La vida pública en nuestra Ciudad se desliza imparablemente hacia el insondable universo del esperpento en su expresión más genuina. Casi todo lo que ocurre es contradictorio con el sentido común y refractario a la razón.
Este pequeño laboratorio social acumula una serie de fenómenos cada vez más complejos, que se superponen e interrelacionan diabólicamente, ante una irritante ineptitud colectiva que, no sólo se muestra incapaz de encauzar adecuadamente alguna solución, sino que cada movimiento empeora la situación. Se podría pensar, viendo lo hechos, que se ha ido produciendo una especie de contagio generalizado en la idiocia hasta llegar a un punto de no retorno.
En esta amplia panoplia de perplejidad, ocupan un lugar destacado los acontecimientos cotidianos que se producen en el espacio fronterizo. No es nada nuevo, ni desconocido. Toda la opinión tiene un perfecto conocimiento de los tumultos, colas, conflictos y algaradas que sirven de argumento para pequeños cortometrajes que inundan las redes sociales poniendo los pelos de punta a cualquier persona. Exceptuando a las autoridades, que lo contemplan desde la más absoluta tranquilidad, como asumiendo que lo que allí sucede es lo normal.
La inconcebible pasividad ante lo que espanta a todo el mundo, acaso sería explicable por su imprevisibilidad. Es cierto que las administraciones no pueden estar preparadas para todas las contingencias que puedan surgir en un momento determinado. Pero claro, no es el caso. Hablar del Tarajal es como adentrarnos en la conocida película del ‘Día de la Marmota’. Hace años, decimos bien, años, que se habla del mismo asunto, con idéntica preocupación y alarma. Y esto es lo que termina por desesperar a cualquier persona con sentido de la responsabilidad. ¿Cómo es posible que un estado, que se supone que es la décima potencia del mundo (al menos económicamente), no sea capaz de poner orden en un espacio de menos de un kilómetro cuadrado? Lo que provoca vértigo (no exento de miedo) es la respuesta a esta pregunta. Porque no puede ser otra que la falta de voluntad para resolver este problema. Hay un hecho incuestionable. En materia de seguridad y control de masas, todo está inventado, y todo es técnicamente posible. Es una mera cuestión de recursos materiales y humanos. No es preciso ser un experto analista para comprobar el brutal desfase entre el volumen del conflicto y los recursos disponibles. La indecente precariedad con la que están condenados a trabajar los Cuerpos y Fuerzas del Estado que allí operan es una demostración irrefutable del inexistente interés del Gobierno en devolver a Ceuta al siglo veintiuno.
Es sabido el enorme daño que los conflictos de la frontera ocasionan a la economía local, ya de manera evidente, y aceptada por todos, orientada hacia el sur. No es discutible el perjuicio que sufren miles de personas en el desarrollo de su vida diaria, obligados a transitar por aquella zona. De la imagen de la ciudad (que no sabemos si queda algo), mejor no hablar. La última modalidad de intercambio comercial, denominada “la avalancha” es digna de figurar en un museo de los horrores. Que todo esto suceda diariamente, a la vista de todo el mundo, y sin más reacción que alguna vaga explicación sobre la coyuntura económica, o una confusa reflexión sobre responsabilidades ajenas; nos lleva situar esta cuestión en clave de algún tipo de acuerdo secreto e inconfesable entre los Gobierno de España y Marruecos. La obligada cooperación (impuesta a su vez por la Unión Europea), en temas de gran envergadura y trascendencia, como son la inmigración (en el que Marruecos actúa como eficaz subcontratista para poder frenar los movimiento migratorios sin respetar los derechos humanos, y liberando así la conciencia de Europa), y la lucha contra el terrorismo; relega los intereses de Ceuta a una posición a penas perceptible. Es probable que Marruecos esté satisfecho con el ‘statu quo’ actual. Al fin y al cabo, la eterna ecuación se sigue cumpliendo a rajatabla: “Cuanto peor para Ceuta, mejor para las pretensiones anexionistas de Marruecos”. Lo que ya resulta más curiosa es la posición del Gobierno de España. Los que se pasan la vida alardeando de su amor a España y a Ceuta, y alardean de ser “la única” defensa de Ceuta; son precisamente los que la están entregando en bandeja. Eso sí, de una manera soterrada e inteligente. Seguiremos viviendo en el ‘Día de la Marmota’, hasta que despertemos cruelmente de esta pesadilla.
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