Categorías: Opinión

El despertar

Hemos vivido durante los últimos seiscientos años un sueño: el sueño de la expansión ilimitada del territorio, la economía y la población. Durante este tiempo el mundo parecía no tener fin. Siempre había nuevos lugares que explorar, conquistar y explotar hasta el máximo de las posibilidades. Allí donde llegó el hombre occidental taló árboles, construyó presas en los ríos, excavó minas, extinguió especies autóctonas y

acabó con culturas milenarias. El afán de poder y riqueza nubló la mente de aquellos hombres que creyeron ser elegidos de Dios para imponer sus costumbres, leyes e ideales sociales, económicos y políticos.
La ética y la política iniciaron un divorcio irreconciliable hasta la fecha. La razón de Estado se impuso a la razón intelectual y a la imaginación creativa. Estos Estados necesitaban, y siguen necesitando, enormes cantidades de dinero para su propio mantenimiento y para financiar sus interminables luchas para acaparar más territorios, más dinero y más poder. En un breve periodo de tiempo aconteció un drástico giro moral: los siete pecados capitales pasaron a ser las sietes virtudes cardinales. Llevados por la vanidad y la codicia los monarcas absolutistas y despóticos supeditaron toda su política a la acumulación de poder y dinero. Nació así el capitalismo que aún domina el pensamiento económico mundial. Inspirados por esta filosofía económica el ser humano ha provocado una crisis multidimensional que amenaza la vida sobre el planeta tierra y conduce a la humanidad a un colapso civilizatorio.
Los románticos de la modernidad y los ecologistas de la postmodernidad llevamos muchos siglos portando y defendiendo la bandera de la naturaleza. Como guardianes de la vida hemos defendido a capa y espada la bondad, la verdad y la belleza de la naturaleza y de las criaturas que la habitan. Era,  y sigue siendo, una lucha desigual. Nos enfrentamos a un ejército poderosísimo que bajo el estandarte del poder y el dinero agrupa a las grandes empresas, el sector financiero, los más importantes medios de comunicación y la mayor parte de la clase política. Este inexpugnable complejo del poder ha alimentado el mito de la máquina. Una máquina devoradora de recursos naturales y de seres humanos condenados a morir de hambre, por efecto de la guerra o mantenidos en un limbo existencial cercano al sueño narcótico. La mayoría de los seres humanos han sido condenados a convertirse en autómatas, en piezas reemplazables de una gran megámaquina controlada desde el complejo del poder. Como elementos mecanizados su principal virtud es la obediencia sin cuestionamiento de las órdenes de mando. No obstante, para equilibrar esta regimentación el sistema ha estimulado una violencia primitiva de las pasiones, ya sea mediante el sexo, la comida, la bebida, el juego, las drogas o ahora la adición a las nuevas tecnologías.
Poco a poco el ser humano está despertando de esta pesadilla mecanicista. El escenario de cartón piedra dibujado por el complejo del poder está descomponiéndose a gran velocidad. Las personas empiezan a ver que tras este ficticio escenario asoma el gran anfiteatro de la vida. Un escenario natural cada día más deteriorado, maltratado y contaminado. Perderlo es renunciar a la posibilidad de gozar de una vida digna, plena y rica. Los seres humanos quieren dejar de ser espectadores pasivos y desean tomar el centro de la escena. Tenemos ante nosotros la oportunidad de reescribir el guion de la humanidad y el de nuestra propia vida.
En lo más profundo de nuestro interior late el corazón de un nuevo ser humano. Su nacimiento está cercano. Este nuevo ser vendrá al mundo con una increíble capacidad de visión sensible y suprasensible. Sus oídos escucharán el ahora inapreciable canto de las Musas. Su olfato apreciará la amplia gama de fragancias de la naturaleza. Su respiración y ritmo cardiaco estará sincronizado con la armonía del cosmos. Su tacto volverá a ser suave y cálido. Su paladar recuperará el gusto por los productos del campo.
En este nuevo capítulo del poderoso drama de la humanidad todos tenemos un papel que desempeñar. Nadie puede quedarse apoltronado o dormido en las cómodas butacas de la platea. Es hora de despertar y subir al escenario, pero antes debemos acometer una serie de importantes tareas. La primer la renovación de nuestros corazones. El amor, -y no el dinero y el poder-, tiene que ser la fuerza que anime a los hombres y mujeres de este Mundo Nuevo. La segunda tarea es la reeducación de nuestra mente. La verdad,-y no la mentira y la astucia-, debe ser el objetivo de nuestra labor intelectual. Y la tercera, la restauración de la naturaleza y de nuestras ciudades. La belleza, -y no la fealdad y la contaminación-, tiene que ser el principal ingrediente de nuestros paisajes y nuestras calles. Aquí empieza la primera escena del nuevo capítulo del drama humano.
Un grupo de ceutíes, de la más variada condición y edad, se subieron el pasado domingo 18 de octubre de 2015 al impresionante escenario del mirador de Isabel II. Teniendo como fondo la majestuosa imagen de Ceuta y la triste negrura del Monte de la Tortuga tomaron posesión del escenario y empezaron a representar el nuevo drama. Expresaron su amor por la naturaleza, dieron fe de una nueva ética y de una nueva ciudadanía, renovaron sus ideales, dijeron la verdad y exigieron un cambio de rumbo en la política ambiental de Ceuta. Allí una joven, desde lo alto de mirador, con voz firme y serena expuso el esquema del guion de la nueva política ambiental de nuestra ciudad. Quedan muchos párrafos por escribir, muchos actores que sumarse a la obra, muchos ensayos y muchas decepciones. Nosotros, mientras, seguiremos defendiendo nuestro escenario, único en el mundo: Ceuta. No tenemos tiempo que perder. La restauración del escenario natural tiene que comenzar de inmediato. Todos aquellos ceutíes que han renacido al nuevo ser tienen que alzar su voz inspirados por Caliope, trabajar guiados por Clio y lograr sus objetivos inspirados por Talia. No importa que seamos muchos o pocos. “Combatiremos por los ideales y cosas sagradas de la Ciudad, -como reza en el juramento que hacían los jóvenes atenienses-, solos o con el apoyo de todos”.

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