El día en que me encontré con el Señor

Recuerdo que hace muy pocos días cuando como siempre en mis paseos y en mi cabeza se repetía la eterna queja de la estulticia que supone estar vivo en la sociedad que nos rodea, que me paso algo increíble. Porque fue entonces, no antes ni después, que me encontré Al Señor paseando por la misma senda. Llevaba a su alrededor un celestial cortejo que mostraban el esplendor de la claridad de su paraíso.  ¡Si…ese jardín perdido tan material y añorado por los hombres!
¡Hola Ángel!, recuerdo que me dijo el Señor. ¡Que tal te va en tus contradicciones!. Un poco asustado y mucho desconcertado de que me conociera, me atreví a decir ¡Bien…continuo aquí… intentando mantener la costumbre de reír… que más puedo pedir!.
No me contesto en ese momento y el Señor siguió andando un trecho en mi compañía mostrándome la belleza de la naturaleza que el había creado para  disfrute de todos nosotros. Y así paso un poco del tiempo de mi paseo.
Cuando supere el estupor de su compañía y más envalentonado, me atreví a preguntar. ¿Por qué, los hombres nos atormentamos por las pocas cosas que la sociedad nos entrega?
¡No tienes otra cosa que preguntarme! Contesto el Señor. ¿Es que solo te preocupa esa nimiedad? ¡Mira…los hombres me dais pena en vuestra estupidez!. ¡Os equivocáis tanto como respiráis. Ahí esta vuestro error!. Vivís vuestras vidas como si de algo importante se tratara! ¡Que tontería…si sabéis que algún día seréis ciertamente muertos y que no os llevareis nada de lo que tenéis aquí!.
¿Entonces, para que nos creaste? Recuerdo que pregunte con cierto temor. Fue entonces que vi al Señor sonreír en cierta manera. Luego, me hablo quedamente al oído. ¡Sabes, a veces yo también me arrepiento, porque lo que hacéis es muchas veces intolerable, pero bueno, sois criaturas ingenuas en el fondo y quiero pensar que en vuestra libertad de voluntad no sabéis lo que hacéis ni lo que queréis! ¡Y en el fondo, también tengo que reconocer que me divierte mucho veros en vuestras pequeñas y absurdas pugnas sociales! ¡Yo que soy eterno, necesito de alguna que otra distracción!.
¡Pero es que la vida en sociedad nos adocena y nos empuja a enfrentamientos terribles entre nosotros por un puesto más o menos importante que nos de poder terrenal sobre los demás!. ¿Era eso lo que querías cuando nos juntaste?
Fue entonces que el Señor parándose y mirándome gravemente al rostro, me dijo. ¡Y a Mí que me cuentas, no me metas en vuestras luchas de insectos sociales! ¡La sociedad y su estructura fue un invento vuestro, no Mío!.
Después siguió hablándome quedamente ¡Entre nosotros… siempre pensé que era un error, porque yo os cree para que fuerais libres no esclavizados unos por los otros conforme a vuestras necesidades materiales! ¡Pero bueno vosotros estáis contentos con lo que hacéis, pensando que sois importantes frente a los demás, y a mi que más me da, si en el fondo me divierte veros al tiempo que evito mi hastío eterno!.
Luego, el Señor acelero el paso y se alejo de mi compañía, solo pude escuchar a lo lejos su voz que me advertía. ¡Recuerda que en el Libro se dice que el hombre que se fía de otro hombre en sociedad es un necio!. Y desapareció de mi vista, sin más explicaciones, que para eso es el jefe. Pero a mí me dejo como siempre pensativo, dudando de todo, perdido y confundido. ¡Como si nada hubiera ocurrido! ¿De verdad…habría hablado con un Señor tan importante? Era la duda que me corroía por dentro.
No he vuelto a hablar con Él. Ni creo que volveré a hacerlo. ¡Pero hay que reconocer que es muy gratificante que un Señor tan importante hable hasta conmigo!. Pero…si alguna vez me lo vuelvo a encontrar le diré que me dejo de nuevo en mi humana sociedad, sin saber que demonios tengo que hacer. ¡Ya podría haberse explicado un poco más!.