mínimas  condiciones para realizar una gestión adecuada. Un ejemplo. No había un almacén de productos centralizado para gestionar con eficacia las compras. Tampoco contábamos con un sistema informático capaz de suministrar información útil para la gestión. Un simple seguimiento de la deuda con proveedores actualizada era una aventura contable. Todo eran pequeños reinos de Taifas. Servicios que negociaban directamente con los proveedores la adquisición de equipamientos “a coste cero”, pero con unas condiciones que, finalmente, suponían un encarecimiento desorbitado y artificial del capítulo de gastos corrientes.  
Una de nuestras primeras tareas fue la realización de auditorías de control interno para conocer la realidad de todos los departamentos y la elaboración de manuales de procedimiento, con la colaboración de la mayoría de partes interesadas. Hecho esto, la siguiente fase fue la toma de una serie de decisiones estratégicas, como la formación de un almacén centralizado o la informatización de toda la gestión. Para ello recurrimos a fórmulas imaginativas de colaboración público-privada en las que arriesgábamos todos. La práctica de comprar aparatos que luego se quedaban almacenados en los sótanos, se acabó. Las empresas adjudicatarias de los concursos se comprometían a gestionar los servicios y a dotar al hospital de la última tecnología, pero con contratos que incluían fuertes penalizaciones si no cumplían. Pero también tuvimos que poner en marcha medidas arriesgadas y de emergencia. Por ejemplo, con el presupuesto destinado a pagar a los grandes laboratorios, decidimos pagar primero a los pequeños proveedores locales en riesgo de quiebra. Después hicimos un plan temporal de pago a proveedores en el que se incluían adelantos en los mismos a cambio de rebajas en la facturación. Era tal la necesidad de cobro de algunos proveedores, que las rebajas que se contabilizaron en factura supusieron un ahorro bastante importante (varios cientos de millones de las antiguas pesetas).
Sería muy prolijo relatar lo que se consiguió. Sí puedo decir que la contabilidad de costes se implantó en el hospital. Se logró conocer con exactitud lo que se gastaba y el mejor empleo alternativo de recursos. El almacén centralizado ha sido copiado por otros hospitales. El análisis coste-beneficio de muchas de las inversiones que se realizaban, cada vez se hizo más presente en la gestión. Con el paso del tiempo, el equipo económico que quedó consiguió que el hospital se situara en los primeros puestos en gestión responsable. Obtuvieron certificaciones medioambientales y de gestión, impensables en un hospital público.
Es decir, que el sistema público es viable. Y el ahorro también. Pero esto no es posible si lo que se hace es seguir ciegamente el dictado de los mercados y se decide ayudar a los causantes de la crisis acabando con la ilusión y las expectativas de toda una nación. Es lo que actualmente estamos viviendo en nuestro país de la mano de unos políticos incompetentes.

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