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El despropósito de Judas

Leyendo la crónica de cómo terminó la manifestación anti-Papa en la Puerta del Sol de Madrid, uno no puede por menos de sentir tristeza, impotencia y rechazo a una actuación tan ajena y extraña a la tradicional tolerancia, apertura y acogida al visitante de la capital y de España entera. Ésos, realmente no nos representan a los españoles: se representarán a sí mismos. “Qué vergüenza de país, donde siempre hay uno o miles de tontos que tienen que reventar todo y ensuciar nuestra imagen”, manifestó oportunamente el tenista Feliciano López.
Fue en Sol donde los más radicales de la manifestación y los peregrinos cruzaron gritos: El «pederastas», «nazis» e «hijos de puta» era contestado por los pocos jóvenes que había en la zona con gritos a favor del Papa. “Que nadie me lo cuenta, que yo estaba allí”, dice –y repite como un estribillo- Fernando Lázaro en su crónica de la manifestación, asegurándonos así que no escribe “de oídas”, que fue un testigo directo. “Llevo más de 20 años haciendo información sobre seguridad y terrorismo, pero hacía muchos años que no veía tanta inyección de sangre en ojos de manifestantes. No eran todos, ni mucho menos, pero algunos daban miedo. Muchos estaban fuera de sí. «Os vamos a quemar como en el 36», gritaban a los jóvenes de la JMJ. Que nadie me lo cuenta, que yo estaba allí”. Algunas imágenes de ésto hemos podido ver en los medios de comunicación. “Vi mucho pánico en los ojos de los peregrinos y vi a muchas, digo bien, a muchas que al ver el espectáculo rompieron a llorar de puro miedo. Aún tardó la Policía en llegar a la zona”.
Días antes leí en algún artículo que a estos laicistas recalcitrantes les ocurre lo que les ocurría a los demonios en tiempos de Jesús: éstos, y no quienes le seguían a todas partes, eran los primeros  en darse cuenta de que él era “el Santo de Dios”, y ante él, aunque lo intentaran, nada podían hacer. Por eso le preguntaban: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios” (Marcos 1).
Quizá lo que no querían oír estos anticatólicos era lo que el Papa nos ha dicho a los católicos: que no ocultemos nuestra identidad cristiana y que con «respetuosa convivencia con otras legítimas opciones» exijamos el debido respeto a las propias. De ahí el rechazo que manifestaron contra toda la JMJ, manejando “argumentos” tan débiles como el “de mis impuestos, al Papa cero”. Y yo me pregunto: ¿por qué estos supuestos contribuyentes se han arrogado el derecho de administrar los impuestos de toda la ciudadanía, como si esos impuestos fuesen patrimonio de las organizaciones convocantes de la manifestación? ¿Es que los millones de cristianos que los pagan religiosamente no son ciudadanos, y tienen que quedar fuera de los beneficios que revierten en el contribuyente, por el mero hecho de ser cristianos? Los católicos también pagamos impuestos, entre otras cosas para mantener una sociedad abierta en la que se respete el derecho a vivir en libertad, lo que implica el derecho a moverse y a hablar sin tener que sufrir imposturas intolerantes. Juan Pablo II comentó en una ocasión, bromeando: “Cuando viajo a los países occidentales oigo cuánto cuesta el viaje; cuando viajo a África me dicen: ¿Qué más podemos hacer por usted?”.
Otro argumento que utilizan es el afirmar que todo esto es un despropósito en este tiempo de crisis, de paro, de hambre especialmente en África…, no sé si dando a entender que, si no se hubiera celebrado en Madrid la JMJ, todos esos problemas casi quedarían solucionados. No voy a dar datos aquí de la ingente obra social que realiza la Iglesia Católica en los cinco continentes (quien lo desee puede consultar el «Anuario Estadístico de la Iglesia»), pero sí quiero recordar una objeción parecida que le hizo a Jesús uno de sus apóstoles. Próxima ya la pascua en la que iba a entregarse por todos nosotros, Jesús fue a Betania, a casa de sus amigos Lázaro, Marta y María. Durante la cena, María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús. Él se dejó ungir y secar. Judas Iscariote, reaccionando como hoy lo hacen estos manifestantes laicistas, preguntó indignado: “¿Por qué no se ha vendido ese perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?”. De nuevo, pensando en dar de comer a los pobres “con el dinero ajeno”. Un denario era lo que ganaba un jornalero al día. Trescientos, prácticamente, era lo que un jornalero ganaba en todo un año. Pues todo ese despilfarro, Jesús lo consintió. Y le respondió a Judas: “Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis” (Juan 12).
Con frecuencia me he preguntado por qué Jesús de Nazaret no terminó con el hambre en el mundo, con la enfermedad, el sufrimiento, la pobreza… Porque él podía hacerlo. Es más, cuando quiso, dio de comer a más de cinco mil personas. ¿Por qué no lo hizo? ¿Es que quiere que haya pobreza y hambre en el mundo? ¿O querrá que seamos nosotros quienes lo hagamos, pues medios tenemos para ello? Ejemplo a seguir ya nos dio: poner en común los “cinco panes y dos peces” que tengamos cada uno, dar gracias al Padre del cielo, y repartirlos. ¡Cuán diferente es esto al método empleado por esos manifestantes radicales y extremistas: insultos, empujones, hostigamiento, amenazas, gritos, escupitajos, patadas…, en fin, violencia! Recuerdo una anécdota que oí por la radio: uno de esos manifestantes energúmenos se encaró con un peregrino de la JMJ y le espetó a menos de medio metro de distancia: “Dame esa mochila, que la he pagado con mis impuestos”. A lo que el peregrino contestó: Esta mochila la he pagado yo, pero si quieres tener un recuerdo de la JMJ, tómala, te la doy”. Juzguen ustedes mismos.
Aun con todo esto, deseo terminar haciendo mías unas palabras que escribió el arzobispo de Tánger, P. Santiago, hablando de esos “impuestos” a los que hacen referencia los anti-Papa: “Una última cosa, la más importante: si un día necesitáis un pan que el Estado con los impuestos de la ciudadanía no os permita ganar dignamente, no tengáis reparo en llamar a las puertas de la Iglesia. A sus hijos, después de pagar impuestos, les queda siempre corazón para compartir lo que hay con quien no tiene nada, y no os preguntarán dónde estabais el 17 de agosto de 2011”.

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